El otro día, con eso de la cuarentena, mientras le cambiaba activamente con el control remoto al televisor, quedé atrapado en un documental sobre la vida de Eldrik Tont Woods.
¿No saben de quién se trata? Pues les voy a ayudar un poco. Resulta que, cuando él era niño, su papá en un acto de gratitud hacia un compañero que le salvó la vida durante la guerra de Vietnam, atinó a apodar a su hijo con el mismo mote, de modo que, el personaje que hoy nos ocupa, sería conocido en el mundo entero (y más allá) como “Tiger” Woods”.

En la pantalla chica hablaban de los resonantes triunfos que obtuvo, derribando añejas marcas impuestas por golfistas legendarios; tanto así que, llegó a ser considerado uno de los mejores de la historia, junto con: Jack Niclaus y Arnold Palmer.

Dos cosas fueron las que más llamaron mi atención del dichoso reportaje, la primera, cuando entrevistaban a otro golfista, respecto a Woods, al tiempo que ponderaba sus cualidades físico-atléticas y su técnica individual, hacía hincapié en “la fuerza mental” que poseía.

La segunda, fue que cuando estaba en el pináculo de la gloria, aparentemente, se “sintió superior a cualquiera”, cambiando lo más por lo menos, destruyendo uno de los tesoros que más enriquecen la estabilidad emocional y la alegría, que es la familia.

Por supuesto que el mundo se le cayó encima, su desempeño vino a menos, las lesiones le aquejaron y lo persiguieron durante varios años, dejando de ser aquella refulgente estrella, para convertirse en, simplemente, un buen jugador de golf.

Hasta que, a fines del año pasado logró ganar de nueva cuenta El Masters de Augusta, uno de los cuatro torneos más importantes (conocidos como majors) para el deleite de sus fanáticos, que se cuentan por miles en el orbe entero.

Quizá porque esto del Coronavirus nos ha puesto muy sensibles, esos dos fueron los puntos que más me impactaron y me invitaron a la reflexión.

Si algo necesitamos en estos momentos de incertidumbre es estar unidos con la familia, haciendo crecer los lazos afectivos para apoyarnos los unos a los otros. Y por supuesto, utilizar esa “fuerza mental” que acompañó a Tiger en sus días de gloria. No perder la calma, ser tolerantes, arrimar el alma, no apanicarnos, seguir todas las recomendaciones sanitarias, para así poder: agradecer, cuidar y seguir disfrutando de la vida, que finalmente es… el don más preciado que tenemos.

 

Eduardo Brizio
ebrizio@hotmail.com

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