En el libro “Mi Lindo Jiutepec” de Vicente Aguilar Martínez (2004) dice: “Poco después de la concentración en la estación de Cuernavaca, los habitantes en su totalidad fueron reconcentrados en la ciudad de México. La gente de recursos económicos contrataba un carro especial de ferrocarril para llevarse sus pertenencias, pero la gente pobre como todos los de este pueblo, con sus pocas pertenencias que aún tenían y habían logrado salvar del saqueo, viajábamos en los carros del ferrocarril hacinados y apretujados como si fuéramos animales. En la ciudad de México pasamos miles de penalidades y trabajos para subsistir; un tío mío teniendo un comercio en la entrada del mercado de Cuernavaca, allá en la capital fue a trabajar de barrendero en una escuela, el suegro de mi tío siendo persona más o menos acomodada trabajó de cargador; yo y mi madre mendingábamos nuestros alimentos; un día no habíamos tomado alimento alguno, y nos dirigimos a la calle, me dijo mi madre que entrara a un restaurante a pedir algo de comer, el mesero lo mismo que el cliente de forma violenta me sacaron. Los carrancistas descargaron toda su vesania sobre los habitantes del Estado de Morelos. En los últimos días de diciembre de 1918, mi madre, mi hermano y yo regresamos a Morelos, tomando el ferrocarril a Ozumba, y como los carrancistas dejaban pasar a la gente por ese pueblo, aprovechamos la oportunidad, así fue que con bastantes penurias llegamos a nuestro querido pueblo de Jiutepec. Lo encontramos lleno de maleza y ruinas. Por las lóbregas y oscuras noches, sólo se escuchaba el tétrico aullido de los coyotes, el lúgubre y monótono canto del tecolote y el graznido de la lechuza; víboras, tejones, zorros, cacomixtles y tlacuaches estaban adueñados del pueblo. Para alimentarnos comíamos garrobos, o iguanas, otros comían hasta los chintetes, también comíamos toda clase de hierbas, como verdolagas y quelites, las señoras hacían gordas de pie de plátano, ya que no teníamos frijol y maíz para hacer tortillas.”

En el libro “Mis recuerdos y andanzas en la Revolución” de Alfonso Navarro Quintero (2003) dice: “Quedé incorporado al ejército carrancista y el 22 de diciembre de 1918, a las 10 de la mañana hice mi entrada a Cuernavaca, al mando de una escolta de 5 soldados, un cabo y un sargento que me acompañaron hasta el centro de la ciudad, la cual estaba totalmente deshabitada y en algunos lugares en ruinas. Cuernavaca estaba sin un solo habitante desde febrero de 1917 por la evacuación que hizo Pablo González, quien, en su propósito de acabar con la revolución zapatista, obligó a los habitantes del Estado de Morelos, a abandonar todas las poblaciones. Las casas de Cuernavaca estaban unas abiertas, otras cerradas, otras tapiadas con tabiques, algunas casas tenían muebles y otras estaban casi destruidas.

Por la noche subimos a la torre de catedral y lanzamos luces de bengala blancas para que, de Tres Marías, el resto del ejército viera que el camino para Cuernavaca estaba listo para el avance. Al día siguiente llegó la primera avanzada formada por un escuadrón de caballería y por tren llegó la tropa de infantería. Más tropas entraron a Cuernavaca los siguientes tres días. En el mes de junio de 1919, fue nombrado por el presidente Carranza, gobernador provisional de Morelos el señor Benito Tajonar, quien tomó posesión de su puesto en Cuautla, que se erigió provisionalmente en capital del estado, mientras se efectuaba la limpieza, reparación y arreglo de Cuernavaca, para poder ser habitada. Se nombró presidente municipal de Cuernavaca al coronel carrancista Zertuche Cárdenas, quien también mandó limpiar todas las casas de la ciudad, y aprovechó su cargo para llevarse a la ciudad de México gran cantidad de muebles y otras cosas. Con todo lo que se llevó abrió un bazar para vender los objetos sustraídos de Cuernavaca, los cuales muchos fueron reconocidos por sus dueños que andaban todavía por la capital del país, pero no lograron recuperarlos. Ya desde enero de 1919, comenzaron a llegar algunas familias a Cuernavaca, para ver qué había quedado de sus propiedades; así fue como empezó a poblarse de nuevo la ciudad.”

En el libro “Tempestad sobre México” de Rosa E. King (1997) dice: “A última hora de la tarde el tren llegó a Cuernavaca. ¡Qué panorama nos dio la bienvenida! Negras, derruidas, acribilladas paredes donde antes hubo casas confortables y felices; puentes destruidos, accesos a la ciudad inutilizados; por todos los rumbos señales de la pavorosa contienda. Recorrimos en coche calles desiertas, casas abandonadas a su suerte; no se veía un alma. El zangoloteo de las ruedas despertó extrañas resonancias en el vacío. En el centro de la ciudad estaba un puñado de gente, y divisé a los soldados carrancistas, cuyos uniformes delataban su condición de forasteros. Algunos de mis sirvientes los encontré en el Bella Vista, esperándome entre las ruinas del portal. Natividad corrió hacia mí y me abrazó. Me apreté a ella, hecha un mar de lágrimas, sollocé: ¡Pero aquí no hay nadie! ¿Dónde está la gente? ¿A dónde se fue la gente? Entonces advertí lo que había quedado de mi hotel. El recibidor estaba desierto, sin un mueble. El resto del edificio mostraba el mismo grado de estropicios y escombros. Las habitaciones se encontraban por completo quemadas y a cielo abierto, sin rastro del techo, sólo quedaban los muros ennegrecidos. Lo único que consoló mi corazón fueron los rostros de mis sirvientes y su alegría al verme. Natividad me consiguió una cena frugal de frijoles con huevos y unas ciruelitas. Los ciruelos seguían cargados de fruta, lo cual me parecía milagroso, pues por toda la región había visto campos devastados que rápidamente se volvían en eriales. Me senté en un rincón para resguardarme del frío de la noche, con un chal sobre los hombros y una vela encendida junto a mí; todo lo que podía ver era el círculo de luz a mi alrededor y el lejano resplandor de las estrellas. Me había propuesto visitar al general Pablo González, comandante de las fuerzas federales estacionadas en la ciudad, pero no lograba animarme a este esfuerzo. Entonces intenté enterarme de lo que había sucedido en el Estado de Morelos.”

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