En escritos anteriores les comenté sobre la gran transformación que tuvo nuestra ciudad en la década de 1930, gracias al entubamiento del agua, con lo que la vegetación se transformó y comenzaron a construirse residencias con albercas y amplios jardines. Esta vez me referiré concretamente al agua durante las épocas prehispánica y colonial.
Los tlahuicas que habitaban Cuauhnáhuac, no tenían fácil acceso al agua a pesar de que en las profundas barrancas corría en abundancia. Así que tuvieron que ingeniárselas para captar agua de lluvia en depósitos o albercas a las que llamaron “tlaquilacaxtli” y que posteriormente los españoles llamaron “jagüeyes”. Asimismo, realizaron extensas obras hidráulicas que les permitieron tener agua todo el año para su aprovechamiento doméstico, así como para el riego de sus plantaciones de maíz, algodón, calabaza y frijol. Estos cultivos podían ser de temporal o de riego, si era de temporal la provisión quedaba en manos de Tláloc y sus tlaloques (ayudantes del dios de la lluvia). Si era de riego dependían de las obras que ellos mismos realizaban como: canales o acequias (llamados “apantli”), presas o diques y acueductos (llamados “apipilolli”), como se pueden aún observar en zonas arqueológicas como en Las Pilas y Xochicalco.
A la llegada de los españoles, Hernán Cortés comenzó a consolidar su señorío y Cuernavaca fue la base de su marquesado. Cortés, junto con otros conquistadores como Diego de Olguín, Francisco Solís, Diego de Ordaz y Antonio Serrano de Cardona fundaron estancias de ganado, de labores y de huertos, que con mano de obra indígena empezaron a producir cítricos, moreras (para producción de gusano de seda), trigo y caña de azúcar, este último llegó a convertirse en el producto más importante de la región. Para esto requirieron construir acueductos y otras obras hidráulicas, pero ahora en el estilo europeo. El primero de estos fue el que se construyó en 1540 para el ingenio de Tlaltenango. Posteriormente en la barranca de Amanalco, Cortés construyó otro y aún existen vestigios de este en la barranca de Amanalco. Venía de los “Ojos de Gualupita” al centro de Cuernavaca y se encuentra al nivel de la calle de Guerrero, diferente al que actualmente podemos ver en la calle de Carlos Quaglia, que es más alto y que fue construido en el siglo XVIII.
Durante el primer siglo del virreinato los grupos indígenas ocuparon las tierras que eran más fértiles, ya que les habían pertenecido desde antes de la conquista, además de que eran las que contaban con fuentes de agua más cercanas. Las mercedes creadas por los españoles requerían de abundante cantidad de agua, ya que las plantaciones de caña necesitan ser regadas todo el año, así que tuvieron que comprar los derechos o despojaron a los pueblos indígenas de sus tierras y del agua.
Sin embargo, el rey Carlos V ordenó el 18 de octubre de 1857 que los pastos, montes y aguas fueran comunes en lo que llamaban aún “Las Indias” y solicitaba que los consejos, justicias y regidores hicieran cumplir esta ley, y de no hacerlo se les impondría una multa de 5,000 pesos oro.
En disposiciones posteriores que aparecieron entre 1571 y 1572, se buscó favorecer a los pueblos indígenas en el proceso de adquisición de tierras y aguas, pero en la práctica los encomenderos las adquirieron a muy bajos precisos. Como ejemplo de estas disposiciones tenemos los casos de Antonio Serrano quien compró 320 hectáreas en Tetela, Bernardino del Castillo, en Amanalco adquirió 800 ha. y Cortés, 567 ha. cerca de su hacienda de Tlaltenango. Cuando las tierras no se podían comprar eran arrendadas.
La repartición del agua fue más imperfecta que el de la tierra a pesar de las disposiciones, debido a que no se especificaba la cantidad de agua que se cedía, la medición era inexistente y los hacendados generalmente utilizaban mayor volumen. Lo anterior provocó infinidad de conflictos, los cuales se trataron de resolver hasta el siglo XVII, mediante un sistema de distribución más preciso, que consistía en la medición de los volúmenes totales. Para lo anterior se utilizaba una vara que se introducía en el manantial a fin de determinar la profundidad, después se pedía el largo y ancho de la fuente, de esta forma se medía el volumen, pero no se medía la velocidad del agua, por lo que este sistema seguía siendo imperfecto y había discrepancias entre los interesados.
La expansión azucarera de la región provocó que la demanda de agua y tierras aumentara, esto perjudicó aun más a los indígenas debido a la injusta distribución y abuso de los hacendados. Los indígenas trataron de recuperar sus derechos, lo que ocasionó muchas fricciones durante todo el virreinato. Los principales conflictos fueron: invasión y apropiación ilegal de tierras, falta de pago de rentas, uso indebido de pastizales, bosques y montes y el del agua, todos estos produjeron disputas que llegaron hasta la Revolución de 1910.
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Para la distribución también se utilizaron atarjeas (canal pequeño de mampostería) que mediante una compuerta dejaban pasar el agua, con la que se podía medir la cantidad de agua que se dejaba pasar. Estas atarjeas se tenían que limpiar periódicamente para que los residuos de lodo o piedras que arrastraba el agua no alterasen la medida.
