Las mariposas blancas de las últimas semanas de octubre cargan en sus alas las almas de los difuntos, que regresan a despedirse de sus familiares y amigos, y la tradición mesoamericana de las ofrendas es una de las maravillosas tradiciones que hasta la fecha podemos disfrutar los mexicanos, la que con variantes pequeñas se celebra en todo el país que se viste de luz y de color, desde las montañas donde las nubes bajan a platicar con los pastizales hasta las costas y el desierto, donde Tonatiuh arropa con sus rayos a la arena de las dunas.

Mesoamérica, ahora México, es un mosaico donde el color y la luz son de suma importancia, somos el único pueblo del mundo que se burla de la muerte, porque en la filosofía de nuestros abuelos es el camino hacia el Mictlán a donde llegarán a descansar quienes se nos adelantaron al lado de los dioses.

Disfrutar de esta tradición es verdaderamente un placer, y no entiendo que a los centros educativos de nuestro país –con la anuencia de la Secretaría de Educación- se les permite que realicen en esta época, en lugar de conservar nuestras verdaderas tradiciones, copiar festejos de una nación sin historia, sin verdaderas raíces con una cultura madre como la nuestra, sólo porque ahora es la hegemónica del mundo.

En lugar de buscar noches de brujas, por decirlo en español, ¿por qué no entender la importancia de nuestra raíz que tiene una filosofía propia, por qué vivir copiando a los ricos?, ¿sólo por dinero? ¡Qué pena!

La razón es la ignorancia de nuestro pueblo, dice el autor experto en la filosofía náhuatl, Miguel León Portilla, en el prólogo de la décima edición de su libro sobre el tema, que le ha dado la mayor satisfacción y que ha sido traducido ampliamente a más de 50 idiomas, y que ha demostrado al mundo que en el México antiguo hubo sabios que nos legaron una original visión del mundo, y que se plantearon problemas de verdadero interés universal, lo que nos obliga a reconocer que admiramos a los antiguos mexicanos por su arte y otras muchas creaciones; también hay testimonios que nos lleva a admirarlos por lo elevado y rico de su pensamiento, lo que ellos llamaron Tlamatiliztli y nosotros filosofía.

El origen y naturaleza de OMETÉOTL, el supremo principio dual.

En el capítulo dos de La filosofía náhuatl, Miguel León-Portilla presenta la traducción de un texto de los Anales de Cuauhtitlán, donde se señala que el sabio Quetzalcóatl —en el tiempo de los toltecas— descubre quién fundamenta y sostiene a la tierra. Quetzalcóatl descubre a la suprema divinidad Ometéotl, vestido de negro y de rojo, ofreciéndole a ella el necesario sostén y le identifica con la noche, con el día y con la potencia regenerativa. León-Portilla comienza a trazar aquí las características de la suprema divinidad náhuatl. Ésta emerge de sus consideraciones como el dios de la dualidad que vive en “el lugar de la dualidad” u Omeyocan y de cuyo principio no se supo jamás. Ometéotl es un principio único, una sola realidad. Su naturaleza dual lo constituye como núcleo generativo y sostén universal de la vida y lo que existe. Es el dios viejo Huehuetéotl, padre y madre de los dioses, origen de las fuerzas naturales divinizadas por la religión náhuatl. La influencia de esta concepción dual habría estado vigente en el periodo inmediatamente anterior a la Conquista y habría sido tan grande que llegó a dejarse sentir —al lado de la religión de Huitzilopochtli— en las ceremonias que practicaban los nahuas con ocasión del nacimiento. Al hacer la exégesis de un texto extraído del Códice florentino, León-Portilla destaca la dualidad del principio cósmico, su cualidad de sostén universal y su capacidad para engendrar a los dioses. Ometéotl sustenta al mundo viviendo en su centro, entre los cuatro puntos cardinales que se asignan a los dioses por él engendrados. Posee la cualidad de la omnipresencia. En su encierro de turquesas, está en el Omeyocan. Pero también se encuentra en el ombligo de la tierra, en medio de las aguas, entre las nubes y la región de los muertos. A pesar de estar en todas partes, deja actuar a los dioses que ha engendrado, garantiza sólo la necesaria fundamentación de la tierra.

Esto no es más que el principio de la maravillosa obra de León Portilla, en la que nos habla de lo que es el mito y desde luego el rito, de lo que están formadas la mayoría de nuestra traiciones.

Si esto no nos hace sentir orgullosos como mexicanos de nuestras raíces, de nuestros abuelos, de nuestra esencia, es porque no los conocemos, porque el gobierno ha secuestrado nuestra cultura. ¿No cree usted?

 

teodoro lavín león
lavinleon@gmail.com   Twitter: @teolavin

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