Recientemente he intercambiado impresiones con los Cronistas de Cuernavaca Valentín López González Aranda y Juan José Landa sobre acontecimientos relacionados con nuestra ciudad.

Con Valentín, sobre las pocas protestas sociales que han sido genuinamente apolíticas en Cuernavaca, entre las cuales destaca la enardecida demanda de los ciudadanos en 1934 cuando Tomás Garrido Canabal ordenó a su caterva degollar la escultura guadalupana en el Calvario, y con Juan José, acerca de la vieja calle de Pericón, asociada a esa emblemática flor con la cual los Cuernavacenses a partir de la evangelización en el siglo XVI, hacemos cruces que fijamos en las puertas de nuestras casas para ahuyentar al demonio en las festividades a San Miguel Arcángel.

Cuerpo de Motociclistas del Estado de Morelos, en el Jardín de los Héroes de Cuernavaca (hoy Plaza de Armas Emiliano Zapata) C.a. 1957. Fototeca Valentín López González.

De esas impresiones surge el relato de una de las movilizaciones civiles más destacadas en la historia de Morelos.

En la década de 1950, mi padre vivió en la Calle de Pericón, al igual que sus abuelos maternos y también un buen amigo suyo, Don Serafín González, quien es un personaje muy querido en Cuernavaca y fue testigo de los hechos que a continuación se narran.

La casa que fue de mi padre, aun en pie, se encuentra en la esquina de Pericón con Leandro Valle, de un lado lindaba con el Casino de la Selva y del otro con la Casa de Monseñor Rafael Guízar y Valencia; hoy la propiedad de San Rafael, la ocupa el restaurante Vivaldi.

Frente a la casa de mi padre se encontraba una tienda de barrio “Mi Tienda” propiedad del señor Ricardo Rivera y en ese edificio vivieron entre otros Mario Oliveros, actual miembro del Consejo de Cronistas de Cuernavaca y Jorge Garrigós de arraigada familia local, joven extrovertido, muy popular y fuerte, trabajaba como vendedor de Singer, casado con Conchita Varela, hija del señor Varela Castellanos, funcionario del gobierno estatal.

Conchita era una muchacha que destacaba por su belleza y bonhomía.

A principios de 1957, gobernaba Morelos, el general Rodolfo López de Nava, oriundo de Totolapan, Morelos, formado en la revolución.

Entre sus méritos en campaña se le reconocía como pacificador de la costa de Jalisco; por su origen y formación era un perfil duro, no en vano ordenó la muerte de Mario Olea, el temido y controvertido jefe de la Policía Judicial en la década de 1940.

El presidente municipal de Cuernavaca era a su vez, Manuel Dehesa.

Un domingo  por la tarde a mediados de febrero de 1957, Jorge Garrigós departía en su departamento con un grupo de amigos y sus esposas, entre ellos estaban Mario Oliveros y Raúl Bonfil, hijo de un conocido arrocero de Jojutla, Jorge decidió ir  junto con Bonfil  en una pick up de Singer a comprar una botella a la cantina “La Sorpresa” en Matamoros y Leandro Valle propiedad de Don Manuel-Kaichi-Abe mi bisabuelo, al salir de “La Sorpresa” los jóvenes se enfrascaron en una discusión con un par de arrogantes motociclistas de tránsito, uno de ellos era hijo del jefe de tránsito y el otro se apellidaba Caballero, quienes alegaron alguna infracción al reglamento de tránsito.

La discusión subió de tono y derivó en un enfrentamiento a golpes, en el cual los policías no salieron bien librados, Bonfil incluso derribó a uno de ellos de un golpe con un objeto contundente; los jóvenes dieron por terminado el pleito y regresaron al departamento de Jorge, estacionaron la camioneta frente a casa de mi padre y  justo cuando cruzaban la calle fueron alcanzados por los motociclistas golpeados, el hijo del jefe de tránsito intentó propinar un golpe a Jorge con el cañón de su arma, pero esta se disparó dándole un tiro mortal en la cabeza, Jorge cayó muerto al pie de la puerta del departamento de Mario Oliveros.

La hermana mayor de Juan José Landa que iba en ese momento a comprar algo a “Mi Tienda” y mi padre que escuchó el escándalo desde su ventana, fueron testigos del homicidio.

Los Policías en ese instante alegaron haber actuado en legítima defensa, pero fueron increpados por los vecinos, Mario Oliveros les espetó que eso era imposible pues Jorge iba desarmado.

El Motociclista Caballero asumió la culpa para encubrir al hijo del jefe de tránsito y el verdadero homicida huyó de Cuernavaca; años después regresó a la ciudad y cometió la imprudencia de pasearse por el zócalo, ahí fue visto por un grupo de amigos de Jorge, entre ellos Mario Oliveros y César Cortés, que al igual que Mario había sido compadre de Jorge, el grupo lo alcanzó y César le propinó una golpiza formidable.

La impunidad del artero crimen que no fue castigado enardeció a una sociedad que en ese entonces era más solidaria que ahora; los Cuernavacenses, sin importar clases sociales o ideologías se unieron como uno solo y sin ningún interés político, solo eran una sociedad agraviada.

Una enorme multitud nunca antes vista se congregó exigiendo justicia frente al Palacio de Cortés, en ese entonces sede del gobierno.

El 18 de febrero de 1957, alrededor de 5000 personas apedrearon el histórico inmueble rompiendo los cristales; el gobernador intentó contener los daños e incluso llamó al joven Obispo Sergio Méndez Arceo para que calmara a la multitud, don Sergio no lo logró, la gente lo abucheó por hablar a favor del gobierno.

De estos hechos fueron testigos entre muchos mi padre y sus amigos Serafín González arriba mencionado y Luis Felipe “Chacho” Rivera Aranda, hijo del Ingeniero Felipe Rivera Crespo, quien fue alcalde de Cuernavaca en dos ocasiones y luego gobernador.

“Chacho” era vecino del gobernador en Boulevard Juárez, y cuenta que cuando López de Nava lo vio entre la multitud, le llamó la atención por estar ahí.

Cuando la situación se salió de control, el gobierno local pidió el auxilio de la Zona Militar y su comandante, el general Julio Pardiñas Blancas desplegó un cordón de tropas de infantería frente al Palacio, pero aún ni así cesó la protesta.

Los proyectiles principalmente tabiques, seguían volando en dirección del centenario inmueble; evidentemente los tabiques hicieron blanco sobre la tropa, y algunos infantes a pesar del casco cayeron desmayados.

Fue en ese momento cuando la muchedumbre quedó a la expectativa de la reacción de Pardiñas, algunos incluso esperaron que las tropas hicieran fuego para dispersar a los enardecidos habitantes o al menos los reprimieran con violencia, sin embargo Pardiñas con notable aplomo, entereza y voz firme ordenó a la tropa retirarse del lugar marchando marcialmente, eso sí, los soldados ilesos sostuvieron en pie a los lesionados para no dar el espectáculo de un ver a un soldado mexicano caído en el suelo, la tropa se retiró en medio de la aprobación y reconocimiento de los ciudadanos.

A partir de ese momento se puede decir que las protestas cesaron.

La decisión de Pardiñas Blancas evitó que la sangre llegara al río, en uno de los tantos lamentables acontecimientos violentos que han marcado la historia de Cuernavaca y de Morelos, pero que dejaron para la posteridad el testimonio de una genuina protesta ciudadana ante un exceso policiaco y también del pundonor y prudencia de un general del Ejército Mexicano.

Cuerpo de Motociclistas del Estado de Morelos, en el Jardín de los Héroes de Cuernavaca (hoy Plaza de Armas Emiliano Zapata) C.a. 1957. Fototeca Valentín López González.

Por: Roberto Abe Camil / opinion@diariodemorelos.com

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