El paso fronterizo que une Costa de Marfil con Burkina Fasso, al oeste de África, es una vieja caseta de madera y un retén de clavos oxidados. Serían pasto de la noche si no fuera por una bombilla que cuelga de la caseta como una víbora ahorcada. Alumbra poco. Lo suficiente para atraer a unos cuantos insectos y dar forma a un funcionario que registra con calma un par de visados. Ya no quedan viajeros a estas horas de la noche...

Observo esa caseta fronteriza y recuerdo sus mentiras. Cuando las tropas francesas ocuparon en 1919 la región del Alto Volta (Burkina Fasso), establecieron los límites con Ghana siguiendo la línea de un paralelo. Esa línea imaginaria dividió a pueblos milenarios como los dagari o los bisa, tribus que hasta entonces habían mantenido lazos estrechos de convivencia y ahora se veían envueltos en un orden desconocido.

La misma situación se repitió en toda África. Más de diez mil tribus fueron divididas a mediados del siglo XIX en cincuenta países, cincuenta excentricidades surgidas del capricho de los primeros colonos europeos que, desde entonces, empezaron a dar forma al capitalismo moderno.

En esa división quedaron atrapadas poblaciones que jamás se habían mirado a la cara, o lo que es peor, no podían mirarse sin sacar un cuchillo. Observo esa caseta con su funcionario soñoliento y su retén de clavos oxidados. La observo y comprendo la fragilidad de las fronteras. Están lejos de pertenecer a la naturaleza humana.

A los pocos minutos los frenos de un destartalado autobús rompen el silencio de la noche. Por el reflejo de las ventanas se puede distinguir la silueta de decenas de personas encajadas como un puzzle en cada centímetro cuadrado del interior del vehículo; sentadas, de pie, sujetándose unas a otras…

Poco a poco salen del autobús formando una fila de sombras pacientes. Es posible que el autobús viniera de Ouagadougou, la capital de Burkina, o incluso de Namey, en Níger, en cualquier caso un viaje de más de diez horas. Al abandonar la fila, cada uno de los pasajeros se acuesta con la misma paciencia junto a la carretera, en riguroso orden, para dormir.

En la mayor parte de África los autobuses no siguen un horario regular. Salen, sencillamente, cuando se llenan. No importa las horas que haya que esperar, circular con la mitad del pasaje es un lujo demasiado caro. Mientras tanto los viajeros aguantan estoicos sabiendo que nada puede cambiar esa situación. Lo aceptan sin más. Es su forma de vida. El tiempo es un concepto existencial que no vale ni un solo peso, y ¿por qué hacerse esclavo de algo que no tiene valor?

Al amanecer, frente a la caseta, empiezan a llegar los primeros comerciantes de frutas. Llegan, extienden una docena de mangos por el suelo y esperan. De nuevo esperan. No es extraña la fotografía de varias personas sentadas debajo de un árbol o frente a su pequeño negocio, jubilosas durante la mañana o calladas al mediodía, en el momento en que el sol golpea con más fuerza. Cuando no tienen compañía para administrar el tiempo, adoptan la posición de un escriba y ven pasar las horas en soledad.

Puede parecer una actitud de desidia y, sin embargo, es algo comprensible. En realidad hay pocas cosas que hacer: no hay tierras para cultivar, no hay ganado, industria… nada. Por otro lado es una simple cuestión de supervivencia. Las temperaturas llegan a sobrepasar los 50 grados y cualquier esfuerzo debe dosificarse al máximo. A ello se suman las múltiples enfermedades endémicas que asolan de forma constante la población.

Cada día es un juicio que determina la estancia del africano en el cielo o en la tierra. Un reto por superar. El futuro, en pocas palabras, es una broma. Los planes y los objetivos caducan con el atardecer y despertar para vivir un nuevo día es todo un regalo. De ahí la paciencia de todas estas personas que viajan en un autobús durante horas y horas, esperan filas y duermen en la carretera porque el conductor está cansado y así lo ha decidido. Todo es improvisado. Donde hoy encuentras una aldea de chabolas mañana sólo hay arena. Donde hoy encuentras un pequeño lago, mañana es tierra cuarteada.

¡El canto del mayo!

La tarde se mete a la acuarela y convoca a las almas de color para hacer peripecias de verdor en las alas de un pícaro que vuela; y un buen gato camina por la duela calculando la fuerza de su salto se inspira para llegar muy alto y caer al centro del boceto... es un gato con sino de amuleto que adora el color del sobresalto.

La acuarela abraza al invitado (pues caben todos en el arte) pero tiene cuidado y pone aparte al minino ansioso de bocados; y una musa de pelo colorado dibuja un paraíso de soslayo, un mundo que sirva como ensayo para vivir en paz la primavera y la vida se ofrezca placentera conjurando el gran furor de mayo.

Pero el arte requiere de arrebato y con mayo el aire pinta fuego, pinceladas de sol y su alterego que se instala a veces insensato; si las aves conviven con el gato es mejor que todo se concite pues la obra será la que se excite al mirar el regio resultado: un canto de color como legado... (si mayo no viene y lo derrite).

Cómico-mágico

“El 68 fue una lucha por la libertad. Esa lucha fructificó en la transición democrática impulsada por Zedillo. El régimen actual nada tiene que ver con el 68”. Enrique Krauze Historiador

Se pone denso el monero con tan difícil pregunta y toda respuesta apunta ¡empate de tres voceros!; y a fuerza de ser sincero -quitando fobias y ocio-, tal vez para hacer negocio conviene otro panorama: el de lanzar el programa la Carabina de Ambrosio.

68 y más...

A este gran intelectual ya le dio la calentura y en sus fiebres inaugura un delirio argumental; historiador tropical de seriedad que conmueve, a su lirismo lo mueve el héroe 68... un heredero muy mocho de ese PriPán que promueve.

Díaz Ordaz y ese muchacho son pródigos herederos del tiempo de granaderos que añora don Cucaracho; delirios de inicuo facho que sufre deschayotado, su obra es ese legado que traiciona la memoria: fabulador de la historia ‘hasta excesos criticados’.

Ensalza don ingeniero con su furor tropical al asesino de Acteal, demócrata de banqueros; por este gris heredero el corazón se le mueve y si en la historia se atreve a darle el 68... que ofrezca al pueril panocho su mejor 69.

El canto del chisme

En conclusión se destaca que en física no hay vacíos y si llegó el chismerío es porque abundan urracas; la caballada está flaca, perdida y agonizando, pero si vamos mirando resulta muy mala cosa que en esta crisis fachosa acudan a Ventaneando.

 

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