Visitar el barrio francés de New Orleans, es como si el tiempo se detuviera. Las herrerías francesas de los balcones provocan nostalgia y curiosidad por los tiempos idos.

El jazz se convierte en un ritual. En cada bar, en la calle, en las plazas el prodigio se repite y la música se eleva y se confunde con la lluvia, con los olores, con sueños y fantasías.

Paul Auster, escritor americano, en una de sus novelas, un personaje asegura que el jazz es la mejor herencia que los americanos han dado al mundo. Tiene que ver con la libertad. El jazz es libertad.

Nueva Orleans pertenece al estado de Luisiana (En honor del Bourbon, Luis XIV) y fue colonia francesa: la ‘Nouvelle Orleans’. Luego territorio Español hasta que lo compró EUA y devino en New Orleans. Se convirtió en el mercado de esclavos más importante. Trajeron su cultura, sus bailes y cantos y dieron lugar a una moda de ser, de vivir, de comer y por ser el principal puerto del Mississippi, un gran desarrollo comercial y hoy turístico.

Vudú, carnaval, calaveras, negritud y comida cajun, (comida caribeña) hacen de New Orleans, Luisiana (NOLA) una una ciudad sumergida en el pasado. Tranvías y carretas tiradas por mulas cruzan las calles, triciclos de pasajeros; divertidos autos con fuerte volumen; el colorido de las casas, y el espíritu relajado hacen de NOLA una ciudad muy especial en la Unión Americana. Bajo la lluvia y con paraguas, una banda de jazz eleva sus notas al cielo. En trance, la saxofonista nos seduce con maravillosa melodía, con su pasión y entrega total, alarga al infinito las notas, como un lamento y gozo a la vez. El espíritu de África está presente en el jazz. Un solo de tuba, nos cimbra con su cadencia y profundidad, le sigue la guitarra que hace vibrar el joven rubio, en ese diálogo entre seres de lenguaje común: la libertad musical.

Katrina, el huracán, se llevó a dos mil habitantes. Sorprende la Catrina mexicana en las tiendas de turistas. Esqueletos y calaveras sonríen desde los aparadores. Katrina, el huracán, no se llevó el espíritu pero abandonaron la ciudad unas cien mil personas.

Los diques cedieron a la fuerza del huracán construido por contratistas del ejército. Años mas tarde, un juez declaró responsables a los ingenieros constructores. Fallaron y al menos fueron exhibidos bajo demandas legales los constructores. Los contrapesos de la democracia se hacen presentes. La justicia es posible. No por ser fuerzas armadas están a salvo de la justicia. Me maravilla la idea. Que nada ni nadie quede fuera de la ley. Mientras aquí, Acapulco espera y da argumentos de reconstrucción para nuevos reglamentos de construcción.

NOLA se recupera. Aún no llegan a los 400 mil habitantes que había antes de Katrina pero pronto lo harán. El turismo se ha recuperado y es tratado como lo que es: un gran negocio para todos.

La tradición llega puntual a Nueva Orleans y se hace presente en las bodas. La banda, con su sonido clásico, rompe el silencio de la media noche seguidos por la concurrencia. El joven matrimonio inicia la caminata por las calles de la ciudad anunciando la renovación de la vida.

Es la madrugada y en el bar más próximo se escucha una trompeta. Un martini seco y viene a la mente Julio Cortázar, quien escribió sublimado en la sala de teatro de Champs Elysées “… y en el medio está Louis con los ojos en blanco detrás de su trompeta, con su pañuelo flotando en una continua despedida de algo que no se sabe lo que es, como si Louis necesitara decirle todo el tiempo adiós a esa música que crea y que se deshace en el instante, como si supiera el precio terrible de esa.

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