Incluso la mejor democracia, jamás será perfecta, ventaja que le permitirá siempre evolucionar y mantenerse acorde a su tiempo. En el caso de México, a pesar de los logros sociales y democráticos, se ha descuidado la capacitación destinada a la formación de cuadros políticos, que garanticen la profesionalización de la clase política, y por tanto, de la vida pública del país.

La inexperiencia, falta de sensibilidad y apego a la ocurrencia de algunas y ciertos neopolíticos en activo, que deben su encargo a la suerte, a los afectos que poco o nada tienen que ver con la meritocracia, no hace más que abonar al demérito de la política, del gobierno y de sus instituciones, al tiempo de alejar a la ciudadanía de la participación en los temas que como sociedad nos son comunes; realidad que se complica ante el fenómeno que Zygmunt Bauman, denominara –sociedad líquida–, en la que la estructura social es inestable, de forma cambiante y altamente cuestionante, cuestionable e imperdurable; con un apego a la inmediatez que anula la visión de mediano y largo plazo; es decir, perdiendo toda solidez al comportarse de manera análoga a los cuerpos líquidos, sin forma ni conducta estable.

Nuestra sociedad, principalmente la juventud, está acostumbrada a lo efímero, al cambio constante, con una apertura natural a ideas y movimientos globales, pero con mínimos compromisos locales y comunitarios; fenómeno del que no escapan ni los actores, ni los sectores de la clase política y gobernante, cuando son los primeros que deberían observar el suceso y actuar en consecuencia, dada su vocación e injerencia en los temas que impactan sobre la vida de los demás.

La solución estratégica a dicha circunstancia es retomar seriamente la práctica de formar, de forjar mejores perfiles, “cuadros” que en el mediano y largo plazo solidifiquen el desempeño de las instituciones públicas con el soporte de mejores profesionales al frente de ellas, que permita resarcir el descrédito de la política y de quienes participan de ella.

Para lograrlo, mucho de la responsabilidad recae en los institutos políticos, pero igualmente las y los gobernadores y titulares de despacho de las principales carteras del poder ejecutivo, legislativo e incluso el judicial, tienen la oportunidad de abonar en la formación didáctica, ideológica y política que eleve el nivel y seriedad del debate y ejercicio público, al dotar de perfiles adecuados para cada uno de los espacios de la administración y función pública; lo cual no excluye a las dirigencias de los partidos políticos, derivando en beneficio de toda la sociedad, al fortalecerse como tarea colectiva, orientada a enriquecerse con la participación de la ciudadanía.

Hablar de transformación nacional, requiere ineludiblemente de mujeres y hombres que privilegien la ética y el conocimiento, y cuyas acciones reivindiquen a los partidos en su tarea fundamental de organización, capacitación y acción política, en apego a sus principios, a sus documentos básicos, fuera del pragmatismo y vorágine por la inmediatez en la búsqueda de resultados electorales a costa de lo que sea y con quien sea.

No se trata de anular la posibilidad que cada ciudadana o ciudadano tiene de votar y ser votado; existen casos ejemplares de habilidades y liderazgos natos, cuya percepción, dominio y sensibilidad hacia los temas sociales les califica para ejercer posiciones de relevancia en la acción política, pero incluso en estos casos, los resultados se potencian con el soporte teórico-práctico que termine de pulir la brillantez de dichos personajes; pues aceptar un cargo, una posición pública para la que no se está capacitado, en la que no se tiene experiencia es, por decir lo menos, una deshonestidad.

POR: Carlos Tercero / 3ro.interesado@gmail.com

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