Por eso del debido proceso, al imputado no se le puede decir por su nombre completo.

 Pero cuando se trata de personas famosas, sobran los apellidos.

 Así que citar el nombre José Manuel y señalar su condición de ex alcalde de Jiutepec insinúa de quién se trata.

 En este caso, de un ex edil acusado del delito de ejercicio abusivo de funciones, explica la nota, porque indebidamente firmó un contrato de arrendamiento para usar un predio de su familia a efecto de destinarlo como corralón municipal, sin la licitación correspondiente.

 Dicho en buen romance, porque perpetró una transa de 60 mil 660 pesos con la renta de un terreno propiedad de su familia para el corralón municipal durante un año, del 1 de enero al 31 de diciembre de 2018.

 Evidente la maniobra, quedó vinculado a proceso penal por la Fiscalía Anticorrupción que acreditó que firmó un contrato de arrendamiento para usar el predio como corralón municipal, sin haberlo licitado.

 Pero, lenta de por sí la justicia y más aún con el sistema oral, lo anterior no significa que José Manuel “N” vaya inmediatamente a prisión, y menos que deba “devolver la copa”, ya, ahora.

 Si bien la acusación sugiere un conflicto de intereses, el suyo es ir al penal de Atlacholohaya pero sólo a firmar, lo cual sin embargo no deja de exhibirlo como un presunto delincuente.

 Fijado por el juez de la causa penal JC/1278/2019 un plazo de tres meses para la investigación complementaria, el ex alcalde de Jiutepec tiene derecho a presumirse inocente.

 Disculpando la redundancia, viene a cuento este cuento: Le insiste el preso a su abogado defensor en el área de locutorios: “Licenciado, le juro que soy inocente”.

 Y éste le responde, muy serio: “Yo te creo, pero el juez no te cree”… QUE en Cuernavaca sólo funciona el sesenta por ciento de las lámparas del alumbrado público, ha dicho el alcalde Antonio Villalobos.

 Y a medios de comunicación, declaró que en la siguiente reunión de presidentes municipales pedirá el apoyo del Gobierno del Estado para renovar la red del alumbrado.

 Viejo el problema y desatendido por sucesivas administraciones municipales, subraya la urgencia de la solución.

 Digo: para que en Cuernavaca no sigan pasando historias como esta: Conduces de noche por la avenida Palmira, no es muy tarde aún, la carátula luminosa del radio te da la hora: 10.

15.

 De pronto, la llanta derecha de tu coche choca contra algo que no logras ver bien a bien pero te parece como un pedazo de riel saliendo del piso.

 Apenas lo ves, te estacionas cerquita del foco de la puerta de una casa; revisas la llanta, sacudes el coche, hurgas con la lámpara de pilas pero por fortuna todo parece estar en orden.

 Reanudas la marcha, la falta de alumbrado artificial torna más negra la noche, recuerdas que la única luminaria que funcionaba se fundió hace años, así que avanzas con precaución, atento a los espejos laterales y el retrovisor, temiendo que en cualquier momento te salga un asaltante en taxi o en motocicleta.

 A la mañana siguiente, cumples la primera parada en el crucero donde le das la propina al chico de no más de diez años que se trepa en el cofre y le pasa un trapo cochambroso al parabrisas.

 La escena se repetirá en cada semáforo hasta que llegues a tu cita de negocios.

 A unos ya los conoces y a otros no.

 Está el señor de edad avanzada y aspecto andrajoso que implora limosna, la muchacha con el cabello pintado color zanahoria que hace piruetas con los aros, el faquir encuerado del dorso y recostado boca arriba en una cama de vidrios, la niña y el niño de diez o doce, al parecer hermanitos, que venden flores, y el chamaquito de seis que mete medio cuerpo en el coche, hurgando con la vista ansiosa, pidiendo que le des la pluma inservible, el encendedor desechable, cualquier cosa.

 Pasada media hora estás en la entrada del estacionamiento de la plaza comercial donde vas a menudo, pero antes de pasar y de que el vigilante levante la pluma le pagas diez pesos al bolero que ha salido a tu encuentro (“por el trapazo de ayer, jefe”).

 Paras en el Oxxo de siempre, retomas el volante y repites la propina al “viene, viene”.

 Arrancas rumbo a tu casa, piensas que vives una tarde como cualquier otra pero de equivocas.

 Se te empareja una “moto” montada por dos sujetos encasquetados.

 El que hace de copiloto blande una pistola, te hace la seña de que pares, ordena: “¡el dinero!”.

 Dices que no traes, no te cree y te esculca.

 Furioso, tira tu cartera al piso, te arranca el reloj, te saca el celular del bolsillo de tu chamarra y los dos se van quemando llanta.

 No apareció ni una patrulla de la policía y los automovilistas que vieron el asalto pasaron de largo… (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com

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