En los últimos días, el estado de Morelos ha sido golpeado por intensas lluvias que han desencadenado severas inundaciones en distintas regiones, afectando gravemente a comunidades enteras. Municipios como Puente de Ixtla, Miacatlán, Emiliano Zapata y Cuautla han reportado decenas de viviendas anegadas, pérdida de pertenencias y, en algunos casos, evacuaciones forzadas. Las imágenes de calles convertidas en ríos y personas caminando entre el lodo son lamentables, un reflejo de un problema que cada año parece repetirse con mayor intensidad: la falta de planeación urbana, el crecimiento desordenado y la ausencia de políticas públicas sostenibles en materia de protección civil y medio ambiente.
En este contexto, la Coordinación Estatal de Protección Civil ha identificado al menos 17 municipios en situación de riesgo ante las lluvias. Y no es para menos. El cambio climático ha alterado los patrones de precipitación, generando lluvias más intensas en menos tiempo, lo que colapsa fácilmente los ya obsoletos sistemas de drenaje pluvial en zonas urbanas. A esto súmele la creciente deforestación, el taponamiento de barrancas por basura y escombro, y la invasión de cauces naturales que, cuando llueve con fuerza, buscan recuperar su territorio sin importar a quién arrastren en el camino.
De acuerdo con los últimos reportes meteorológicos, se prevé que las lluvias continúen con tormentas eléctricas durante toda la semana, con especial intensidad hacia el fin de semana. Esto implica que lo que se ha vivido podría no ser lo peor: el suelo ya está saturado, los ríos van a tope y las presas comienzan a acercarse a niveles críticos. Las probabilidades de deslaves, desbordamientos y nuevas inundaciones aumentan con cada gota que cae.
Frente a este panorama, urge reforzar la cultura de la prevención, tanto a nivel gubernamental como ciudadano. No podemos seguir reaccionando únicamente cuando el agua ya nos llegó a los tobillos o cuando la tragedia nos golpea en la puerta. Es momento de pasar de los comunicados a las acciones concretas, de los discursos de solidaridad a los planes de contingencia efectivos.
Por lo que se recomienda a la ciudadanía que revise las instalaciones y drenajes en casa. Es esencial limpiar techos, coladeras, bajadas de agua y canales pluviales.
Muchas inundaciones domésticas pueden prevenirse si el flujo de agua no encuentra obstáculos.
Fomentar la cultura de no tirar basura en la calle ni en barrancas, ya que la obstrucción de alcantarillas y cauces naturales sigue siendo uno de los principales detonantes de inundaciones urbanas. Esta práctica no solo es irresponsable, sino criminal en contextos de alto riesgo.
A los ciudadanos que viven al borde de ríos y barrancas se les recomienda elaborar un plan familiar de emergencia. Deberán tener acordado qué hacer en caso de evacuación, qué documentos llevar consigo y a dónde dirigirse. Un pequeño esfuerzo de planeación puede salvar vidas.
Tener un kit de emergencia a la mano: este debe incluir lámpara, radio, baterías, botiquín de primeros auxilios, alimentos no perecederos, agua embotellada y una copia de documentos importantes en bolsa hermética.
Evitar cruzar zonas inundadas: muchas personas pierden la vida al intentar cruzar avenidas o puentes cuando la corriente es fuerte. Una calle aparentemente tranquila puede esconder un socavón o un cable de alta tensión.
Las lluvias seguirán cayendo, pero su impacto no tiene por qué ser una catástrofe anunciada. El agua es vida, sí, pero mal gestionada se convierte en amenaza. En Morelos, como en muchas partes del país, la diferencia entre una lluvia benéfica y una inundación devastadora radica en la capacidad de organización y en el compromiso colectivo por cambiar las cosas. ¿No cree usted?
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