El titular de la Comisión Estatal de Seguridad (CES), José Antonio Ortiz Guarneros, no cometió el error en el que sí incurrió Graco Ramírez: se negó a ponerle plazo al final de la violencia, de 18 meses, como ofreció –y no cumplió– el ahora ex gobernador casi al inicio de su mandato. Pero Ortiz se justifica usando la “estrategia” de echarle la culpa al pasado. En su comparecencia ante el Congreso Estatal, el viernes, lamentó que la CES enfrenta un rezago de recursos heredado por la anterior administración. Al admitir que no hay un plazo para que termine el problema de la inseguridad en Morelos, dijo una perogrullada, cierta pero desprovista de la mínima esperanza para la sociedad sobre la posibilidad, aunque sea remota, de alcanzar la mejoría. Coordinadora de la bancada de Morena, la diputada Keila Figueroa Evaristo abrió las “hostilidades”. Dijo lo que no hay morelense que no repita en todos los lugares y a todas horas del día y la noche: “estamos cansados de tanta inseguridad”. Lo que por ser grave afecta al pueblo, irrelevante para la población el dicho del señor Ortiz: que la CES carece de dinero para pagarles a sus policías cursos de capacitación en Chile. Al morelense común no le interesa que el marino habilitado como policía se queje porque heredó una deuda de 25 millones de pesos. No por antigua, la demanda social no ha perdido vigencia: seguridad ya, ahora, con más hechos y menos palabras. Y si los que están no pueden porque a lo mejor no saben, que se vayan. Quizá un día llegue alguien que sí sepa y sí pueda. Mientras tanto, las postales de la realidad que se volvió cotidiana. Apenas cae la noche, las personas comienzan a guardarse. Toman la ruta, conducen rumbo a casa, pocos caminan. Apresurada, la pareja que lleva de la mano a un niño da zancadas grandes; atentos a la menor señal de peligro, voltean las miradas a todos lados sin detener su marcha. Girando la esquina, ven de reojo a dos muchachos que conversan en la acera de enfrente. Evitan mirarlos directamente; vaya a ser que se molesten. Como están las cosas lo mismo pueden ser malos que buenos. ¿“Halcones”, sicarios, ladrones o simplemente chicos aburridos que matan el tiempo platicando? Piensan: menos mal que la libertad para conversar no se ha perdido todavía. En las casas, mercados, oficinas, escuelas, restaurantes, plazas comerciales hablan de lo mismo. Relatan secuestros, extorsiones, pagos de piso, robos a comercios, asaltos a bancos, asesinatos, ajustes de cuentas entre mafiosos. Parece que no hay otro tema. Muchos son los que aseguran que tienen un conocido, amigo o pariente que fue víctima de la delincuencia. Conocen “de oídas” o de manera directa historias de empresarios pequeños, modestos y grandes que se fueron a vivir a otros estados; cuentan de políticos y comerciantes acaudalados que hace años o recientemente mandaron a sus familias al extranjero. Alimentada la atmósfera del miedo por las imágenes recurrentes de la televisión que consignan hechos violentos en El Bajío, Tamaulipas, Jalisco, Zacatecas, Guerrero, de lo que se habla es de un mal nacional, envidiadas las excepciones de Yucatán o Campeche donde a la gente que camina en la noche y en la madrugada se le ve regresando contentos al hogar. Aquí, para las nueve las calles ya emiten aullidos de soledad, escasos los peatones y acelerados los automovilistas dando tumbos en topes y baches en medio del alumbrado público apagado que hace más negra y temible la noche. Así llevamos años. Pocos osan salir. Encerrados a piedra y lodo, aprisionados en fraccionamientos y privadas enrejadas nos volvimos rehenes de la inseguridad. No más jornadas nocturnas para los taxistas que otrora ruleteaban buscando pasaje, en tanto los que por obligación “hacen sitio” dormitan pues servicios pedidos por teléfono casi no les piden. Nada es como antes. Lejano el pretérito de la tranquilidad, los jóvenes no la conocieron; piensan que la vida siempre fue como hoy. Herida de muerte por la delincuencia, la vida nocturna casi fenece, perdidas las inversiones para tanta gente quedada sin empleo por negocios cerrados: músicos, meseros, garroteros, cocineras, ballets parkings, etc. Quién va a querer salir en las noches cuando a diario se publican noticias sobre balaceras, ejecuciones, hallazgos de cadáveres enteros, decapitados o desmembrados. Sólo las personas que laboran en las noches salen después de que el sol se ocultó. O los malandros que duermen de día y “trabajan” de noche, como los vampiros de la tenebrosa Transilvania… (Me leen después). 

 

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com 

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