Por esas cosas que tiene la vida, cuando el Torneo Clausura 2020 del balompié mexicano atravesaba su mejor momento, cuando prácticamente todos los equipos (excepto el Monterrey) todavía tenían esperanza de Liguilla y estábamos disfrutando encuentros electrizantes, por causas de fuerza mayor, ya por todos conocidas, repentinamente se tuvo que suspender, sin saber a ciencia cierta cuándo se podrá reanudar.
Sin temor a equivocarme, el equipo que mejores partidos había brindado en las diez fechas disputadas eran los Pumas. Y díganme ustedes si no, el 16 de enero nos regalaron una verdadera feria de goles cuando empataron a cuatro tantos, en la ciudad fronteriza, visitando a los Bravos de Ciudad Juárez.
Después, el 15 de febrero, en la bombonera de Toluca, en un duelo con fluctuaciones en el marcador, terminaron por vencer a los choriceros al son de dos goles por tres.
Y finalmente, en sinigual encuentro, regalándonos una joya balompédica, en Ciudad Universitaria, igualaron a tres con las Águilas de Coapa, en lo que a algunos les ha dado por llamar el “clásico capitalino” (a mi no me gusta decirle “clásico” al Pumas vs. América, porque no lo quiero bajar de categoría).
El equipo representativo de nuestra máxima casa de estudios, por fin, ha recobrado la mística. Ese estilo de juego que se basa: en el pundonor, la entrega y el amor a la camiseta.
De la mano de José Miguel González Martín del Campo, mejor conocido en el mundo del fútbol como “Michel” (a quien tuve el gusto de arbitrarle cuando vino a jugar para el Celaya, junto con Butragueño y Hugo, hace algunos ayeres) se consumó el prodigio.
Me parece que poco crédito le han otorgado los medios a Chucho Ramírez quien, con su ojo clínico para seleccionar a las jóvenes promesas, seguro, estoy, contribuyó con algo más que su granito de arena para la transformación de la escuadra estudiantil.
Y eso de “seguro estoy” es un decir y una opinión, porque, les voy a compartir una confidencia. Resulta que, hace un par de semanas, le mandé un mensaje de whats a Jesús Ramírez, solicitándole conversar con él, para así, conocer los pormenores del santo milagro felino; sin embargo, ¡Me dejó en visto!, sí, con dos palomitas azules.
Es muy lógico y probable que, con sus múltiples ocupaciones, no tuviera el tiempo y la atingencia de responderme. Existimos personas que “pa arriba volteamos muy poco”; mientras que hay otros, que … “pa abajo … no saben mirar”.

Por: Eduardo Brizio / ebrizio@hotmail.com

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