Uno de los bandoleros más famosos del siglo XIX, en el territorio que ocupa el actual estado de Morelos, es sin lugar a dudas Salomé Plascencia. Este es uno de los personajes en que se inspiró Ignacio Manuel Altamirano (18341893) para realizar su novela “El Zarco”.
Salomé Plascencia era originario de Yautepec, miembro de una de las mejores familias de ese poblado, siendo la Hacienda de Atlihuayán su principal lugar de residencia. Era un hombre muy alto, güero, completamente lampiño, fornido, con una agilidad impresionante, corría a gran velocidad, diestro con las armas, buen jinete y lo mismo lazaba, picaba, banderilleaba y capoteaba, a pie o a caballo los más bravos toros.
Después de la Guerra de Reforma (1858-1860), el nuevo gobierno del presidente Don Benito Juárez tenía muchas necesidades, no contaba con los recursos suficientes para pagar la deuda externa y no podía seguir manteniendo al ejército de las fuerzas liberales que habían cooperado al triunfo de la Constitución, por lo que dio la orden de licenciarlas. Estos soldados conocidos como “chinacos” tenían que regresar a sus hogares, a las actividades que realizaban antes de enrolarse en el ejército; muchos de ellos trabajaban en el campo y en las haciendas. Pero no estaban dispuestos a regresar a esa forma de vida, se habían acostumbrado a una vida agitada, a tener un buen caballo, a obtener ganancias de los latrocinios de la revolución, a tenerle amor a las armas, por lo que prefirieron dedicarse al bandidaje y formaron gavillas que se conocieron con el nombre de “Los Plateados”, por llevar trajes con botonadura y adornos de plata.
En los apuntes biográficos de Don José Guadalupe Rojas (Copia autógrafa de Aniceto Villamar, 1958) lo describe de la siguiente manera, “Al terminar el movimiento de reforma…la mayor parte de los combatientes se retiraron a sus lugares de origen, muchos de ellos regresaron con alma envenenada y con ansias de ver correr más sangre, pero ya no con causa justificada como bandera de combate, sino enarbolando el pendón de la ambición de riqueza, mujeres, placer…Fueron el azote del hoy Estado de Morelos y asolaron pueblos enteros…”.
En el libro Historia del Vandolerísmo en el Estado de Morelos, escrito por Lamberto Popoca y Palacios (1911) dice “Los plateados tuvieron un pretexto: ¡la costumbre! Costumbre de la guerra; costumbre de charros bien montados y costumbre de no trabajar, como todo soldado sin cultura”, Plascencia inició su vida de delincuente una tarde de marzo de 1859, cuando sorprendió a cinco ganaderos guerrerences que regresaban a Iguala después de haber vendido unas cabezas de ganado. Les robó 3,000 pesos y dio muerte a cuatro de ellos.
Posteriormente, el tenedor de libros (purgador) de la hacienda de Atlihuayán, Eufemio Ávalos, le solicitó que mediante el pago de 100 pesos oro secuestrara a Homobona Merelo, una hermosa rubia de 17 años, de la hacienda de Oacalco. Eufemio no era bien correspondido, por lo que su plan era que durante la fuga él se presentaría como su salvador, con lo que Homobona se mostraría agradecida. Sin embargo, Salomé al conocerla se prendó de ella y se la llevó. Homobona sería la mujer que lo acompañaría durante toda su vida. Posteriormente Plascencia daría muerte a Eufemio.
Con el paso del tiempo, Salomé capitaneaba una audaz gavilla que asolaba un gran territorio, que comprendía Morelos, Veracruz, Puebla y Guerrero. Estableció su campamento base en el cerro de “Las Tetillas” (al oriente del Cañón de Lobos), desde donde dominaba una gran parte de lo que es hoy el Estado de Morelos. Se hicieron famosos por sus asaltos y plagios a las diligencias, amenazaban a los hacendados con incendiar sus campos de caña, matar su ganado o secuestrar a los dependientes de las haciendas, si no se les proporcionaba una fuerte suma de dinero. Los hacendados ante la ola de secuestros huyeron a la ciudad de México.
Sin embargo, Salomé Plascencia junto con sus temerarios “Plateados” tuvieron un gesto patriótico, luchar durante la guerra contra la intervención francesa. El 8 de junio de 1860, a las cinco de la tarde, Salomé Plascencia encabezó la toma de la ciudad de Cuautla, asaltando con su caballería la Calle Real, en medio de disparos de artillería de las fuerzas imperialistas.
Posteriormente en 1862, Plascencia se incorporaría nuevamente a las fuerzas liberales. Debido al apoyo prestado se le nombró prefecto político del gobierno de la República de su ciudad natal Yautepec. Pero los ciudadanos de ese pueblo no vivían tranquilos con ese prefecto, por lo que el gobierno nombró a José María Lara (de Tepoztlán) como nuevo prefecto. Se designó al General Eutimio Pinzón para que, junto con 700 hombres, acompañara a Lara a tomar posesión de su cargo, pero Salomé Plascencia se presentó vociferando que no podía haber dos prefectos, por lo que asesinó a Lara. En ese momento se protagonizó un feroz combate en el que murió su hermano Eugenio Plascencia.
Salomé y sus “Plateados” se volvieron fieros y sanguinarios y no reparaban en cometer los más viles crímenes, por lo que la Guardia Nacional solicitó los servicios del coronel Rafael Sánchez (de Villa de Ayala) para combatirlos. Al principio no mostró mucho interés por capturarlo, pero en una ocasión Salomé asesinó a Joaquín Sánchez, sobrino del coronel, por lo que, ahora sí, decidió perseguirlo, matándolo por la espalda una noche en Anenecuilco. Con su muerte comenzó la rápida desintegración de “Los Plateados”.
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