En donde aparecen los olores fétidos es lo de menos, lo grave son las filtraciones de tóxicos lixiviados en aguas subterráneas que surten los pozos para el consumo humano. Enferman a la gente, y no se digan a quienes trabajan en ellos.

Una década atrás ya se contaban 16 “tiraderos a cielo abierto”, probablemente hoy son el triple, entre éstos y los llamados “rellenos sanitarios” que supuestamente son “menos dañinos” pero a la larga significan los mismos o peores problemas.

Los tiraderos a cielo abierto son generadores de gases de efecto invernadero (metano y bióxido de carbono) y, por lo tanto, precursores del cambio climático o calentamiento global. Se separe o no, la basura que todos producimos es la mezcla de: residuos orgánicos, 50 por ciento; residuos inorgánicos reciclables, 40 por ciento, y residuos inorgánicos no reciclables, 10 por ciento. Sólo se recicla el 2 por ciento del total de la basura.

¿Quién no recuerda la llamada “crisis de la basura en Cuernavaca”? Sucedió en 2006. La ciudad fue convertida en un confinamiento de bolsas y desperdicios malolientes en lugar de la humedad de sus barrancas y el aroma de sus flores. La necedad y estulticia política de Adrián Rivera y Sergio Estrada –los dos en su último año como alcalde y gobernador–, más la desesperación de los pobladores de Alpuyeca, nos mostraron a propios y extraños el paisaje apocalíptico de lo que sucedería si se dejase de recoger la basura.

La crisis comenzó en el lugar que se llegó a conocer como “el basurero de la muerte”, porque de los cerros de desperdicios a cielo abierto salían arroyos de lixiviados o jugos tóxicos destilados de la mezcla de basura orgánica que desaparecían en la tierra porosa, se estancaban en hoyos pestilentes y caían como pus al río de Alpuyeca. A niños, jóvenes, adultos y ancianos les cayeron enfermedades causadas por tres décadas de convivir con millones de toneladas de desechos domiciliarios y hasta de hospitales. En el cerro de Milpilla estaba el tiradero de Tetlama, el paisaje que nos recuerda la comodina negligencia de la autoridad: bolsas negras, ropa deshilachada, fierros oxidados, llantas, envases multicolores de plástico. Y lo que no se ve: las filtraciones que provocan la contaminación de ríos, pozos, tuberías y mantos freáticos de regiones enteras.

Recuerdan las crónicas de entonces que el basurero de Tetlama fue punto de conflicto durante el gobierno panista de Sergio Estrada. Se comprometió a construir un relleno sanitario regional que cumpliera con todas las condiciones, como la NOM-083 de la Semarnat, y cerrar de inmediato el tiradero del cerro de Milpilla. Todo antes de que finalizara su sexenio. No cumplió y en contubernio con Adrián Rivera volvieron a utilizar, primero con engaños y después de forma clandestina, el tiradero a cielo abierto, exactamente frente a la zona arqueológica de Xochicalco.

Los habitantes de Alpuyeca decidieron movilizarse para exigir el cierre del basurero, el cual ya había cobrado decenas de víctimas por infecciones gastrointestinales. En marzo de 2006 se inició el cierre del tiradero y se impidió el paso a los camiones de basura. La demanda no era reciente, hecha por los lugareños desde doce años atrás, en 1994. Represivo, el Gobernador envió granaderos y al subsecretario de gobierno, Rafael Martínez, para negociar tres meses de tregua y ofrecer lo imposible: la construcción de un relleno sanitario regional. Se reabrió el basurero y volvieron a circular los tortons repletos de basura.

Hoy, en pleno proceso electoral, las candidatas a gobernadora y los candidatos a presidentes municipales no hablan del tema de la basura; no se comprometen a evitar una crisis como las de 2006… (Me leen el lunes).

Las opiniones vertidas en este espacio son exclusiva responsabilidad del autor y no representan, necesariamente, la política editorial de Grupo Diario de Morelos.

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