Cuenta la triste historia de amor de dos jóvenes Aztecas, llamados Xóchitl y Huitzilin, quienes estuvieron unidos por el amor desde que eran pequeños, siempre compartieron juegos y los paseos por el pueblo. 

Cuenta  la leyenda que todas las tardes subían a la montaña dedicada a Tonatiuh, el dios azteca del sol. En cada visita colocaban de ofrenda ramos de flores. En ese sitio fue donde juraron amarse por siempre bajo cualquier circunstancia, incluso la muerte.

Un día, la guerra llegó y Huitzilin, como buen guerrero, tuvo que separarse de su amada para defender las tierras aztecas. Después de un tiempo, Xóchitl recibió la noticia de que su compañero había muerto.

Hundida en un profundo dolor, la bella mujer pidió al dios Tonatiuh que la librara de su sufrimiento y la reuniera con su amado.

El dios del sol, agradecido por las ofrendas que los jóvenes llevaban a su montaña, decidió cumplir la petición: dejó que sus rayos cayeran sobre Xóchitl, en el momento en que su piel se iluminó, la chica se transformó en una flor de color amarillo intenso, como la luz del mismo sol.

Unos minutos después, un colibrí se posó en el centro de la flor. La historia nos dice que era la reencarnación de Huitzilin, por lo que, al hacer contacto con la planta, ésta abrió sus 20 pétalos liberando un aroma intenso.

Siguiendo la orden de Tonatiuh, el amor de los dos jóvenes aztecas permanecerá mientras haya colibríes y flores de cempasúchil (cempoal-xochitl, veinte-flor) en los campos mexicanos.

Colaboración: Edith Antonio Olea
Jardín Etnobotánico del Centro INAH Morelos.

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