Conforme pasa el tiempo, el atractivo y misterios de los mitos van de una generación a otra. Esto sucede no sólo por la fuerza y carisma de sus personajes y hechos, sino ante el recrudecimiento de la ramplonería política, “el chapulinazo” político, la renuncia de principios e ideologías. El próximo sábado 10 de abril se cumplirán 102 años del asesinato en Chinameca de Emiliano Zapata. De la emboscada de Jesús Guajardo y la autoría intelectual de Pablo González rescatamos algunos datos que nutren el mito. Porque si bien la memoria colectiva de pueblos y comunidades campesinas guarda a detalle este tipo de datos, el conglomerado urbano y las clases en el poder suelen arrumbarlos entre los trebejos de la Historia Patria, para que no estorben al pragmatismo politiquero. Para contextualizar el aniversario luctuoso, entre muchos otros susceptibles de considerar preguntamos: ¿qué sucedió inmediatamente después de la muerte de Zapata con el mando del Ejército Libertador del Sur? Y ¿hasta dónde hunde sus raíces la tradición de la consigna de “tierra y libertad”? En los primeros años luego del asesinato de Emiliano Zapata, fue reiterado el reclamo de la insuficiente distribución de la tierra y, por otra parte, décadas después el argumento oficial consistió en que se agotó la Reforma Agraria y hasta desapareció la secretaría federal que ostentaba tal denominación. Fue hasta el 28 de septiembre de 1920, diecisiete meses más tarde de la muerte del General, que el gobernador de Morelos, José G. Parres, médico del ejército zapatista, entregó a los pobladores de Anenecuilco los títulos provisionales que les daban derecho a las tierras de las extintas haciendas de Hospital y Coauhixtla. Respecto a los mandos del ejército zapatista, el 2 de junio de ese 1920 en el desfile realizado en la Ciudad de México de las fuerzas obregonistas que se alzaron contra el presidente Carranza con el Plan de Agua Prieta participaron fuerzas zapatistas de Morelos. Los jefes de uno y otro bando subieron a los balcones de Palacio Nacional para ver el resto del paso de las tropas. El aguerrido Genovevo de la O aparece en una foto, con el ceño fruncido y agarrando la cacha de su pistola, pues casi junto a él está el autor intelectual de la muerte del jefe Zapata, Pablo González. Eran ya los tiempos de los obligados olvidos de los mutuos agravios. De la O también le hizo ver su suerte y ridiculizó a González volando trenes en el norte de Morelos, el sur del Distrito Federal y emboscando tiro por viaje a tropas de pelones federales. Otro de los aspectos que también se deja de lado a la hora de recordar la revolución zapatista, es la herencia indígena y ancestral de esa lucha. El lema de “Tierra y Libertad” no sólo es una consigna de lucha y meta social, también la recuperación de la tierra como la Madre primordial de todos los sustentos, según la cosmogonía náhuatl y de todas las civilizaciones mesoamericanas. El mito que se convirtió en ideología es el de Tlalocan-Tamoancha, como el lugar ideal y la tierra que no es propiedad particular y sus frutos se reparten entre todos los pueblos, sistema que fue abolido por la explotación feudal de la caña de azúcar impuesta por los españoles. Desde la expansión del territorio mexica hasta la industrialización del cultivo y procesamiento de la vara dulce, se mantuvo la persistencia de la defensa de la tierra que sólo se explica por una auténtica mística por la tierra misma. Mito e historia no se agotan, se alimentan al paso del tiempo. Héroe universal, la ideología de Zapata tiene herederos entre la gente de hoy que suelen ponerse en el mismo plan de intransigencia justiciera. En el mundo los zapatistas de estos días se reconocen en los zapatistas de antaño, mantienen la consigna: ¡Zapata vive, la lucha sigue!... (Me leen después).

Por José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 

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