México, de acuerdo a la evaluación de la ONU, ocupa la posición número 24 en el ranking de la felicidad entre 160 países. Los mexicanos en la encuesta del INEGI nos asumimos como gente satisfecha a pesar de solo tener poco más de 10 mil dólares del PIB per cápita frente a los mas de los 50 mil de los países mejor considerados en la encuesta de la ONU.
En la calificación del 0 al 10, de la encuesta del INEGI, nos muestra la satisfacción por dominios específicos, podemos observar al detalle que el rubro mejor calificado es el de la relaciones personales con 8.7. Le siguen la satisfacción por la ocupación; la vivienda; estado de salud; logros en la vida; perfectivas a futuro y nivel de vida entre la calificación de los 8.00 y los 8.7 puntos.
En los aspectos en donde no estamos satisfechos es con nuestra ciudad con 7.2; con el país 6.8 y en seguridad ciudadana con calificación de 5.3 puntos. La valoración es prácticamente igual en julio del 18 y julio del 19 (última encuesta).
Es fácil advertir que en lo que se refiere a la familia y nuestro primer entorno lo asumimos con el optimismo que nos tiene satisfechos. No así con la ciudad y con el tema de la inseguridad. No hace falta profundizar, para entender por qué. Vemos lo que nos muestran cotidianamente todos los medios de comunicación en cuanto a la violencia en nuestra ciudades y en general en el país.
La política, la sociología y la economía, han hecho esfuerzos para definir el significado e importancia de la felicidad para la sociedad y especialmente para sus gobiernos. Tema complejo, pues se tiene que empezar por definir lo que para la gente tiene el significado de ser feliz. Amartya Sen, premio nobel de economía de 1998, reconoce en su libro La Idea de la Justicia que: “Los economistas son vistos con frecuencia como terribles aguafiestas que quieren ahogar a la natural alegría de los seres humanos y su cordialidad recíproca en una especie de elaborado brebaje de disciplina económica.” Y no le falta razón, pues resulta complicado entender cómo en las estadísticas salimos tan bien librados los mexicanos.
Dicho autor nos alerta sobre lo difícil que es juzgar el bienestar de las personas para valorar su felicidad y la perspectiva de libertad que se tenga ya que entre ellas existe una significativa diferencia. La relación entre el ingreso y la felicidad no es tan simple. Las sociedades más ricas no son las que obtienen más felicidad. Para el efecto de construir políticas públicas es necesario ir más allá de mediciones, pero sin dejar de tomarlas las en cuenta.
El riesgo que existe en tomar en serio que somos un pueblo muy feliz, feliz, feliz a partir de una lectura de las estadísticas, es que podemos incurrir en una mala percepción ya que, como señala Amartya Sen: “ La gente desesperadamente pobre puede carecer del coraje para desear cualquier cambio radical y típicamente tiende a ajustar sus deseos y expectativas a lo poco que ve como factible. Se entrenan para disfrutar de las pequeñas misericordias.” (subrayado mío). Distorsionando la posibilidad de desarrollar una eficaz política de justicia social. El asistencialismo que se convierte en paternalismo es un salto al vacío.
La transformación de la sociedad de esta manera es inhibida por la no acción de la sociedad al sentirse satisfecha por tener mas o menos cubiertas sus necesidades elementales. Los pobres estarán sujetos a recibir los mínimos indispensables para paliar el hambre y al estar agradecidos con quien les da esos mínimos de bienestar los hace sentirse satisfechos se convierten en presa fácil del clientelismo político.
Tener claridad en el tema de la felicidad en tiempos de campaña es importante. Más para los políticos que pretenden gobernar o legislar en el ya próximo 2021. La tentación demagógica que está imperando en los tiempos que vivimos se convierte en una trampa. Es cierto que los mexicanos podemos sentirnos satisfechos en nuestra vida personal y el entorno próximo pero estamos lejos de tener una calidad de vida para la mayoría de los mexicanos.
El gran reto para México se abre en torno a la felicidad. También se debe abrir la discusión, al margen de ideologías, y poniendo en el centro el verdadero bienestar de las mayorías. Hablo de la construcción de políticas públicas que conduzcan a mejores estadios de bienestar social.

Por Ariel Homero López Rivera / opinion@diariodemorelos.com

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