Decía Octavio Paz que la pasión ha de ser lúcida. Y creo que tiene razón, faltaba más. Estando de acuerdo en eso ya podemos hablar de los alcances de la pasión en su vertiente de rebeldía y capacidad de indignación ante la injusticia.
Germen de todas las revoluciones, la pasión vence al miedo, enarbola las utopías humanas y cimbra el estamento social en nombre de todas las causas e inquietudes del espíritu.
La revolución es la expresión más auténtica de la pasión.
Qué poderosos aquellos que ponen su pasión al servicio de las causas de sus semejantes.
Noble la vida que se sacrifica para heredar una mejor circunstancia a los que vienen detrás.
Admirables los que luchan por un mundo de igualdad, esos que saben, como Alberto Cortéz, que somos los demás de los demás y tenemos el lomo como todos los demás. Que sirven con amor a los demás a pesar de la envidia y temor de los demás.
Larga vida a los incómodos, los que denuncian y ponen el dedo en la llaga, los que no voltean al lado ante una injusticia y hacen suya el hambre del otro.
Sobre el hambre y la dignidad aprendí una lección del querido hermano Samuel, un hombre bueno, revolucionario total.
Hace algunos años me invitó a su país, España, a trabajar.
Desde su perspectiva yo podía conseguir trabajo fácilmente en algún periódico de su tierra.
Agradecí su invitación y la fe que tenía en mí, pero le dije que no podía tomarle la palabra porque no quería dejar a la familia, mi querida esposa y mis hijos que todavía estaban chiquitos.
Él me dijo que me los llevara, que allá nos iba a ir muy bien. Generoso como es me ofreció su casa (me la sigue ofreciendo) para llegar ahí con mi familia en una primera instancia.
Lamentablemente me falló la visión y me ganó la inseguridad.
Nuevamente me negué con el pretexto genuino de no querer arriesgar a mi familia a pasar hambre en una tierra lejana (así es la cortedad de miras).
El querido Samuel respondió con la voz certera del rebelde puro: Hermano, si pasan hambre se harán dignos.
Y tenía razón pues además de rebelde es sabio: el hambre dignifica. Lo de la panza llena y el corazón contento es un placebo para posponer la rebeldía.
Hoy, tras varios años, las cosas se ven diferentes y aunque tal vez la dictadura de los años (otra vez Alberto Cortéz) sabotee mis movimientos en la lentitud del latido, España sigue ahí junto a un mundo muy grande para hacerlo hogar y trinchera.
Mi corazón se congratula por el renacer de su rebeldía y asume la responsabilidad de luchar con pasión y honestidad de principios por un mejor mundo.
Hoy bendigo a los que pasan hambre y desprecio a los que la provocan. Lamento la indiferencia ante el dolor de los demás.
Que la rebeldía toque los corazones, tripas y sangre de los que viven el sopor del privilegio.
Que la pasión y lucidez nos permitan entender que todos somos los demás de los demás.
CUENTO: Trece melones
Tengo tan buena memoria que no recuerdo algo que se me haya olvidado.
Lo primero que hizo cuando se sacó la lotería fue abandonar a su marido y recorrer sola los mismos lugares que como pareja habían visitado.
Graciela Soler Marín (¡a la chingada el apellido de casada!) se propuso recoger sus pasos, como quien presiente su muerte, y eligió recordar cada lugar sin esa sombra odiosa que hasta en las fotos le celaba la luz.
En cada destino que llegaba se sacudía las sandalias, lanzaba al aire una mentada de madre y se entregaba feliz a una juerga de mojitos y exuberancias gastronómicas aderezados con vallenato y un espléndido repertorio de libertarias licencias poéticas.
Así supo que en algún momento se daría ese atracón de melones tantas veces deseado y pospuesto por las mustias creencias de su ex marido, melindroso entecado gobernado por su apatía.
Y así descubrió que le sobraba imaginación; que había apetitos muy fáciles de satisfacer sin ese lastre de la monserga nupcial.
Se tardó un año en reorganizar sus recuerdos y convertirlos en ‘vida bien vivida’.
Lo segundo que hizo fue programar una cirugía estética para recuperar sus curvas, sobre todo las de las pompis, que la diabetes y el hastío le habían robado.
A sus 42 años andaba oronda, plena en sus libertades, colmada en sus apetitos y presumiendo su figura de curvas felices. A los 43 le dio por el desenfreno dionisiaco.
A los 44 hizo la tercera ‘cosa loca’ de su nueva vida, como si estuviera creando su propia versión del genio de los deseos y nadie le pudiera impedir nada: celebró un ritual de abundancia a base de melones muy finos traídos de algún paraíso exótico. Se comió trece, uno por cada millón de pesos que le quedaba del premio.
La cuarta cosa que hizo fue contra su voluntad. Estuvo hospitalizada tres semanas con un cuadro agudo de gastroenteritis y crisis diabética. En el vómito verde se le fueron los placeres recién recabados y el orgullo de sus curvas patrocinadas por la lotería.
También se llevó la quinta parte de su dinero. Sólo conservó en la boca, el estómago y la conciencia el recuerdo del dulzor asqueroso de los melones.
En las sesiones de terapia a las que acude (como la quinta cosa que decidió hacer con su albedrío de mujer renovada y rebelde), finalmente entendió dos o tres lecciones que le reacomodaron las certezas para asumir una vida verdaderamente suya.
La menos importante pero más clara es el repudio a los melones.
Piensa en ellos y se le revuelve el estómago. Lo mismo le ocurre con su exmarido.
Salvo eso, y la diabetes, sigue caminando la vida, luciendo feliz el encanto reencontrado y ahora escondido de su palmito.
Latido
Caminar ciegos sobre la cuerda, oscilar y sentir
el llamado del abismo. Caer.
Liberar en el edredón una bocanada de latidos.
Renacer.
Visión
Te vi desnuda.
Y una mirada nueva conmocionó mi mundo.
Hallazgo virginal
de mil primeras noches. Como un devajú del pasado.
Vértigo de un tiempo feliz, del instinto amoroso que se queda absorto en tu desnudez.
Convocando el placer que sana nuestras heridas.
Furor
Sentir el latido de la noche en el verbo que susurra un deseo sin pudor ni piedad.
Sincronizar la sangre, los humores y el gemido, liberar el placer lunático del celo rabioso.
Ser uno en la inspiración, la lujuria de la noche
y su furor de lenguas. Ser rocío.
Aviso
Siempre supe que vendrías. Lo sentí en los huesos
y el descontrol de la sangre.
Y sé que te fuiste sin mirarme.
Me lo avisó
la maldita nostalgia.
Cruento
Sin más compañía que el instinto
de ovejas en matadero, la madrugada
usa su mejor carta en la alienación
del insomne.
Y no es como la pintan.
Mito: ¿Tela fehaciente? Mitote: La fea siente. Mitote: La fe asiente.
El placer mide cadencia moral.
El placer,
mi decadencia moral.