Le piden a “papi gobierno” descuentos especiales, subsidios, exención del pago de derechos de control vehicular, que el Ejecutivo Estatal sea su aval para comprar automóviles nuevos a tasas de crédito baratas. ¿Y su nieve de qué la quieren? Disfrazadas de solicitudes, las excepciones son intentadas por agrupaciones de concesionarios de taxis, o sea patrones, no trabajadores, choferes, pues. El anuncio lo hizo un representante de uno de tantos sitios de taxis, dizque representando a 30 agrupaciones de “trabajadores del volante” en una jugada que repiten cada año por estas fechas. Pretextan: ya que el Gobierno Estatal acostumbra otorgar un montón de beneficios a los concesionarios, que hoy no sea la excepción. Pero lo que no se han puesto a pensar es que, si se trata es de apoyar a los de abajo, las autoridades saldrán a favor de los choferes, no de los patrones. Y si a esas vamos, los descuentos también serían para los automovilistas particulares, no exclusivamente para los transportistas. Uno de los principios de la 4-T es primero los pobres.
En el otrora llamado oficialmente Sistema de Transporte Colectivo y luego nombradas “de rutas”, la explotación laboral es histórica. Y continuarán siendo explotados sin que autoridad alguna se ocupe de acabar con esta injusticia que afecta a miles de familias. Un mal nacional que no es privativo de Morelos, pues ocurre en casi todo el país ante la indiferencia de la sociedad. Afecta a millones de personas que soportan jornadas de trabajo de doce y más horas, que no tienen seguro social, ni vacaciones, reparto de utilidades ni pago de séptimo día de descanso. Y para los usuarios, un servicio de tercer mundo que es padecido por niños y adultos viajando apiñados en microbuses y combis de modelos atrasados.
Viene a cuento esta historia ignorada por las nuevas generaciones: De los 40 centavos que costaba un pasaje en las postrimerías de los años cincuenta y 45 en los sesenta, escaló a 50, 60 y 70 centavos. Cinco años después llegó a $ 1.50, como consecuencia de la primera devaluación del peso en el gobierno de Luis Echeverría Álvarez. Se acercaba el final de los ochenta cuando el pulpo camionero dio la última boqueada. Databa de fines de los setenta, monopolizado por el zar del transporte, Jesús Escudero, un multimillonario con autobuses de pasaje urbano en Acapulco y gente, se decía, del cacique del priismo guerrerense Rubén Figueroa Figueroa. En Morelos, Escudero les compró autobuses y concesiones a los dueños de las líneas de camiones urbanos y suburbanos Chapultepec, Urbanos y Emiliano Zapata.
En 1979-80, los usuarios de Cuernavaca y municipios aledaños estaban hartos de que los permisionarios del transporte urbano subieran las tarifas cada vez que les daba la gana. Los transportistas estaban coludidos con funcionarios corruptos. De pronto convertidos en concesionarios, los choferes de taxis y autobuses urbanos empezaron a recorrer las calles con lo primero que tuvieron a la mano: coches a manera de taxis “peseros”, como había en el entonces Distrito Federal, viejos la mayoría, y combis usadas que los usuarios aceptaron de buen talante. Creadas como el Sistema de Transporte Colectivo por el entonces gobernador Lauro Ortega Martínez, sorteada una parte de las concesiones en el desaparecido cine Ocampo (el hoy Teatro de la Ciudad) a choferes de taxis, otra parte a permisionarios de los antiguos autobuses de servicio urbano de pasajeros y una tajada más del pastel a las dirigencias de la CTM y el SNTE que fundaron las rutas obrera y escolar…(Me leen mañana).
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