Diciembre ha sido y es el mes más especial del año, en esta temporada; durante la cual, toda nuestra vida nos habíamos venido sintiendo con una alegría interior muy especial que desencadenaba un gozo que no podíamos describir con palabras. La grata sensación del frío característico de esta temporada que precede las fiestas navideñas nos animaba, nos llenaba de entusiasmo y nos hacía recordar lo felices que fuimos cuando éramos niños haciendo con nuestras propias manos las piñatas con ollas de barro que nuestras mamás, tías o abuelitas ya habían desechado de sus respectivas cocinas. Las cuales convertíamos en verdaderas obras de arte utilizando papel de china, cucuruchos de cartoncillo y engrudo para después romperlas a garrotazos y lanzarnos sobre las frutas y los dulces que caían al piso en un forcejeo frenético con la intención de obtener la mayor cantidad posible; no sin antes haber acompañado a los peregrinos en la caminata cantando la letanía para rematar pidiendo posada con los cánticos característicos de ese acto. Y al término de esta, quedábamos extasiados con los bolsillos llenos de cacahuates y las frutas y dulces recogidos al romperse la piñata y con una o más bolsas de aguinaldo, abrazándolas celosamente bajo nuestra chamarra. 

La noche buena, nos daba la oportunidad de hacer una pausa en nuestras vertiginosas actividades para reunirnos con nuestra familia y amigos más entrañables y así disfrutar de los manjares de la cena preparada con tanto esmero y entusiasmo en una convivencia de buena voluntad. También, nos daba la oportunidad de visitar a amigos, familiares o conocidos que no habíamos visto hace ya un determinado tiempo. La noche buena nos envolvía en una paz interior que nos desconectaba de lo desgastante de la competencia en este mundo. Y la tan esperada navidad que significa la llegada del niño Jesús, que trae consigo esperanza, paz y principalmente amor; siendo esto la esencia de la navidad. 

En este diciembre toda esa dicha está siendo opacada por la presencia del coronavirus que se cierne amenazante sobre nuestras personas causando afecciones fatales sin importar sexo, edad, color, estrato social, raza, puesto político, religión, nacionalidad, incluidos todo aquellos que estaban y siguen estando incrédulos de su existencia.   

Al término de este mes se completa un año más en nuestra vida y se cierra un ciclo más de nuestra existencia. Haciendo su arribo enseguida, el mes de enero y con él, el principio de un año nuevo, cargado de una mezcla de buenos propósitos, determinación y esperanza. Enero, también nos hace recordar nuestra niñez, la cual tenía en esta temporada una mezcla indescriptible de emoción con la larga espera del arribo de los reyes magos. En este mes no perdíamos la oportunidad para desearle a nuestros seres queridos, familiares, amigos, vecinos, clientes y conocidos, nuestros mejores deseos de salud y prosperidad.

Este año, ha sido un año muy complicado para la humanidad por la aparición y difusión vertiginosa de este virus por todo el planeta. Y dado que es un virus que era poco conocido, nos tomó por sorpresa incluida la ciencia y, por ende, sin recursos para prevenirnos y menos aún para atacarlo, obligándonos a recurrir a las únicas dos formas de evitar el contagio: el encierro y la sana distancia. Complementadas estas con el uso de cubre bocas y caretas o goggles y el constante lavado de manos. Trayendo esto de inicio y en casi todos los casos, un daño emocional en nuestras personas y los conflictos familiares al interior de los hogares que esto conlleva. El encierro, ha traído además de lo anterior, daños al funcionamiento social que le ha venido a pegar fundamentalmente a la economía, dañando directamente al bienestar de las familias. Lo anterior, ha sido consecuencia de que la sociedad estaba, sigue y seguirá estando estructurada para interactuar de diferente manera.

Por lo anterior, la ciencia ha tenido que trabajar día y noche en la búsqueda de la prevención con trabajos y estudios de investigación para producir una vacuna que nos permita generar los anticuerpos necesarios para contrarrestar la invasión del virus a nuestro cuerpo. Evitando así enfermar con las ya conocidas consecuencias que en muchos de los casos tienen desenlaces fatales.

La búsqueda de antivirales es otro recurso que tiene la ciencia para atacar al virus cuando ya ha invadido nuestro organismo. Tarea nada pero nada fácil. Y mientras los científicos trabajan frenéticamente en la búsqueda de estos dos recursos los médicos, enfermeras, camilleros choferes de ambulancias y todo el personal de los hospitales del sector salud público y privados trabajan con denuedo para salvar el mayor número de vidas posible, sin importar poner en riesgo su propia vida. Para todos ellos nuestro reconocimiento y gratitud. Y dado que ha habido un repunte muy marcado en el número de casos, lo cual ha vuelto a llenar y rebasado la capacidad de los hospitales, nuestras autoridades sanitarias se han visto obligadas a regresar al color naranja o quizá próximamente, al rojo del semáforo epidemiológico. Nosotros por nuestra parte, en la medida que podamos, tenemos la obligación de encerrarnos más a conciencia, para solo salir a hacer lo absolutamente indispensable con las medidas de protección ya citadas.

Ahora bien, como nada en esta vida es para siempre, en esta temporada decembrina debemos aguantar la tentación de romper con estas reglas en aras de nuestra salud, la de nuestras familias y de la sociedad, con la esperanza que el próximo año 2021 la vacuna llegue para ayudar a protegernos de este virus. Y poco a poco ir caminando hacia una nueva normalidad que nos permita el diciembre que tanto hemos disfrutado en nuestras vidas. ¡Vale mucho la pena!

El autor es cronista del pueblo de San Lorenzo Chamilpa y miembro del Consejo de Cronistas de Cuernavaca, A. C. 

Por:  Jesús Avilés Rodríguez  /  opinion@diariodemorelos.com

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