Cuando Pancho Villa se sentó con Emiliano Zapata en las sillas presidenciales de Palacio Nacional, para tomarles la famosa foto el 6 de diciembre del 14, quiso enviar tres mensajes a la opinión pública: que él era el hombre más poderoso del momento, que se había ganado el honor de sentarse en la silla que representaba la máxima autoridad del país y que era candidato a la presidencia. Pero la verdad es que estaba fingiendo porque ninguna autoridad le pidió que se sentara en esa silla; además, Villa no tenía la capacidad política para gobernar el país; fue un desplante repentino de Villa sentarse en la silla presidencial, cuando después de presenciar el desfile de las tropas revolucionarias desde el balcón de honor de Palacio Nacional, se dirigió acompañado de Zapata al comedor a degustar de una comida que les servirían en su honor y al pasar frente a las sillas Villa le dijo a los fotógrafos que le tomaran esa foto sentado junto a Zapata. El presidente de la república en ese entonces era el general Eulalio Gutiérrez, quien había sido electo unánimemente en el mes de noviembre, en la Convención Revolucionaria de Aguascalientes, donde estuvo Villa y votó por él; Zapata no asistió a dicha convención, pero sus representantes votaron por Gutiérrez, quien en el momento en que a Villa y a Zapata les tomaban la foto, él los esperaba en el comedor. Testigos presenciales de esa foto aseguran que Villa le dijo a Zapata: “Siéntate, a ti te toca”, pero Zapata le contestó: “A mi no me interesa la política, lo que me interesa es devolverles las tierras a los campesinos”; a pesar de esta inoportuna respuesta, Zapata se sentó de mala gana en una de esas sillas porque la consideraba maldita y de mala suerte, y alguna vez comentó que debían quemarla. En la foto se ve a un Villa eufórico y a un Zapata serio o molesto.

Cuando Villa arribó a la ciudad de México el 28 de noviembre de 1914, ostentaba el cargo de jefe del ejército del nuevo gobierno nacional, nombramiento que le había otorgado en la Convención de Aguascalientes el presidente Eulalio Gutiérrez; es decir, Villa ya no era jefe de la División del Norte porque este regimiento constitucionalista fue desintegrado en dicha convención para dar paso a un nuevo ejército nacional que comandaba Villa, integrado en su mayoría por los dorados villistas y los zapatistas que se le unirían en la capital. Es decir, el jefe de Villa era el presidente Eulalio Gutiérrez; y en lugar de respetar su investidura presidencial Villa llegó a la capital con la intención de desconocerlo, es decir llegó para atropellar con su fuerza bruta al nuevo gobierno legítimo constituido en la Convención de Aguascalientes, y lo hizo manifiesto en el Pacto de Xochimilco, donde involucró a Emiliano Zapata en el trato que ambos caudillos hicieron para formalizar su alianza con el acuerdo de desconocer a Eulalio Gutiérrez, para nombrar en su lugar a otro presidente. Este pacto fue un golpe de estado que se fraguó en Xochimilco como propuesta de Villa y secundado por Zapata. Y cabe hacer mención que cuando Villa y Zapata hicieron su pacto en Xochimilco, en Palacio Nacional se encontraba el presidente Gutiérrez, quien ya sospechaba que sería traicionado por Villa con la anuencia de Zapata. Cuando Villa y Zapata se sentaron en la mesa para degustar del banquete junto con Eulalio Gutiérrez, este ya tenía contados sus días como presidente de México, teniendo a sus lados a sus victimarios como puede verse en las dos famosas fotos que existen del banquete, donde se ve a un Villa optimista y a un Zapata corto de ánimo.

La presencia de Pancho Villa y sus dorados en la capital del país fueron dos meses de terror, contrario a lo que los capitalinos esperaban. Berta Ulloa, historiadora de El Colegio de México, en su libro “Historia de la Revolución Mexicana”, Pág. 62, refiere: “A raíz de la entrada del ejército convencionista a la capital, se desató una ola de aprehensiones, plagios, ejecuciones y confiscaciones por cuestiones políticas,… continuaron con la era de terror y, para el 15 de diciembre se calculó que el número de personas ejecutadas fluctuaba entre 40 y 150. De la mayoría de los crímenes fueron responsables los villistas Tomás Urbina, Rodolfo Fierro y sus secuaces. José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán, miembros del gobierno convencionista y testigos de los hechos relataron: Noche a noche los villistas plagiaban a vecinos acaudalados, fusilaban por docenas a pacíficos desconocidos y era notorio que cada mañana en el propio carro de Villa, se repartían los anillos, relojes y carteras de los fusilados la noche anterior. Entre los fusilados por órdenes de Villa, estuvo David Berlanga, por expresarse duramente de algunos villistas, al que Fierro aprehendió y ejecutó en al cuartel de San Cosme. Otra víctima fue el periodista Paulino Martínez, infamemente sacrificado también por Fierro porque había criticado a Madero en La Voz de Juárez. Además, el propio Fierro fusiló por su cuenta y gusto 20 zapatistas. Por otra parte, Guillermo García Aragón (funcionario convencionista)

fue ejecutado en el cuartel de la Estación Colonia por mandato de Zapata… Para Vasconcelos todos esos crímenes se derivaron del trato de rufianes, compadrazgo de fieras… con prenda de sangre humana que fue el Pacto de Xochimilco; el mal estaba arriba, en los jefes. Eulalio Gutiérrez añadió… todas las desapariciones y ejecuciones se atribuyeron a los perversos villistas, la verdad era que nadie podía contra Zapata ni contra Villa”. Sergio Valverde en su libro “Apuntes de la Revolución…”, Pág. 159, agrega: “Los convencionistas estaba heridos de muerte. Ahora era Antonio Barona el que saliendo del Teatro Apolo asesinaba a un taquillero; seguía con el general villista Francisco Estrada asestándole terrible puñalada, y remata tiroteando con sus secuaces la residencia del Gral. Roque González Garza, que había asumido la presidencia del gobierno de la Convención”. Con respecto a Barona, mi informante ex zapatista Francisco Gutiérrez Rosales (18931984) me dijo: “Barona se echó a perder en la ciudad de México”.

Con el pacto de Xochimilco y los dos meses de terror en el D.F., se derrumbó el regimen de Eulalio Gutiérrez, quien tuvo que salir huyendo de la capital, consumándose de esta forma el fracaso del gobierno que se había constituido legalmente en Aguascalientes, lo que ocasionó que Venustiano Carranza aprovechara esta ruptura para ocupar a mediados de 1915, el cargo de presidente provisional de la República mexicana.

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