A más de dos siglos de su muerte, el caso de Napoleón Bonaparte sigue generando debate. Aunque oficialmente falleció el 5 de mayo de 1821 por un cáncer gástrico mientras cumplía su exilio en la isla de Santa Elena, diversas investigaciones científicas han planteado la posibilidad de que haya sido víctima de un envenenamiento con arsénico.
La teoría surgió en la década de 1960, cuando un equipo de investigadores analizó cabellos atribuidos a Napoleón y detectó concentraciones de arsénico significativamente altas. Esta sustancia, tóxica en dosis prolongadas, podría haber debilitado progresivamente su salud, causando síntomas similares a los que padeció antes de morir: vómitos, fatiga extrema y deterioro físico general.
Más adelante, otros estudios aplicaron tecnologías más avanzadas y encontraron arsénico no solo en la superficie de los cabellos, sino en su estructura interna, lo que indicaría una exposición continua durante un largo periodo, más que una contaminación ambiental posterior. Sin embargo, investigaciones complementarias hallaron que incluso en cabellos de la infancia del emperador y de familiares cercanos también había altos niveles del mismo elemento.
Este hallazgo sugiere que el contacto con el arsénico podría haber sido resultado de prácticas comunes en el siglo XIX, como el uso de productos cosméticos, medicamentos o materiales domésticos que lo contenían. Además, en aquella época no existía una conciencia clara sobre los efectos acumulativos de este tipo de sustancias.
En la actualidad, la mayoría de los expertos coinciden en que, si bien es evidente la presencia de arsénico, no hay pruebas concluyentes de un acto deliberado. La teoría del asesinato ha perdido fuerza frente a la posibilidad de una intoxicación ambiental no intencionada.
Por ahora, la muerte de Napoleón sigue dividida entre la historia oficial y las teorías científicas, alimentando uno de los misterios más persistentes del legado del emperador que cambió Europa.
