Acabo de hablar con Erasmo y me confirmó que está por terminar su libro sobre Juan Costales, esa serie de casos locos de los que se comentó mucho hace más de tres años, en serio y en broma, y se llegó a cuestionar sobre su autenticidad. A mí me consta que el asunto es real y aunque tiene su lado misterioso y loco, lo cierto es que lo han choteado tanto que a veces más bien parece una leyenda urbana en la que caben todas las fantasías que le atribuyen algunos pseudo investigadores que han escrito sobre este tema sin rigor ni respeto. Erasmo es de los periodistas serios que se fue a fondo y averiguó todo lo que pudo. Justo me habló para cotejar conmigo algunos datos.

El expediente existe... bueno, más bien los expedientes -si así se le puede llamar a esa colección de recortes de periódicos, copias de dictámenes periciales de varios estados y testimonios recabados de un montón de lados por Erasmo y algunos colegas suyos-, pero hace tiempo que sólo sirve como atracción de la oficina y para entretener a los curiosos que acá llegan por montones. Hasta su altar con veladoras le pusieron las secretarias del Ministerio Público.

Así son las cosas en estos lugares polvorientos olvidados del presupuesto, el sentido común y hasta la realidad.

Lo de Juan Costales lo he contado ya muchas veces y ahora ya no me afecta, pero reconozco que al principio me costaba asimilar que las historias fueran reales y que estuvieran conectadas.

Claro, no era fácil darse cuenta y tuvieron que pasar varios meses para que un periodista muy chingón, Erasmo Rendón, que andaba buscando información de uno de los casos encontrara las coincidencias que después todos vimos tan nítidas y humillantes para nuestro ego de chismosos profesionales.

Erasmo venía del estado de Oaxaca y se trasladó a este pueblo para preguntar por los familiares de Juan, así sin apellidos. Un vendedor de periódicos, de unos 20 años, que mucha gente conocía de vista en una colonia popular pero del que nadie tenía más datos.

Resulta que ese Juan, el primero del expediente (entre comillas), murió en un accidente de tránsito al ser atropellado por un carro del servicio de Limpia Pública allá en Oaxaca. El vehículo se echó de reversa y no vio a Juan que estaba parado vendiendo sus periódicos. La muerte fue casi instantánea y ante un montón de chismosos.

Uno de ellos se acercó al muertito y tomó de su mano un costal con el que cargaba los periódicos; dentro había una bolsa de nylon con seis pañales sucios que probablemente Juan echaría al camión de la basura. También había un juguete pequeño de plástico que tenía escrito un nombre: Martín.

Alguien le dijo al periodista que al parecer la familia de Juan era de Yolomecatl, Oaxaca, por lo que viajó para allá para intentar llevar la noticia a los familiares, como un gesto humanista pero también por curiosidad pues no le quedaba claro quién era Martín ni el por qué de los pañales y el juguete. Pero de ese pueblo lo mandaron para acá.

Sobre el Juan voceador no logró averiguar nada, pero al cotejar actas de nacimiento y defunción en el Registro Civil de acá del pueblo, grande fue su sorpresa al darse cuenta que el mismo día y casi a la misma hora de la muerte del vendedor de periódicos, en un pueblo de acá cerca murió un niño de siete años que fue arrastrado por las aguas de un río que se desbordó a causa de las lluvias y también era conocido como Juan.

Erasmo obtuvo el resto de la información de la hemeroteca municipal; ahí encontró un reporte escueto de la tragedia. Al parecer era un niño de la calle que algunos vecinos identificaron como alguien que cotidianamente caminaba rumbo al río llevando un costal. Sabían que se llamaba Juan, pero nada más.

La información ya era intrigante, pero el dato que conmocionó al periodista fue constatar que en el costal iban seis pañales sucios y un juguete pequeño de plástico con un nombre: Martín.

A partir de ahí el ‘primer caso’ cobró relevancia como premisa de lo que el periodista consideraba una potencial gran historia. Bueno, digo primer caso por intentar darle un orden a las cosas, pero no teníamos más datos ni claridad. Por cierto, como a mí también me llamó mucho la atención el asunto, le eché la mano a Erasmo pidiendo información en otros Ministerios Públicos y servicios forenses de varios estados mientras él hacia lo propio con sus contactos de periodistas del país.

Por esa razón me hice amigo de Erasmo y hasta la fecha seguimos intercambiando información de los casos para el libro que está escribiendo.

Él, con su instinto y buenos oficios, encontró un nuevo hilo que yo le ayudé a jalar comprobando la información forense que su planteamiento requería.

Por su intuición de dirigir la búsqueda a la misma fecha de los accidentes de los otros dos Juanes, 20 de mayo de 2021, fue un poquito menos difícil encontrar el tercer caso. Un hombre de 37 años cayó a un barranco en un camino agreste por el rumbo de San Juan de los Lagos, en el estado de Jalisco.

A él tampoco hubo quien lo reconociera y sólo se pudo saber su nombre gracias a una foto que traía en la bolsa de la camisa; ahí aparecía vestido de mariachi y cargando un niño como de tres años. La foto llevaba una dedicatoria en el reverso: ‘Con amor para mi hermanito Martín. De Juan’.

A Erasmo le pareció que este caso sólo era una coincidencia (y tenía ganas de que así fuera para detener algo que ya le sonaba absurdo) pues en el reporte del levantamiento del cuerpo no se consignó el tema del costal, pero transcurridos 15 días un colega le avisó que el costal fue recuperado después, casi por casualidad, pues quedó depositado más al fondo del barranco. El contenido eran pañales sucios y un juguete de plástico con el nombre esperado: Martín.

Como imaginarán, la cosa se puso de locos para Erasmo, y un poco para mí, porque éramos testigos de algo que rayaba en lo imposible. Por eso me dio tanto coraje el manoseo que hicieron con las historias y el trabajo tan profesional de mi amigo, pasado el tiempo.

Erasmo tuvo una corazonada, la probó y acertó. Pidió ayuda a periodistas de otros países y les compartió los elementos para la búsqueda en sus propias hemerotecas a partir de tres datos: Fecha, hora aproximada, entre las 12:30 y 2:00 pm (en ese momento ya sospechaba que los decesos habrían ocurrido simultáneamente), de accidentes de hombres de cualquier edad que se llamaran (o les dijeran) Juan, y portaran un costal. Así, a partir de su instinto de reportero, creó una red de búsqueda que sonaba absurda y llena de despropósitos pero que aportó datos interesantes que posteriormete desmenuzó con paciencia. Claro, hubo mucha información sin conexión alguna y las confusiones naturales en algo tan elemental como el cambio de horario en otros países, por ejemplo.

En lo que él buscaba la aguja en el pajar a mí me llegaron datos de un nuevo Juan Costales que ‘apareció’ en un cementerio en Janitzio, Michoacán. Mi contacto rescató la historia de un periódico de Morelia que la publicó entre los reportajes especiales de Día de Muertos, con un enfoque literario y fantasioso, pero que no incluía la fecha del deceso.

Con los datos de la publicación hablé al Servicio Forense del estado y confirmaron que la fecha del deceso era la misma que la de los otros Juanes.

Le compartí el dato a Erasmo y reaccionó raro, como si el asunto le emocionara de una manera insana. Al parecer ya nada le sorprendía... o mi amigo se estaba volviendo loco.

Me dijo que viajaría a Michoacán para documentar todo, pero antes me contó lo que un colega en Portugal le reportó. Un hombre de 63 años falleció de hipotermia a la orilla del camino de la ruta de pregrinos que sale de Portugal a Santiago de Compostela, en España. Viajaba solo y cargaba un costal de pañales sucios. El juguete de plástico con el nombre de Martín lo llevaba en la mano izquierda pero estaba roto e inservible.

En el pecho tenía tatuados el rostro de un niño y un nombre: ‘Juan Costales’.

Con este caso, Erasmo y yo tuvimos claro que seguramente habría más Juan Costales regados por el mundo a la misma hora de un mismo día y en similares circunstancias, y eso nos hizo entender nuestra pequeñez para asimilar o medianamente comprender un misterio tan complejo para lo cual carecíamos de instrumentos de análisis que explicaran por qué ocurrieron así los casos, enlazados, ni mucho menos para predecir una situación similar. Por lo tanto tendrían que ser coincidencias extraordinarias y ya. Por nuestra paz mental.

Antes de viajar a Janitzio, Erasmo cambió de opinión, probablemente por experimentar algún tipo de epifania o Dios sabe qué, pero al revisar los datos de la cronología y ver las fotos de la escena del deceso, entendió que este Juan era el último y descartó las coincidencias. Claro, tampoco podía explicar cómo se conectaban los casos, más allá de lo obvio (nombres, género, el costal, el juguete, etc.), pero él estaba convencido.

Desde allá me llamó por teléfono y me dijo algo que me pareció ya muy paranoico. Según él, estaba seguro que si le hicieran el análisis de ADN a los cuerpos el resultado arrojaría que los cinco Juan Costales eran la misma persona... Pensando en que quisiera encargarme a mí esa tarea simplemente le dije que nadie iba a autorizar exámenes tan caros por una premisa tan absurda.

Lo percibí resignado, pero antes de colgar me explicó cómo murió el Juan Costales de Janitzio. Ocurrió en el cementerio. Era un anciano de unos 85 años que sufrió un infarto estando sentado frente a una tumba muy vieja. En las rodillas del cadáver reposaba un costal roído en cuyo interior se encontraban seis pañales sucios y un libro de poemas con el título: Juan Costales. Entre las hojas del libro estaban cuatro fotos: Un niño, un joven, un mariachi y un anciano, todos muy parecidos entre sí. Eran los otros Juan Costales.

En la lápida se alcanzaba a leer un nombre y un epitafio cincelados: ‘Perdónanos, hermoso Martín. Mereces un cielo solo para ti, niño lindo’.

Y una multitud de mariposas volaban sobre la tumba honrando el adiós del último Juan.

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