Un encuentro entre Belén y Quetzalcóatl. La Navidad suele entenderse como una celebración cristiana centrada en el nacimiento de Jesús en Belén. Sin embargo, en México —y en gran parte de América Latina— la Navidad es mucho más que una festividad religiosa importada de Europa. Es un punto de encuentro entre dos mundos: el cristiano y el indígena, el calendario litúrgico y los ciclos cósmicos prehispánicos, Belén y la promesa del regreso de Quetzalcóatl. Históricamente, la Navidad se celebra el 25 de diciembre, una fecha que no aparece en los Evangelios como el día real del nacimiento de Jesús. La Iglesia primitiva eligió este momento por una razón estratégica y simbólica: coincidía con antiguas fiestas paganas del solsticio de invierno, cuando los días empiezan a alargarse y la luz “vence” a la oscuridad. En Roma se celebraba el Natalis Solis Invicti (el nacimiento del Sol invicto), mientras que en otras culturas europeas se festejaba el renacimiento del sol. El cristianismo reinterpretó este simbolismo: Jesús como la luz del mundo que nace cuando la noche es más larga. Desde su origen, la Navidad fue una celebración profundamente simbólica y adaptable. La llegada de la Navidad a México. Cuando los españoles llegaron a Mesoamérica en el siglo XVI, no solo trajeron armas y enfermedades, sino también un calendario religioso completo. La Navidad fue una de las herramientas clave para la evangelización, ya que coincidía sorprendente mente bien con celebraciones indígenas relacionadas con el ciclo solar, la renovación y el orden cósmico.

Lejos de borrar completamente las creencias originarias, se produjo un proceso de sincretismo: una mezcla cultural donde los símbolos cristianos se superpusieron a los indígenas, creando algo nuevo y profundamente mexicano.

Quetzalcóatl: el dios que prometió volver. En la cosmovisión mesoamericana, Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, no era solo un dios, sino un símbolo de sabiduría, creación, orden y vida. En varias tradiciones, especial mente toltecas, Quetzalcóatl es descrito como un ser civilizador que enseñó a los pueblos el maíz, el calendario, las artes y las leyes. Uno de los elementos más fascinantes del mito es que Quetzalcóatl se fue, prometiendo regresar en un momento clave del ciclo cósmico. Este regreso estaba asociado al oriente, al amanecer y a una renovación profunda del mundo. El choque (y la fusión) de dos esperas. Aquí ocurre algo crucial: tanto el cristianismo como muchas tradiciones mesoamericanas compartían la idea de una espera sagrada, el cristianismo espera al Mesías y celebra su nacimiento, las culturas indígenas esperaban el regreso de Quetzalcóatl, portador de orden y equilibrio.

Para muchos pueblos originarios, la figura de Cristo fue interpretada —no oficialmente, pero sí culturalmente— como una continuación simbólica de esa promesa. No porque fueran el mismo ser, sino porque ambos representaban valores similares: sacrificio, renovación, enseñanza y luz. La Navidad, entonces, no fue solo una imposición, sino una celebración que encajó dentro de una estructura simbólica ya existente. La Navidad mexicana: más allá del árbol y los regalos. En México, la Navidad tiene elementos únicos que reflejan esta mezcla cultural: Las posadas, que combinan el peregrinar bíblico con rituales comunitarios indígenas. El nacimiento, donde conviven pastores europeos con paisajes que recuerdan al campo mexicano. La piñata, cuyo simbolismo cristiano (los pecados capitales) se entrelaza con rituales prehispánicos de abundancia. Incluso el sentido comunitario de la Navidad mexicana —la comida compartida, el barrio, la familia extensa— tiene más que ver con la organización indígena que con el individualismo europeo moderno. La mexicanidad no se construyó desde la pureza, sino desde la mezcla. La Navidad en México es un ejemplo claro: no es completamente europea ni completamente indígena. Es un espacio donde conviven Jesús y el sol, María y la Madre Tierra, el pesebre y el ciclo agrícola. Celebrar la Navidad en México también es, conscientemente o no, celebrar la resiliencia cultural: la capacidad de los pueblos originarios de adaptar símbolos impuestos sin perder su esencia.

Una celebración viva. Hoy, la Navidad sigue evolucionando. Para algunos es religiosa, para otros cultural, para otros una excusa para reunirse y sobrevivir al año. Pero en el fondo, sigue cumpliendo su función ancestral: recordarnos que incluso en la noche más larga, la luz regresa. Así, cuando en México se encienden luces, se cantan villancicos y se reúnen las familias, no solo se celebra un nacimiento en Belén, sino también una tradición mucho más antigua: la esperanza cíclica de renovación que, desde tiempos de Quetzalcóatl, sigue viva en el corazón del país. ¿No cree usted?. FELIZ NAVIDAD A TODOS

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