Hace unos días se hizo pública la designación de Monseñor Joseph Spiteri como nuevo Nuncio Apostólico en México. Los nombramientos de los Nuncios Apostólicos siempre generan expectación no solo por ser los representantes del Papa sino por la histórica relación de la Iglesia de Roma con México y el hecho de que la inmensa mayoría de los mexicanos profesa la fe católica. México a partir del restablecimiento de relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1992, ha contado con magníficos Nuncios como el francés Christophe Pierre, actual Nuncio en Washington, otros que han pasado de noche como el italiano Giuseppe Bertello y alguno que francamente pareció cualquier cosa menos pastor como el controvertido Girolamo Prigione. Más allá del peso que da representar al Santo Padre en distintos países, la diplomacia vaticana es considerada una de las más antiguas y avezadas del mundo, sus miembros egresan de la legendaria Academia Pontificia Eclesiástica, fundada en 1701 y donde se forma no solo el cuerpo diplomático, sino también los funcionarios de la Secretaría de Estado.

Monseñor Justo Mullor García, nuevo Nuncio Apostólico en México.
Monseñor Justo Mullor García, nuevo Nuncio Apostólico en México.

Sin duda alguna, el Papa Francisco ha meditado bien el nombramiento de Monseñor Spiteri, sobre todo tomando en cuenta los tiempos difíciles que actualmente sobrelleva la Curia Mexicana y el hecho de que Monseñor Spiteri ya estuvo en México sirviendo en la Nunciatura Apostólica cuando fue Nuncio Don Justo Mullor García (1997-2000), quien con creces formó parte de los magníficos representantes papales en México.

Don Justo, como afectuosamente era llamado en México, fue un hombre extraordinario, nació en Jaén en 1932 y siempre estuvo orgulloso de ser andaluz, creció en una familia sólida y envidiable, de madre monárquica y el padre, Coronel republicano, lo cual influyó en un espíritu plural. Muy niño perdió en la guerra civil a su padre, militar de carrera y a cargo de custodiar los bienes artísticos y culturales de la república, la familia sufrió la pena de nunca recobrar los restos del patriarca y su madre joven viuda, abnegada nunca volvió a casarse. 

Se ordenó sacerdote en Almería en 1954 e ingreso a la Academia Pontificia Eclesiástica en 1957, de ahí despuntó en una ascendente carrera al servicio del Papa que lo llevó a ser Obispo de Emérita Augusta, de Bolsena, Nuncio en Costa de Marfil, Burkina-Faso y Níger. En 1985 regresó de África y el Papa lo envió a Suiza como Nuncio ante el Consejo de Europa y los organismos de la ONU con sede en Ginebra. Tuvo un entrañable afecto con San Juan Pablo II quien le permitió ser parte la historia como primer Nuncio Apostólico en las repúblicas bálticas: Estonia, Letonia y Lituania tras su separación de la URSS en 1991. De allí alcanzó un viejo sueño y fue nombrado Nuncio en México a donde llegó en 1997.

Su paso por México fue extraordinario, recorrió el país a lo largo y ancho en visitas pastorales cada semana, logró consolidar la relación iglesia-estado, fue querido por todos los sectores de la sociedad, de la misma forma departió con grandes capitanes de empresa que visitó modestas localidades donde fue recibido como uno más, en muchas de ellas apadrinó a los hijos de los lugareños. Muchos pensaron que por su aspecto conservador se enfrentaría a Samuel Ruiz, todo lo contrario, lo apoyó al igual que lo hizo con Monseñor Vera y aun a riesgo de su integridad física recorrió Chiapas buscando siempre, respetuoso del Estado, alcanzar la concordia en el sureste mexicano. Fue también un entusiasta promotor de la Canonización de San Juan Diego y organizó la cuarta visita papal de San Juan Pablo II a México.

Valiente y congruente como fue, censuró a Maciel y logró que las denuncias de las víctimas llegaran al Papa y a quien fue su sucesor Benedicto XVI. Esto le acarreó enfrentarse al poderoso “Club de Roma” donde militaban Norberto Rivera, Onésimo Cepeda y Juan Sandoval entre otros. Los aliados de Maciel lograron en venganza, que Don Justo fuera removido de México tan solo tres años después de su llegada, sin embargo Don Justo no era un hombre que se pudiera quitar de un plumazo, y fue entonces nombrado Presidente de su alma mater, La Academia Pontificia Eclesiástica donde estuvo hasta 2007 cuando presentó al Papa su renuncia en razón de edad, de ahí el Sumo Pontífice lo hizo miembro de la Congregación para las Causas de los Santos, murió en Roma el 30 de diciembre de 2016 y descansa en la Catedral de Almería.

Don Justo tuvo en vida un inmenso afecto por Cuernavaca, pasó largas temporadas en la eterna primavera donde visitaba la catedral y la parroquia de San Miguel Acapantzingo, recibía visitas de todo el país, leía y disfrutaba el clima y la vegetación. Tuvo una estrecha amistad con Don Alfonso Cortés Contreras en ese entonces XI obispo de Cuernavaca y ahora Arzobispo de León, también apoyó la restauración de Tercera Orden y el proyecto, ahora realidad, del Museo de Arte Sacro.

Pero a la par de formar parte del relevante grupo de visitantes y viajeros extranjeros en Cuernavaca, siempre consideró a nuestra ciudad como un punto importante del mestizaje del cual tanto se enorgulleció y por ende de la evangelización de lo que hoy es México, tuvo especial predilección por el Popocatépetl, entonces pretendía ir de incógnito a visitar los monasterios del siglo XVI en las faldas morelenses del volcán, disfrutaba mucho esos paseos pero nunca lograba pasar desapercibido, aun en los sitios más recónditos siempre alguien lo reconocía y saludaba con respeto.

Al integrarse el expediente para la canonización de San Juan Diego, insistió en que la referencia a la primitiva talla en piedra de la Guadalupana que se encuentra en el sotocoro de la catedral de Cuernavaca, fuera incorporada al mismo, pues decía que la antigua Cuauhnahuac fue uno de los primeros sitios en manifestar el fervor guadalupano.

Siempre sostuvo que los miembros del cuerpo diplomático de la Santa Sede, debían ser primero pastores que diplomáticos, y de ahí se desprende que cuando llegó a México, realizó su primera visita pastoral a la Diócesis de Cuernavaca, junto con el IX Obispo Don Luis Reynoso Cervantes, visitó parroquias, familias, el seminario de San José y consagró el altar de las criptas en Catedral, siempre atesoró esa visita a Cuernavaca, pues la consideró el inicio de su apostolado en México. Hoy con la llegada de Monseñor Spiteri en cierto modo Don Justo regresa a Cuernavaca y a México.

Por: Roberto Abe Camil  / opinion@diariodemorelos.com


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