En el corazón de Caxias do Sul, una ciudad serena en la Serra Gaúcha de Brasil, un aula de preescolar se convirtió en escenario de una pesadilla que ha sacudido a la nación. El 18 de agosto pasado, Leonice Batista dos Santos, una profesora de 49 años con seis años de experiencia en la Escuela Infantil Xodó da Vovó, levantó una pila de libros no para enseñar, sino para infligir dolor. Su víctima: un niño de apenas cuatro años, cuya risa infantil se transformó en llanto de terror ante los ojos aterrorizados de sus compañeros.
Este acto de brutalidad, capturado por cámaras de seguridad, no sólo dejó al pequeño con un diente perdido y seis más en riesgo de caer, sino que expuso las grietas profundas en el sistema educativo, donde la vulnerabilidad de los niños debería ser sagrada.
Imaginemos la escena: un salón lleno de colores vibrantes, dibujos en las paredes y el bullicio inocente de la infancia. Los niños, sentados en sus bancas de madera, esperan una lección. Pero en lugar de palabras amables, Batista dos Santos, visiblemente alterada, agarra los libros y los descarga con fuerza sobre la nuca del niño. El impacto lo proyecta hacia adelante, golpeando su rostro contra la mesa. El llanto inmediato es ensordecedor; sus manitas se llevan a la boca ensangrentada, mientras la profesora lo insulta y lo arrastra al baño, ordenándole "lava tu boca".
Lo que siguió fue peor: una mentira descarada a los padres, alegando una "caída accidental". Pero la verdad, grabada en video, no miente. Un examen odontológico reveló el daño: el niño ahora sólo puede ingerir comidas pastosas a través de un popote, su sonrisa infantil marcada por el trauma físico y emocional.
La indignación se propagó como un incendio forestal. En redes sociales, miles de voces se unieron en repudio. "Isso não é educação, é crime!", clamó un usuario en X, resumiendo el sentir colectivo.
La escuela, horrorizada, despidió a la profesora por justa causa inmediata y denunció el hecho ante la Delegacia de Proteção à Criança e ao Adolescente (DPCA).
La policía actuó con rapidez: Batista dos Santos fue arrestada preventivamente el 22 de agosto en Palmeira das Missões, mientras intentaba huir de la ciudad.
Ahora enfrenta cargos por maltrato agravado con lesiones corporales graves, y las autoridades no descartan calificar el acto como tortura, dada la vulnerabilidad del menor.
Pero este no es un incidente aislado. Fuentes revelan que otras familias han denunciado maltratos previos por parte de la misma profesora en 2024, incluyendo agresiones verbales y físicas a otros niños.
La defensa de Batista dos Santos busca un laudo psiquiátrico para argumentar atenuantes, pero la jueza Rosaura Marques Borba lo ha rechazado inicialmente, destacando la gravedad del acto: "Una acción contra un ser indefenso, en un lugar que debería ser de protección".
Mientras tanto, el niño y sus compañeros reciben apoyo psicológico, un bálsamo insuficiente para las cicatrices invisibles. Su madre, en una entrevista conmovedora, compartió: "El trauma va a quedar para siempre. ¿Cómo explicas a un niño que quien debía cuidarlo lo lastimó?"
Este caso destapa una realidad alarmante en Brasil y más allá: la violencia en entornos educativos persiste, a menudo oculta tras puertas cerradas. En un país donde la protección infantil es ley, ¿cómo una educadora con "completa confianza" del personal llega a este punto? Organizaciones de derechos humanos exigen reformas: protocolos más estrictos de selección, evaluaciones psicológicas regulares y mayor vigilancia en aulas.
En Facebook, páginas comunitarias y grupos de padres han viralizado el video, llamando a una "revolución de la ternura" en las escuelas.
Al final, esta historia no es sólo sobre un golpe; es sobre la traición a la inocencia. En Caxias do Sul, un niño de cuatro años nos recuerda que la verdadera educación comienza con el respeto. Que este repudio colectivo impulse cambios, para que ningún aula vuelva a ser un campo de batalla. La justicia debe ser swift y ejemplar, no solo por este pequeño, sino por todos los que confían en que sus maestros sean guardianes, no verdugos.
