En la edad media, el azúcar era un bien de lujo, venía de oriente y era considerado exótico
Dédalo era un hábil inventor y arquitecto que vivía en Atenas. El rey de Minos le pidió que construyera un laberinto para encerrar al Minotauro, un terrible monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre que amenazaba el reino.
Dédalo y su hijo Ícaro diseñaron un intrincado laberinto para que quien entrara no pudiera salir. Para que ningún mortal pudiera conocer el secreto de los caminos, el rey Minos encerró al diseñador y a su hijo dentro de la construcción.
La salida estaba clausurada, así que padre e hijo debían pensar en una solución que no fueran las puertas. Observaron a su alrededor, reflexionaron y, por fin, a Dédalo se le ocurrió la solución después de ver volar a los pájaros cerca de ellos. ¡Se harían sus propias alas y escaparían volando!
Con plumas de aves y cera de abeja se hicieron unas espectaculares alas y así escaparon de aquella prisión. Todo bien, ¿cierto? El padre le advirtió a su hijo que estarían seguros siempre y cuando no volaran ni muy alto ni muy bajo.
Ícaro se sintió libre y tan seguro de sus alas que olvidó los consejos de su padre. Empezó a acercarse al Sol y la cera comenzó a derretirse. Las alas se desprendieron de Ícaro, quien cayó en picada al mar y murió.

¿Cuál fue la solución de Dédalo para escapar del laberinto?

¿Cómo llegó a esta solución?

¿Qué tenía que haber hecho Ícaro para salvar su vida?

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