La delincuencia y la miseria son factores desencadenados en los que jóvenes sin posibilidades de estudio y trabajo pueden ser absorbidos por el espejismo del dinero fácil que propicia la delincuencia organizada. Bombardeados por mensajes en la internet que describen “paraísos artificiales” de ingresos magníficos, los jóvenes sin alternativas son presa fácil del crimen.
El cambio del paisaje territorial transformó el paradigma del éxito. Antes ser abogado, ingeniero, médico, licenciado, etc., era una aspiración de los jóvenes de la mayoría de familias. Pero al cancelarse las oportunidades de trabajo, debido a la contracción de la oferta por políticas económicas erradas, los egresados de esas y otras profesiones se convirtieron en desempleados “de lujo” o subempleados, por lo que muchos acabaron manejando taxis, trabajando en alguna tienda departamental, etc. Egresadas o no de universidades, muchas mujeres laboran en zapaterías y en mostradores de todo tipo de comercios para completar el gasto familiar. Peor aún si son madres solteras o el marido aporta poco o nada a la manutención familiar. Las circunstancias de la gran mayoría de la gente no son nada favorables para presumir aquello de “vivir mejor”, como alardean los spots gubernamentales.
La miseria abunda y sigue in crescendo. En términos de calidad de vida, la miseria de zonas marginadas, con o sin servicios públicos, son espacios que degeneran en “tierra de nadie” dominados por bandas de la delincuencia organizada. Sucede en otras latitudes y en la Megalópolis del Centro de México integrada por Pachuca, Toluca, la Ciudad de México, Tlaxcala y Cuernavaca.
En términos netamente económicos el liberalismo económico del siglo XIX desembocó en el “capitalismo salvaje” del XX. Los países subdesarrollados transitaron en el neoliberalismo del siglo anterior, con el saldo del paso de la pobreza a la miseria llamada eufemísticamente “pobreza extrema”.
Ni el liberalismo políticoeconómico, de la época de Benito Juárez, ni el neoliberalismo de Carlos Salinas trajeron la suficiente y adecuada justicia social. En el primer caso, la cúspide del liberalismo político fue el positivismo progresista del porfiriato, cuyas contradicciones de represión de las libertades y desarrollismo a costa de vida y recursos naturales tuvieron salida en la Revolución de 1910-1919. En el segundo caso, el neoliberalismo estrenado por Miguel de la Madrid tuvo su clímax con su sucesor y la correspondiente respuesta del levantamiento neozapatista de Chiapas, en 1994.
En el ámbito local y en las primeras dos décadas del siglo XXI, además de haberse borrado el rostro rural de Morelos y buena parte de sus idílicos parajes, el paisaje morelense escaló al urbanismo desordenado, igual que muchas zonas de México. Hay territorios de marginación y miseria, aunque se puede decir que hasta principios del siglo XX en Morelos y buena parte del país hubo pobreza, pero no miseria. En la primera condición la gente tiene asegurados los elementos básicos para subsistir. En la segunda, se vive al día y en muchas ocasiones la gente no tiene ni para comer. Ésa es la pobreza extrema.
En el año 2018 el salario mínimo era de 176 pesos con 72 centavos, y en el 2024 de 419 pesos y 88 centavos. Aumentó un 116.4 por ciento, y la pobreza disminuyó 6.1 puntos porcentuales. Lo cual no había ocurrido en México, ni antes o durante los 36 años de los gobiernos fallidos del PRI y el PAN, de 1982 a 2018. Hoy, la Comisión Nacional de Salarios Mínimos lo sintetiza así: entre 2018 y 2024, la pobreza multidimensional —que mide ingresos y seis dimensiones de carencias sociales— pasó de 41.9 a 29.6 por ciento, una caída de 12 puntos porcentuales que significa la salida de la pobreza de más de 13 millones de personas. Sin embargo, aún falta mucho para que el ingreso del mexicano promedio alcance un bienestar económico estilo países del primer mundo como Noruega, Qatar, Dinamarca y Suiza… (Me leen mañana).
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