Una tarde cualquiera, miras el calendario y te preguntas en qué momento ya es junio. O recuerdas algo que parece haber ocurrido “hace poco”, pero en realidad fue hace años. Esta sensación, compartida por millones de personas, tiene una base real: el tiempo parece acelerarse conforme envejecemos. Y no se trata solo de una impresión: la ciencia lo respalda.

Un reloj subjetivo en la mente

A diferencia del tiempo objetivo marcado por relojes y calendarios, el tiempo subjetivo está gobernado por el cerebro. No todos los minutos se perciben igual. Una hora en una fila parece eterna; una tarde divertida, fugaz. Pero a largo plazo, hay una tendencia clara: los adultos suelen sentir que los años pasan más rápido que en la infancia.

¿Por qué? Una de las teorías más aceptadas es la “teoría de la proporción”, propuesta por el psicólogo Paul Janet en el siglo XIX. Según esta idea, cada año representa una fracción menor de la vida total vivida. Por ejemplo, a los 5 años, un año equivale al 20% de tu existencia. A los 50, apenas es el 2%. El resultado: los años “pesan” menos conforme cumplimos más.

El cerebro y la novedad

Otra explicación proviene de la neurociencia cognitiva. El cerebro percibe el paso del tiempo en función de los eventos nuevos y memorables que procesa. En la infancia, todo es novedad: primeras palabras, primeros viajes, aprendizajes constantes. El flujo de estímulos es alto y el cerebro trabaja intensamente para codificar recuerdos.

Con la rutina adulta, esa novedad disminuye. Días que se repiten, trayectos conocidos, responsabilidades previsibles. Al no haber tantos hitos emocionales o cognitivos, el cerebro codifica menos eventos, y la mente interpreta que pasó menos “contenido” en más tiempo. Por eso, mirar atrás a una década llena de rutinas puede parecer un parpadeo.

El estrés y la falta de atención

También influyen factores como el estrés y la multitarea. Vivir en modo automático, con la atención fragmentada y las emociones adormecidas, hace que nuestros cerebros registren menos detalles del día a día. Y si no hay recuerdos que lo respalden, el tiempo parece simplemente esfumarse.

Irónicamente, la aceleración del tiempo subjetivo puede ser señal de una vida más automática y menos consciente. No es que el tiempo vaya más rápido, es que lo habitamos con menos intensidad.

¿Se puede “ralentizar” el tiempo?

Algunos psicólogos sugieren que sí. No con magia ni relojes especiales, sino con hábitos que estimulan la mente: viajar, aprender cosas nuevas, romper rutinas, vivir experiencias emocionalmente ricas. Al ampliar la variedad de recuerdos, el cerebro vuelve a codificar el tiempo con más densidad.

En otras palabras: una semana intensa puede sentirse más larga que un mes monótono.

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