En el silencio del Estadio Da Luz, el Barcelona tal y como lo conocemos se acalló para siempre. La anunciada decadencia se confirmó ante esa delantera imparable que demostró ser el Bayern de Múnich. La arrogancia alemana de los días previos se evidenció justificada. Los azulgranas se han convertido en un equlpo decrépito y músculo de mantequilla, incapaz de medirse ni de puntillas ante la potencia y la altura bávara. Su despedida temprana de la Champions, a las primeras de cambio, con una derrota inapelable (2-8), no por previsible resultó menos amarga. Nunca antes se había visto algo así. Ni en las peores pesadillas. La herida causada por la brutal goleada exige decisiones drásticas como nunca.

Difícilmente puede continuar Quique Setién, contratado como un valiente cruyffista y que será relevado como un entrenador sobrepasado y caduco.

Cuatro goles en media hora

Los futbolistas del Bayern se asemejaron a aviones plateados atravesando la defensa líquida del Barza. A la media hora ya habían bombardeado con cuatro goles y desde ese momento solo cabía esperar que el bochorno no fuera excesivo. Poco duró aquella apelación a silenciar la prepotencia bávara. Se temió por momentos que el ridículo de Liverpool quedará empequeñecido. A eso se llegó. A pedir una clemencia que no llegó. Insoportable.

Ya no basta con hablar de orgullo, que los jugadores no tuvieron. Eso es reduccionismo. Fue una descomposición por incapacidad, por inferioridad táctica, por aplastamiento físico y también por una intolerable dejadez de los futbolistas. Ante los gigantes, como los del Bayern, el Barça parece una clase infantil. Raramente un ocaso se ha podido retransmitir de forma tan cruda. Una destrucción en ‘prime time’.

Es la tercera humillación seguida en Europa. Y esta es la peor, por difícil que parezca. Eso habla mal de muchos estamentos del club, empezando por aquellos que han perfilado una plantilla en la que se han invertido millones y millones en su renovación durante ejercicios de forma futil. Han pasado secretarios técnicos, todos con su colosal error, y permanecen unas cuantas vacas sagradas y un presidente plenipotenciario, con la última palabra en todos esos fichajes fallidos.

Decadencia

La suplencia de Griezmann evidencia ese estrépito organizativo. Otros 135 millones gastados para no variar un ápice el destino sonrojante de Roma y Anfield. Setién, que expuso al francés en la segunda parte, no lo sentó para dar protagonismo a Riqui Puig o Ansu Fati. Ni a rejuvenecer se ha atrevido el cántabro en la recta final de su zozobra, maniatado por las inercias de estrellas que por dignidad deberían poner su puesto en la plantilla a disposición de la directiva.

Ni siquiera los infalibles ayudaron a dignificar este final de ciclo. Ter Stegen, el día que más necesitaba elevarse, jugó con el cuerpo flácido e inseguro como nunca; Leo Messi empezó con efervescencia y acabó languideciendo al compás abatido de sus compañeros de caseta. Los azulgranas tienen piernas cortas. Aún pueden corren al principio, y tuvieron de hecho 10 minutos antes del chaparrón en que parecieron creerse algo (Suárez, Busquets y Messi pudieron marcar), pero en cuanto los alemanes apretaron el botón rojo, quedaron estrangulados, sin riego sanguíneo a ninguna parte del equipo.

Cada gol encajado tuvo su padre y su madre (particularmente calamitoso resultó la actuación de Semedo). Goles brillantes, combinatorios, de bella ejecución, de Muller (por doble partida), de Perisic, de Gnabry, de Kimmich, de Lewandowski y hasta de Coutinho dos veces. 

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