A cien años de la muerte del caudillo del sur, que en Morelos fue base y razón de la revolución en nuestra tierra, la Revolución Mexicana no ha dado los frutos que se esperaban, por los cuales lucharon nuestros paisanos junto con Miliano.

Podemos celebrarlo cada año porque es un ritual político de esos a los que los gobiernos post revolucionarios nos han acostumbrado, pero la verdad no es lo que necesitamos; a estas alturas de la historia lo que hace falta a México y a Morelos es eficacia en el gobierno. Menos corrupción e impunidad y más eficacia en el gobierno; a pesar de lo que diga uno de mis colegas más respetados, eso de que la eficacia depende del régimen político y no del gobernante, se me hace una falacia.

Por desgracia o como se quiera ver, México ha sido a través de su historia un país de caudillos. Nada más démonos una vuelta rápida por la historia a partir de la propia Revolución; primero Porfirio Díaz, después Madero, le siguió el Chacal Huerta, después Carranza, más adelante Obregón, al que le siguió Calles y después Cárdenas, para continuar con Ávila Camacho y Miguel Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto y ahora López Obrador; y nos saltamos a los designados como Portes Gil y Pascual Ortiz Rubio.

Pero dígame usted si a través de nuestra historia el estilo personal de gobernar no ha influido en el desarrollo del país y, desde luego, en el resultado de la Revolución Mexicana.

Por lo que la tesis de que la eficacia del gobierno de verdad depende menos de las cualidades del gobernante se me hace una falacia, y eso de que tampoco depende de la voluntad de los ciudadanos es verdad; y también el que cada día es más difícil traducirlo. Pero no estoy de acuerdo con la teoría de que hoy se depende más de la eficacia del régimen político, del aparato relacional, del modo de relacionarnos para la búsqueda del bien común sin renunciar un ápice a las libertades.

Lo siento una manera de justificar los grandes fracasos en que vivimos los mexicanos; fracasos si bien en cierto de regímenes políticos primordialmente de voluntades de los presidentes de la república que nos han dirigido, por llamarle de una forma a los mexicanos.

Por desgracia, el régimen presidencial ha hecho que estemos sujetos a los humores de un hombre: el presidente, a su voluntad, a sus virtudes, capacidades, de que no es razonable y viable para la solución de los grandes problemas nacionales es una realidad. Cada seis años el régimen se trasforma con las ocurrencias y los pensamientos de quien nos dirige; cambia nombres y algunas acciones, pero la solución a los problemas que hicieron posible la revolución -a cien años de la caída de Zapata-, una verdadera solución nos la deben.

Quizá es porque al gobierno no llega la gente con mayor capacidad o con mayor conocimiento de lo que sucede y lo que necesita hacerse para sacar al país adelante, o quizá porque el ego que se desarrolla en el poder hace perder a los ejecutivos el rumbo, a lo que agregamos una corrupción con impunidad creciente a través de estos cien años nos dan como resultado la ineficacia del estado.

Su función primigenia, que es la seguridad, está perdida; cada día estamos peor y los muertos nos alcanzan más cerca cada día. Ya nos dimos cuenta de que no es suficiente el confiarnos en la capacidad del gobernante para resolver los problemas y de atender los conflictos; se necesita de un dispositivo eficaz para gobernar con mucho mayor eficacia. Si damos al régimen político mayor importancia para ello, estaremos en el camino para dejar de concebir a la práctica política como la constante mera búsqueda del poder y considerarla como un artificio para lograr el bien común, la felicidad y el bienestar.

La seguridad y el goce de la libertad de las personas son dos objetivos básicos del Estado y de los gobiernos. Hoy estos dos valores están muy expuestos para su pérdida, los ciudadanos y la población están siendo sometidos por un proceso incesante de pérdida de la libertad y de la seguridad debido al debilitamiento del Estado y el surgimiento de poderes extra estatales que lo cuestionan seriamente.

En este sentido, para proteger las libertades y seguridad de las personas, es necesario que el Estado asuma con mayor regularidad la acción basada en la doctrina de la Razón de Estado, que no contradice la idea de la política como el arte del buen gobierno. A un Estado que garantice estos dos valores, por lo menos, no es posible desconocerlo como una institución de beneficio común.

Desde luego, la práctica de la Razón de Estado debe ser en forma esporádica pero su necesidad es cada día más evidente. Los ciudadanos, los gobernantes, los inversionistas, los productores, los comerciantes, los niños, todos necesitamos estar asegurados en nuestras vidas y propiedades.

No sólo los fenómenos políticos y sociales requieren de la seguridad y de las libertades necesarias, también la seguridad de nuestro hábitat, de nuestro planeta, de nuestro mundo, repetimos hoy en día. A los hombres ya no es posible dividirlos por su lugar en la producción, distribución y consumo social, sino definirlos entre hombres que tratan de conservar nuestro planeta y nuestra naturaleza y los que tratan de destruirla. ¿No cree usted?

 

Teodoro Lavín León
lavinleon@gmail.com / Twitter: @teolavin

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