A Luis Barrera Flores

Siempre he afirmado con convencimiento que, en el caso de la inmensa riqueza patrimonial de México, las divisiones territoriales administrativas no siempre corresponden a las uniones culturales e históricas de diversas regiones de nuestro país, un ejemplo claro lo muestran las huastecas o las mixtecas que comparten varias entidades federativas entre sí. Es por ello que hoy me tomo la licencia de compartir esta crónica que, si bien atañe a un municipio poblano, en la práctica pertenece también a la zona de Axochiapan, Morelos.

Hace días recibí la invitación de mi amigo Monseñor Luis Barrera Flores, morelense por adopción, para visitar Teotlalco, Puebla. Luis es un hombre sui generis, dueño de muchos talentos que lo han llevado desde una vocación tardía en la iglesia católica a ser asesor de primer orden del gobernador Lauro Ortega en Morelos, a dominar una extensa cultura, así como a conocer las raíces más profundas de México. Luis también es el decano de los cronistas de la Ciudad de México y fue presidente nacional de la Sociedad Defensora del Tesoro Artístico de México.

Tras pasar por el cerro del Chumil o “Cabeza de Mono” y el bello casco de la Hacienda de Montefalco, llegué a Axochiapan particularmente a la comunidad de Ahuaxtla, ahí crucé un vado para en unos cuantos metros entrar al primer cuadro de Teotlalco, uno de los municipios de la mixteca poblana y que linda con Axochiapan, Tepalcingo y Tlaquiltenango, municipios morelenses. Es a todas luces un pueblo antiguo, su jeroglífico náhuatl lo define como “En las tierras de Dios o sagradas”, fue fundado por olmecas lo cual indudablemente lo colocó bajo la influencia de la cercana Chalcatzingo y después fue habitado por nahuas, tras la conquista fue encomienda, posteriormente se incorporó al partido de Chiautla y finalmente fue municipio en 1895. Teotlalco tiene alrededor de 3,000 habitantes y su iglesia del siglo XIX, está consagrada a San Juan Bautista, patrono del lugar al cual celebran por todo lo alto el 5 de enero y el 24 de junio de cada año.

A dos cuadras de la iglesia, se encuentra la casa y solar de René Madariaga, un hombre de campo, de edad mediana quien junto con su familia nos recibió con un espléndido desayuno en el patio, además de Luis, nos acompañaron su amiga Sophie, quien fue una alta ejecutiva de L’Oreal en Francia, Bernardo Rosendo director del Instituto de Capacitación para el Trabajo de Olinalá, Guerrero, quien preserva y rescata el arte y tradiciones de su pueblo, lo acompañaban un grupo de Olinalá y Sabtul Tapia un joven político de Chietla, Puebla. El motivo de la visita fue conocer el ancestral proceso de producción de aceite de lináloe y el alambique de René donde lo producen. Es encomiable la labor que los olinaltecos llevan a cabo en la promoción no solo de su identidad y memoria histórica, sino de la difusión del beneficio del lináloe, también conocido como xochicopal en todas sus modalidades.

Montados en las bateas de unas camionetas nos adentramos al campo, donde caminamos por parcelas barbechadas para llegar a la falda de un cerro y ser testigos del “calado” o beneficio del árbol de lináloe, ahí un pariente de René, un hombre ya entrado en años, con la agilidad de un adolescente subió a los árboles y con machete hizo los cortes necesarios para hacerse de la corteza del lináloe. Nos acompañaron también los sobrinos de René: Yair, Bianca y Deniss “La China”. Mientras caminaba por el campo conversé con Bianca y la China, dos preparatorianas que conocen de flora y de las costumbres su pueblo, como el más avezado biólogo y cronista, me impresionaron, en verdad fue una gran experiencia conversar y aprender de este par de muchachas. Al concluir el “calado” retornamos al solar donde pudimos observar el proceso de destilación de la corteza para la elaboración del aceite de lináloe, tan apreciado en la cosmética y la medicina artesanal.

A lo largo de la jornada no solo fuimos convidados con la hospitalidad y simpatía de nuestros anfitriones, la jornada concluyó con un gran mole en el patio del solar. En conclusión, constaté los lazos que unen Olinalá, Guerrero con el oriente de Morelos y la Mixteca Poblana. Atesoré una vez más la sabiduría de la gente de campo en México, el sincretismo que une un proceso precortesiano con técnicas artesanales europeas, el respeto y cuidado al medio ambiente, así como las creencias populares, particularmente aquella de que solo los hombres fieles y bien portados pueden trepar a los árboles y llevar a cabo el “calado” o beneficio de lináloe, lo cual indudablemente provocó un sinfín de bromas y agiles comentarios. Al final terminé convencido y complacido de lo que dijo René Madariaga en su sapiencia popular: al afirmar que el beneficio del lináloe no solo es herencia de sus abuelos, es su identidad y orgullo, así como también una alternativa de vida e ingresos para las familias de la tierra caliente que comparten Morelos, Puebla y Guerrero.

Para obtener el lináloe, se hace el “calado” del árbol con un machete.

Proceso de destilación para la elaboración del aceite de lináloe.

Por: Roberto Abe Camil  / opinion@diariodemorelos.com

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