“Por eso, Dios el Señor sacó al hombre del jardín de Edén y lo puso a trabajar la tierra de la cual había sido formado”.  Génesis 2:9

¿Buscamos regresar al Jardín del Edén?

Hace unos días, al despertar por la mañana me asomé a la ventana de mi habitación que se encuentra en un tercer piso, era una mañana fresca con un cielo azul; abajo y al frente sólo veía las copas de los  árboles; tabachines, aguacates, naranjos, limones, zapotes, nanches, guayabas y junto a mí, un mango petacón mostraba su gran fruto, color rojo amarillento, abrí la ventana y lo corté, lo lleve a la cocina, lo lave y con un cuchillo lo partí, apareció su dulce pulpa que inmediatamente comencé a comer ¡estaba delicioso!. 

Qué afortunados somos muchos cuernavacenses de tener estos maravillosos jardines, son pequeños edenes donde el colibrí toma el néctar del ave del paraíso, las aves cantan y se cortejan. Los jardines también son visitados por otros animalitos silvestres como los pericos, las ardillas, los cacomixtles y los tlacuaches, entre otros. Son lugares de paz y tranquilidad, dan frescura en días soleados y agradable olor a tierra mojada en días lluviosos.

Los jardines son refugio, como en la novela de Frances Hodgson Burnett,” El jardín secreto”, en donde la huérfana a Mary Lennox Craven y sus amigos acudían para jugar y divertirse. Así también pasé mi infancia en el jardín, horas enteras de diversión con mis hermanos y amigos, jugando a las escondidas, al burro tamalado, a la gallinita ciega, a los quemados, bádminton, críquet o algún juego de pelota o simplemente trepando a los árboles para cortar sus frutos o jugando con mi pastor alemán Kaidoo, todo era sana diversión. Me sorprende ver a los niños de ahora, pegados a la televisión, en un juego de video en la computadora o en el teléfono, no saben convivir con otros niños, les cuesta trabajo relacionarse y por supuesto, no saben disfrutar de los jardines.

Antes, en nuestra ciudad no existían muchos jardines, salvo el Borda, construido alrededor del año de 1777, por don Manuel de la Borda y Verdugo. Lo que prevalecía en las casas de nuestra ciudad eran amplios patios con masetas y fuentes, aparte estaba la huerta, como podemos ver en infinidad de fotografías antiguas, pero no eran propiamente jardines. 

Cuenta Don Miguel Salinas, que a mediados de siglo XIX en la que es hoy la calle de No Reelección había una casucha arruinada que se conocía como “El Tívoli” que tenía un árbol de mango, que puede conocerse como el primero que hubo en la ciudad, su dueña vendía cada fruto a un real (12.5 centavos), pero exigía que el comprador se comiese el fruto y que ahí mismo dejara el hueso. Así detuvo por algún tiempo la propagación de ese delicioso manjar y el negocio le duró más.

Fue hasta 1931, durante el gobierno de don Vicente Estrada Cajigal que se mejoraron las vías de comunicación y el sistema de distribución de agua potable cuando surgen en Cuernavaca las grandes casas (entonces de campo), como la de Plutarco Elías Calles y la de Federico de la Chica, con grandes jardines. Poco a poco florecieron muchos viveros como: el vivero “La Palma” del Sr. Leopoldo Cuata Ramírez, el vivero “Las Quintas” de Mario Z. Oguri, el “Vivero Xochicalco” de Guillermo Tejada, “El Bonete” de Raúl Iragorri Aranda, el “Vivero Los Ángeles” de Miguel Cisneros, “El Jardín Mexicano” de Manuel Hernández y el de Don Gumersindo Jiménez e hijos entre otros. ¡Cuántos jardines se crearon!, Cuernavaca se volvió más verde y se introdujeron nuevas especies 

El General Plutarco Elías calles trajo las primeras jacarandas a Cuernavaca y las plantó frente a su casa en la avenida Morelos, estos árboles los trajo de Brasil la Secretaría de Agricultura y afortunadamente aún existen algunos de estos ejemplares originales. 

El Lic. Aspe de Tetela sembró en 1930 los primeros alfóncigos, que es un árbol originario de Siria y su semilla es el pistache.

En la misma década de 1930 el Sr. Arcadio Varela, jardinero de la ciudad, propagó el algarrobo, con semilla que le obsequió el señor don José González Soto, rico industrial poblano que trajo las semillas de Valencia.

Debido a la introducción de nuevas especies nuestros jardines cuernavacenses tienen una gran variedad de plantas, pero muy pocas son endémicas. Especies como el zapote negro, el cajinicuil y la guayaba poma rosa que hace tiempo abundaban en esta región (por eso nos conocen como los guayabos) se han ido perdiendo. 

Desgraciadamente también estamos perdiendo muchos espacios verdes. Nuestros jardines se han hecho cada vez más pequeños, los terrenos se han subdividido para dar paso a estacionamientos o más construcciones. Otros factores son el costo de mantenimiento y la falta de agua. Para tener un jardín en óptimas condiciones se requiere de personal que deshierbe, que abone, que fumigue, que pode, que corte el césped, etc y eso cuesta. El cambio climático y el crecimiento de la población ha provocado que disminuya cada vez mas el flujo de agua, que antes disfrutábamos las 24 horas del día y ahora tenemos a ratos mediante el tandeo. 

Por último, diré que, nuestras autoridades no se han preocupado por crear nuevas áreas verdes o jardines públicos en la ciudad. En el futuro: ¿dónde jugarán nuestros niños? y ¿dónde cantarán las aves?    

 

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