Para las personas que son de mi generación, nos parece sorprendente ver a los niños de estos tiempos pegados a la tecnología móvil durante muchas horas y en cualquier lugar, convirtiéndose esta actividad en una peligrosa adicción. Es tan preocupante esta situación que la Organización Mundial de la Salud (OMS) encasilla a esta actividad en la sección de “Trastornos debidos a conductas adictivas”, en donde también se encuentran los juegos de azar, el alcohol, y las drogas. Estos entretenimientos podrían llevar a los infantes a comportamientos enfermizos como: depresión, ansiedad, timidez, falta de habilidades sociales y otros trastornos de la personalidad.

En Cuernavaca, era común ver a los niños con sus carros de baleros, hechos por ellos mismos a base de madera, cuerda y baleros metálicos (con balines), pues las calles inclinadas de nuestra ciudad eran ideales para esta diversión. Inclusive en los años cincuenta hubo concursos de estos carritos. Por supuesto que no faltaban los triciclos y las bicicletas, que se utilizaban cotidianamente debido a que las calles y privadas de la ciudad eran muy tranquilas, debido al poco tráfico de autos y camiones.

En la azotea pintábamos un carreterita, para jugar a los cochecitos, los cuales hacíamos avanzar con un golpecito del dedo índice. Teníamos tres oportunidades de avanzar, si el cochecito se salía del camino teníamos que regresar al punto anterior y obviamente ganaba el primero que llegara a la meta.

Existían juegos que se ponían de moda por temporadas, como las canicas, los trompos o los yoyos. En el caso de estos últimos se debía a que las compañías que los fabricaban (como Duncan) enviaban a las escuelas a grupos de talentosos jóvenes que hacían increíbles exhibiciones de ese juguete, lo que nos motivaba a comprarlos para aprender a realizar los increíbles movimientos y trucos como el perrito, el salto de la cerca, la media vuelta, el dormilón, el columpio, entre otros.

Muchos de los juegos los hacíamos entre niños y niñas, como jugar a la comidita, brincar la cuerda, los quemados, Stop (“le declaro la guerra a….”), ¿lobo estás ahí?, policías y ladrones, el teléfono descompuesto, la gallinita ciega, los quemados, las escondidas, el bote pateado, el avioncito, piedra papel o tijeras y hasta el riesgoso juego de “El Burro entamalado”. Algunos de estos juegos eran con cantos de las rondas infantiles como: los pilares de Doña Blanca, el “Amo a to Matarile rile ron”, las estatuas de marfil, la víbora de la mar, la rueda de San Miguel, etc. Había juegos que normalmente realizaban las niñas como jugar a las muñecas, aunque a veces los niños nos divertíamos haciendo el papel de papá.

Otro juego para niñas era “El Resorte”, que se juega con al menos tres personas, utilizando una cinta elástica o resorte de entre tres y cuatro metros de largo, el cual se une de los extremos. Dos personas se colocan a unos dos metros de distancia una de la otra, pasan el resorte por sus pies para que quede estirado arriba del pie. La tercera persona tiene que saltar, pisando el resorte, al centro y a los lados, realizando giros de tal forma que no se tiene que equivocar. Paulatinamente se incrementa la altura y se van turnado, ganando la que no cometa errores.

Otra gran diversión era subirnos a los árboles para cortar frutos, como las deliciosas guayabas rosas, nísperos, zapotes negros, cuajinicuiles, limones y otros suculentos manjares. A veces colgábamos cuerdas de los árboles para colgarnos como Tarzán, o para hacer columpios.

Será muy difícil que los niños y las niñas regresen a este tipo de diversiones, debido a que la tecnología digital ha cambiado sus vidas. Lo que tendremos que hacer como padres es orientarlos para que las utilicen de manera inteligente, tenemos que limitarles el tiempo de uso y hacerlos que practiquen deportes a fin de que no se vuelvan sedentarios, así que tenemos un gran reto.

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