Ingeniero mecánico, experto motociclista, incansable viajero, dueño de uno de los talleres de más prestigio en Cuernavaca, constructor de su propia casa, enamorado de su mujer y de toda su familia, es el ingeniero don Enrique Sosa Olea, quien nació el 14 de marzo de 1949 en una clínica de la Ciudad de México y a los tres días fue registrado como cuernavacense. Dice que para él lo que vale es donde vivió, no donde nació.
Su padre fue el Cirujano Dentista Manuel Sosa Breitwiser y su mamá es la señora Esperanza Olea, ama de casa y a sus 90 años está lucida y goza de buena salud.
Nos contó de su abuelo quien era campechano. Recibió una beca para estudiar química en Alemania y ahí se casó con la señorita Breitwiser. Llegaron a México el día que hundieron el barco petrolero: El Potrero del Llano, cuando México entraba a la segunda guerra mundial. No los dejaban desembarcar en Veracruz y se fueron a Campeche de donde era su abuelo. La abuelita tenía paludismo y su hijo, que era médico, le recomendó que fuera a Cuernavaca para recuperarse.
El papá hizo su servicio social en Tetecala, Morelos. Ahí conoció a su mamá, Esperanza Olea se casaron y tuvieron 4 hijos: Enrique, Elsa, Manuel y Carlos. El mayor se recibió de Ingeniero Mecánico, Elsa estudió contabilidad y ahora es ama de casa, Manuel es un famoso empresario restaurantero en Estados Unidos y Carlos, quien también vive allá, trabaja en el negocio de bienes raíces.
Nos cuenta que su padre los llevaba a nadar a Palo Bolero, mientras su mamá preparaba las tortas que colocaba sobre el mantel con el frasco de chiles y nunca faltaban las “cocas”. También iban a Tetecala y a las huertas de Coatlán del Río, donde hasta se enfermaban de comer tanta fruta, hasta que el padre les daba un grito que los paralizaba, pues sabían de lo estricto que era.
Después del grito, sabían lo que les esperaba y se iban a refugiar con su madre. Al pasar unas horas se volvía de lo más cariñoso. Doña Esperanza también era estricta pero tierna. Les enseñó a querer y respetar a la gente, a tener convicciones firmes y luchar por sus principios. Con ella aprendieron a estudiar y a trabajar y fue quien los hizo comportarse como personas de bien.
Enrique estudió en la Escuela Evolución con el maestro Agustín Güemes y la secundaria en la Froylán Parroquín, donde conoció a Adriana Sedano y siempre se acordaba de ella.
Cursó la preparatoria del Estado en la avenida Morelos y en 1970 se fue a la Ciudad de México a estudiar la carrera de ingeniero, en la Facultad de Ingeniería Mecánica de la UNAM, donde recibió su título de Ingeniero Mecánico.
En 1972 se volvió a encontrar con Adriana Sedano, se hicieron novios y en 1974 contrajeron nupcias. Procrearon una hija y un hijo que son: Adriana y Enrique. Ella tiene 42 años y él 40, además de tener 5 nietecitos de Enrique y su esposa Shara Kemeny. Los nietos son su locura. Su hijo terminó su carrera como Chef de cocina en la Universidad Anahuac, al igual que su esposa Shara y trabajan en importantes puestos en Phoenix, Arizona. Y Adriana es Diseñadora Gráfica, trabajó en la compañía Pons y ahora en un despacho de diseño. Está casada con el arquitecto Manuel Trejo y viven en Monterrey.
El primer trabajo del ingeniero Sosa fue el de Analista de Campo en la Operadora Nacional de Ingenieros en la Ciudad de México.
De regreso a Cuernavaca se fue a laborar como jefe de planta, a la Manufacturera Gráfica Mexicana, donde se producían las láminas para el Sistema Offset.
Lo llamaron a trabajar a la Siderúrgica Lázaro Cárdenas en Michoacán y en 1978 tomó la decisión de independizarse, por lo que abrió su propio taller mecánico en Cuernavaca, el que se llamó: A. S. Automotriz, ahí trabajó diez años en la reparación de automóviles, en mecánica en general, hojalatería y pintura. Su taller contaba con el primer laboratorio electrónico para hacer afinaciones que hubo en Cuernavaca; diez meses después el taller de la Ford Motor Company trajo sus propios laboratorios electrónicos.
Diez años después, cambio su taller de domicilio porque ya era muy pequeño para el trabajo que tenía y lo puso en la Avenida Emiliano Zapata, donde estuvo 32 años más, hasta que en el mes de marzo de 2019 cerró su negocio y se jubiló, para dedicarse a su más grande pasión que es el Motociclismo de Turismo.
Con su motocicleta BMW ha recorrido todo el País y sólo le falta las dos Californias: la norte y la sur. Nos cuenta que tienen un club de compañeros en el cual sólo llevan motocicletas BMW y se llama Moto club BMW de Morelos. Siempre salen en grupo por toda la República y algunas veces al exterior. Este club fue el primero en ser registrado por la planta BMW en la República Alemana.
En el Estado de Morelos se logró traer la primera Convención Internacional de Motocicletas de la Compañía Alemana BMW, donde asistieron clubes de todo el mundo.
Siempre que salen en sus motocicletas BMW llevan el equipo completo: guantes, casco, botas y traje de seguridad. Nos aclara que el traje que antes usaba era de piel, pero sacaron una tela muy resistente que no se caliente en el verano ni se enfría en el invierno como lo hace la piel. Estos materiales son sintéticos y mucho más livianos.
Nos menciona los nombres de algunos de sus compañeros con los que formaron el club, y entre ellos habla de Enrique Barting, Rogelio García, Alejandro Mojica, Javier Iñiguez y varios más.
Han viajado por casi toda América, desde las Cataratas del Niagara del lado canadiense, por todo el Este de ese País; que aunque la mayor parte de las cataratas están del lado estadunidense, las de Canadá son más hermosas. Conocieron Bancouver, Ottawa, Toronto y los pequeños y pintorescos pueblos con sus árboles de Maple y sus hojas en distintos tonos de café.
Llegaron hasta Nueva York y otras partes de Estados Unidos, pasando por las Carolinas del norte y del sur, las que son dignas de visitar, llegando hasta Nueva Orleans y a través de Brownsville, Texas, de regreso a México por Matamoros.
Nos cuenta que en Chihuahua al ver la Barranca del Cobre, se sintió muy orgulloso de su México al compararlo con el Gran Cañón en Arizona, pues no sólo tiene una extensión superior, sino que es dos veces más profunda que la estadunidense.
Enrique se acaba de retirar y se queja de que entre los arreglos de las motocicletas de sus amigos y de su casa, no tiene descanso. “En el taller había trabajo pero lo hacían mis mecánicos. Ahora todo lo hago yo”, se queja riéndose.
El Ingeniero Mecánico Enrique Sosa Olea, es un hombre honesto y respetuoso. Un ser querido por su familia, sus clientes y sus amigos, es reconocido por su bonhomía en toda Cuernavaca.   

Por: Rafael Benabib / rafaelbenabib@hotmail.com
 

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