Hombres o mujeres, lo mismo da, muy pocos han tenido la buena suerte de no ser asaltados. En las “rutas” les roban teléfonos celulares y relojes, los despojan del poco efectivo que traen, a los choferes les quitan el dinero de “la cuenta”, bajan de las unidades y huyen fácilmente. Actúan a todas horas y en cualesquier lugares, operan en parejas, tríos, cuartetos; son jóvenes, violentos y rápidos; se llevan botines de unos cuantos pesos –lo más seguro es que los celulares y los relojes vayan a parar a casas de empeño–, se reparten los billetes que pronto gastarán en drogas y a los dos o tres días asaltarán otra combi, otro microbús. Son tantos y los policías tan pocos, que muy raras veces son atrapados, y más tardan en entrar a la cárcel que en salir para volver a las andadas. Los pasajeros se han vuelto precavidos, antes de abordar las unidades se encomiendan a Dios, los varones ocultan billetes y teléfonos móviles en los calcetines, las féminas en los corpiños y se dejan unas monedas en las carteras y bolsos. Ya se la saben: muchos han sido víctimas de más de un asalto en un estado de indefensión en el que necesariamente deben transportarse al trabajo, la casa, las escuelas… y protegerse como puedan… Volvió a suceder la mañana del jueves pasado, despojados de dinero y objetos de valor los pasajeros y el chofer de un autobús “Laser” a la altura del puente de Tabachines por cinco sujetos armados con pistolas y cuchillos que huyeron en un taxi. Es decir, un asalto “normal”, rutinario, impune, igual a tantos otros que raros serían si los delincuentes fuesen atrapados… Las cajeras (os) no se dan abasto, apenas acaban de atender uno y ya se acerca otro cliente. Entregan sumas grandes de efectivo delante de todos, así que muchos lo ven. En las áreas de espera hay señoras y señores, jóvenes y viejos, empleados y dueños de negocios, clientes habituales que saludan por sus nombres al personal. Desprevenido, el objetivo es interceptado cerca del banco, si caminando se dirige a abordar su automóvil, o seguido cuando ya conduce y lo sorprenden cuadras adelante. La víctima rara vez se resiste, paralizado de miedo por las armas y las órdenes con palabras groseras de los delincuentes que le arrebatan el dinero, huyen en un vehículo usualmente con reporte de robo y nada han podido hacer los testigos para evitar el atraco, pues temen por sus vidas, sólo llamar al 911 y consolar al señor asaltado. Sucede con demasiada frecuencia, y es común que ocurra porque mucha gente necesita efectivo para hacer pagos. Como el miércoles de la semana anterior, cuando una mujer retiró doscientos mil pesos de una sucursal bancaria ubicada en la Plaza Cuernavaca y se dirigió a su domicilio en la colonia Patios de la Estación, donde dos sujetos que seguramente la siguieron le quitaron el dinero. De inicio huyeron pie a tierra, pero por poco tiempo, lo suficiente para quitarle el coche a una señora que poco después abandonaron en el circuito Adolfo López Mateos… Y por enésima vez la impunidad. O las preguntas de siempre que incomodan a la autoridad: ¿hay empleados de bancos –y policías– coludidos con bandas dedicadas a este tipo de atracos? Antes de que entren a trabajar en uno, ¿los empleados bancarios son investigados? Cuando son contratados, además de la típica solicitud de empleo, ¿presentan constancias de no antecedentes penales? Porque corresponsables de la seguridad de sus empleados y sus clientes son los dueños de los bancos, por cierto, mayoritariamente extranjeros. Sin embargo, autoridad alguna osa molestarlos, ni federal ni estatal. Avaros, codiciosos, invierten poco y se niegan a invertir en seguridad, así que policías armados no hay en los bancos. Cuando les roban dinero los banqueros no pierden: están asegurados. Contratan poco personal, lo explotan, les prohíben que formen sindicatos… Otras preguntas también vienen a cuento: ¿en el sexenio pasado sirvió de algo el mando único de la policía? Siendo lo mismo para resultados prácticos pero llamado ahora “mando coordinado” dada la participación de fuerzas federales, ¿esta estrategia está siendo verdaderamente útil? La respuesta se encuentra en la misma inseguridad, creciente el nivel de violencia según demuestran los episodios, también rutinarios, de cuerpos tirados con huellas de torturas y mensajes siniestros. Caso de la manta que traía el grupo de cuatro sujetos que, perseguidos por policías, aventaron un bulto que resultó ser una cabeza humana, la madrugada del viernes a la altura del Cañón de Lobos. Realista, concreto, el alcalde Antonio Villalobos Adán propuso el viernes dos cosas específicas: la cancelación del Decreto del Mando Único y revisar la homologación de salarios a policías. Obvio: los de enfrente pusieron oídos de artillero… (Me leen después).

 

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com

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