Menudo relajo se ha armado con el proceder del silbante Francisco Chacón, durante el partido de Cuartos de Final de la Copa Mx, celebrado en el Coloso de Santa Úrsula, disputado entre América y Chivas.

Resulta que, ante los reclamos del “consorte de la liendre” desde el banquillo, el colegiado le respondió mofándose, imitando y ridiculizando los movimientos que realizaba el técnico americanista.

No conforme con ello, también fue sorprendido por las cámaras televisivas mientras empleaba un lenguaje de carretonero al referirse a los futbolistas, cuando fácilmente se le podían leer los labios.

Esta triste situación ha provocado, por un lado, que el ‘Comité de Penas’ inicie una investigación que, seguramente, terminará con una severa sanción para el nazareno y por el otro lado, una reacción exacerbada de la gran familia del futbol, desatando la polémica.

Así, todo el mundo tiene una opinión al respecto y no han faltado aquellos que afirman que desde siempre han ocurrido este tipo de conductas dentro de una cancha de futbol.

Por mi parte, y sin pretender hacer leña del árbol caído, me permito reprobar la pueril actitud del silbante en turno, al tiempo que afirmo que quien ostenta la autoridad debe poner el ejemplo; así como, tratar con educación y respeto a propios y extraños, para poder exigir el mismo comportamiento hacia su persona.

En mi experiencia como árbitro, por supuesto que llegaron a existir lamentables situaciones como las que repruebo; sin embargo y lejos de los que muchos imaginan, no eran la constante; sino, la excepción.

Como “hombre de negro” fui muy apegado a la regla. Al principio de mi carrera, al recibir un insulto mostré sin piedad la tarjeta roja, hasta que me empecé a encontrar con la frecuente (y cobarde) negación de los infractores, lo que ponía en tela de juicio mi dicho. Fue entonces que, orillado por la cruel realidad, opté por, dependiendo de las circunstancias, mostrar mi versatilidad.

Bueno sería asegurar que jamás fui yo quien inició el intercambio de ofensas. Justo sería también reconocer que el recibir un insulto, no te autoriza a responderlo y te convierte en un majadero más.

Sin embargo, las ocasiones en que fui agraviado nunca regresé a casa con el insulto a cuestas. O mostré la tarjeta roja, o, descendiendo varios peldaños lo contesté.

Es cierto que en esas contadas ocasiones malbaraté mi calidad de autoridad; pero revaloré mi condición de ser humano, respetando siempre… los códigos no escritos del futbol.

Reglas y reglazos
Eduardo Brizio
ebrizio@hotmail.com

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