A unos días de haber ganado las elecciones en México, Andrés Manuel López Obrador mandó una sentida carta a Donald Trump.

Le decía que eran muy parecidos, que ambos habían derrotado al sistema, al establishment, a las élites poderosas que no querían dejarlos pasar.

Y le tendía la mano.

Esa carta cayó como bomba en dos sectores, uno en México y otro en Estados Unidos.

En México atragantó a los simpatizantes del hoy presidente AMLO que se habían batido en argumentar que su líder y el impresentable presidente estadounidense no tenían nada que ver.

Pero en Estados Unidos fue peor: el Partido Demócrata se sintió aludido, ofendido, insultado por el mandatario mexicano: López Obrador confirmaba todo lo que les decía y sigue diciendo Trump: que son el sistema, que son el pantano de Washington, que son el establishment, la élite.

A los pocos meses de la carta, en noviembre de 2018, ese establishment Demócrata al que ofendió AMLO le arrebató a Donald Trump el control de la cámara baja, y eso derivó, entre otras consecuencias políticas relevantes, en que el presidente de Estados Unidos haya enfrentado el juicio político (impeachment).

Medio año más tarde, el presidente de México dobló las manos ante Trump y convirtió la Guardia Nacional de nuestro país en el muro que tanto prometió el americano.

Frenó de tajo la migración ilegal y le dio discurso de campaña a Trump, quien podía presumir una victoria contundente en uno de los ejes centrales de su plataforma política.

Eso enojó de nuevo al establishment del Partido Demócrata.

El problema para López Obrador es que ese establishment del Partido Demócrata al que ofendió tanto acaba de tener antier un gran, gran día: arrasó en el “Súper Martes”.

Le dicen así porque ese día se reparten en elecciones internas un tercio de los delegados que necesita quien quiera convertirse en candidato presidencial.

El candidato del establishment demócrata, Joe Biden, le puso una paliza a la opción radical del partido, Bernie Sanders.

El Súper Martes, Biden amaneció como segundo lugar y anocheció como puntero, rebasando a Sanders.

Hoy queda claro que la elección presidencial de Estados Unidos la ganará un hombre, blanco y mayor de 70 años de edad.

Trump, Biden o Sanders.

De esos tres, el peor escenario para López Obrador es Biden.

Con Trump ya sabemos cómo funciona la cosa.

Con Sanders, es esperable una luna de miel en la relación personal: son ideológicamente muy parecidos.

Acaso tendría que prender la alarma el mexicano porque Sanders quiere volver a matar el TLC.

Pero Biden conoce bien a México, y por sus credenciales, no sería descartable que cobre el agravio al establishment demócrata usando el poder americano para lanzar reclamos sutiles al mandatario mexicano sobre valores que Estados Unidos suele defender: no meterse con el INE, no controlar la Corte, no suprimir los organismos autónomos, no atacar a la prensa, no usar el aparato del Estado para perseguir adversarios, etcétera.

 Y eso podría ser una relación tirante, de pesadilla para el presidente López Obrador.

Por: Carlos Loret de Mola A. / carlosloret@yahoo.com.mx

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