Por años, Cuernavaca ha arrastrado un problema estructural en su sistema de transporte público. Las calles del centro histórico, pensadas hace siglos para carretas, no pueden sostener el peso del tráfico moderno, y mucho menos del caos generado por decenas de rutas de transporte colectivo que cruzan la ciudad sin una lógica de eficiencia ni planeación metropolitana. Hoy, más que nunca, urge una transformación profunda del modelo de movilidad en nuestra capital, y esa transformación comienza por dos ejes fundamentales: la modernización de la flota y la reubicación de la central camionera.
Cuernavaca no puede seguir siendo rehén de un sistema de transporte obsoleto, contaminante y desordenado. La renovación de las unidades hacia tecnologías más limpias —camiones eléctricos o híbridos— es una necesidad tanto ambiental como social. Sin embargo, el camino hacia esta modernización está lleno de obstáculos para los transportistas, que operan, en su mayoría, como pequeños propietarios sin acceso a esquemas financieros viables.
Cada camión nuevo con tecnología híbrida o eléctrica puede costar entre 2 y 4 millones de pesos. Para un transportista individual, esto es impagable sin endeudarse por décadas o sin poner en riesgo su patrimonio familiar. Por eso, pensar en una modernización sin una estrategia pública de financiamiento es condenar la idea al fracaso. Es aquí donde el gobierno estatal y municipal deben actuar con visión de largo plazo, sin cargar el costo a quienes ya sostienen con esfuerzo el sistema actual.
Existen alternativas exitosas que podrían aplicarse en Morelos. Una de ellas es la creación de un fondo de renovación de flota, financiado con recursos federales y estatales, apoyado por organismos internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Banco Mundial, que han respaldado proyectos similares en América Latina. Este fondo podría ofrecer créditos blandos a largo plazo con tasas preferenciales, o incluso esquemas de arrendamiento con opción a compra, donde el gobierno funge como intermediario ante los fabricantes.
Otra opción es impulsar cooperativas o consorcios de transportistas, que al agruparse pueden acceder a mejores condiciones de compra, financiamiento y mantenimiento. Además, podrían recibir incentivos fiscales por la transición ecológica de sus unidades, reduciendo el costo operativo en los primeros años de implementación.
Ahora bien, esta renovación no puede darse sin una reconfiguración del sistema mismo. Hoy, Cuernavaca sufre por la falta de una central camionera moderna ubicada en la periferia, conectada por rutas troncales eficientes al resto de la ciudad. La actual ubicación de terminales dentro del núcleo urbano no solo agrava el tráfico, sino que contamina y deteriora el entorno patrimonial de la ciudad.
Una central camionera periférica, acompañada por un sistema alimentador de rutas, permitiría descongestionar el centro y dar un respiro a la movilidad cotidiana. En lugar de tener a cientos de camiones atravesando la ciudad, los pasajeros podrían transbordar a unidades modernas, cómodas y limpias que los conecten a puntos estratégicos. Este modelo, ya aplicado en ciudades como Querétaro, Puebla y León, ha demostrado que una mejor organización logística mejora la calidad de vida, reduce tiempos de traslado y disminuye emisiones contaminantes.
Modernizar Cuernavaca no es solo cambiar camiones viejos por nuevos. Es replantear toda una visión de ciudad, una que se piense a futuro, que respete su historia, pero que no se quede anclada en el pasado. El reto no es sencillo, pero es posible si gobierno, transportistas y ciudadanía se sientan a construir juntos una movilidad más limpia, ordenada y eficiente. La transformación está en marcha; lo que falta es la voluntad para impulsarla con inteligencia y justicia.
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