JUDAS
Me cae que por este rumbo no pasó Dios. No puedo decir que eso esté mal, pues gracias a Dios, o mejor dicho a su ausencia, a mí me va bastante bien, lo que sea de cada quien.
Mi familia y la de mi gente comemos con manteca y nos damos nuestros gustitos gracias al diablito que está en la entrada de los separos de la comandancia. Verdá buena que ese cabrón no nos falla, por eso le tenemos un buen de gratitud.
Nos ha ido tan bien con él que hasta han venido a verlo de otros pueblos para ver si es cierto que el pinche diablito les hace un milagro. Yo les digo que sí, que está bien que vengan, pero nomás me río porque la gente no solamente es pendeja y envidiosa si no que es fanática. ¿Dónde se ha visto que un chingado diablo sea buenaondita y ande de queda bien con los mensos creyentes? Esas cosas sólo pasan en el otro lado... ustedes me entienden.
Todavía no le he dicho a nadie mi plan, pero pienso que si le ponemos coco podemos sacarle buen provecho al fanatismo de estos tarados. Digo, todos los que vienen son compañeros de otras comandancias pero de plano son muy barcos y por lo tanto fáciles de embaucar. Por lo pronto se me ocurre organizar excursiones hacia la celda del diablo. ¡Ya me ví!
Yo, como jefe de este negocio, me voy a promocionar como el cabrón que logró encarcelar al diablo, y por lo tanto me tocará al menos el 70 por ciento de las ganancias, y al que se ponga pendejo lo doy de baja. A ver dónde encuentran algo igual a esto.
Pero este bisne sería aparte de lo que juntamos diario en la comandancia. Se los voy a dejar muy claro.
Les voy a dar una idea de lo que hablo porque de tanto runrún esto ya se hizo chisme. Les explico: en la entrada de los separos de la comandancia de policía, en la parte alta de la pared hay un diablito dibujado con gis. Sepa la madre desde cuándo está ahí, pero hace algunos años un viejillo que cayó al tambo por lujurioso me compartió un sortilegio, así le llamó él, a cambio de soltarlo. Me dijo que él era nahual y conocía cosas de magia que me ayudarían a ganar mucha lana. Me echó el choro que en su pueblo era chamán.
Le dije que me tenía que demostrar que su embrujo funcionaba o entre todos le íbamos a dar su calentada para que no anduviera faltándole el respeto a la autoridad. Él viejillo nadamás se rió y, será el sereno, pero cumplió y el tal sortilegio lo dirigió al diablillo de la pared.
Me explicó la dinámica que desde entonces sigo al pie de la letra: la autoridad del lugar, o sea yo, le pide a uno de los polis nuevos que haga tres pelotas de papel y le dispare al diablo apuntando a la cabeza. Si le atina a la primera, en menos de una hora caen tres o cuatro clientes de los buenos, de esos que tienen con qué pagarme un buen billete por salir rápido. Claro, no crean que me quedo con todo, de ahí le doy mochada a mi gente.
Si el tarugo novato le atina al diablito a la segunda oportunidad los que caen al tambo casi siempre son borrachos y pleitistas que como están bien jodidos pasan una noche de cajón en los separos y al otro día, muy temprano, salen a barrer las banquetas y conseguir aunque sea unas tortas y refrescos para los compañeros de la guardia.
Si el tiro acierta a la tercera los que llegan son los carteristas y malandros de siempre que nomás pasan a saludar y reírse de los polis que los apañaron -normalmente novatos tarugos-, me dejan una lana para las cocas y se van pues esos ya tienen otros arreglos a partir del porcentaje de sus ganancias del día y que se reparte en la noche con los jefes de las patrullas. Mis muchachos cubren otro frente del negocio pues no se trata de cargarle la mano al pingo con ambiciones grosera, ni, muchos menos, abusar de mi papel administrando justicia.
Los raterillos son gente muy desagradable y lacra que no vale la pena detener pues nadie los denuncia y por eso no duran entambados. Aunque mi teoría es que el chamuco no quiere competencia de pobres diablos.
Lo peor que le puede pasar a nuestro negocio es que el pinche poli novato no atine ninguno de los tres tiros y ahí sí que nos jode a todos.
Por eso le toca su buena dosis de putazos y mentadas más su baño con agua helada. Nomás puja de dolor el menso y hasta de diosito se acuerda, pero si ya sabe que por estos rumbos no pasó Dios, ¿qué trabajo le cuesta pegarle a la primera al pinche diablito?
PEDRO
A sus siete años Pedro sostiene convicciones espirituales que serían la envidia de tanto santo varón y líderes religiosos como hay en este mundo pecador.
Cada domingo acude con los compañeros del catecismo a su cita con la hora de liturgia y oración que imparte en su casa la siempre amorosa Conchita, su catequista.
Ella hace su labor con indulgencia pero también con disciplina y basa su éxito en una estrategia brillante por sencilla.
Todos los domingos a las 9 de la mañana recibe a un grupo cada vez más numeroso de niños que llegan para corroborar la promesa hecha el día anterior en el catecismo: un desayuno de chocolate espumoso, tamales de coco o fresa y pan de dulce.
Los niños sólo deben participar en el rosario colectivo y hacer una oración personal para aportar su granito de arena en la salvación del mundo y de paso disfrutar un desayuno.
El rosario es pan comido. Conchita practica con los niños un sistema que resuelve lo sustancial en un tiempo muy breve: en lugar de rezar 10 aves Marías pone a diez niños a rezar uno solo entre todos, el resto del grupo aporta los padresnuestros y tras cinco rondas muy rápidas, listo: ¡Habemus rosario!.
Lo siguiente es divertido y conmovedor y sirve como ritual de bendición del desayuno, o al menos eso es la intención pero de todos modos sublima la expectativa.
Cada uno de los niños debe hacer una oración personal y escuchar respetuosamente a los demás. Después pasarán a la mesa a disfrutar el desayuno. Las oraciones versan sobre los dramas cotidianos de los niños y sus familias. Pequeñas relevaciones que dejan entrever cuán inocente sigue siendo su mundo, o cuánto no. Claro, también están los que inventan pecados pues confunden orar con culpa y sufrimiento y terminan trompicadamente su relato a falta de alguna inspiración teológica que los saque del apuro. La inocencia se puede dar esas licencias, faltaba más.
También están los que, como Pedrito, abren su corazón y convencidos de su fe apuestan a ser escuchados por Dios y la propia Trinidad en este, su momento de encuentro.
Pedrito es un niño flaco y chaparrito de tez morena que disfruta las tertulias del catecismo y el desayuno dominical en la casa de Conchita.
Es el más chico de siete hermanos y tiene legítima curiosidad por los temas de la doctrina; se los toma muy en serio aunque obviamente no discierne discrepancias. Su fe se sostiene en la noción de un Dios bueno que hace milagros y ya.
Aquí se aclara que la fe de Pedro no resuelve el problema de sus permanentes mocos escurriendo como cera de las fosas nasales (o tal vez él no los considere un problema que requiera intervención divina), pero al pasar a decir su oración ésta es tan sincera y emotiva que se puede percibir en el ambiente un misticismo de canto gregoriano.
Con frases entrecortadas por la emoción y repentinas aspiraciones de la nariz para jalar el hilo de mocos, Pedrito ora: Querido Jesús, como sé que tú quieres mucho a tu mamita, y yo también a la mía, te pido que por amor a ella hagas el milagro de que desde hoy mi papá nos compre pan de dulce porque ya todos estamos chocados de que sólo nos compre bolillos. Prometo ser un niño bueno y llevarle flores a la virgen todos los domingos. También cuida a Conchita que hoy nos va a dar de ese pan tan rico...
Todo mundo se ríe, pero Pedro mantiene su furor místico y con el último jalón de mocos musita: Amén.
