Las historias detrás del poder político y del dinero no tienen nada que ver con las versiones oficiales ni con las que aparecen en los periódicos. Son narraciones que muestran los extremos de la naturaleza humana, donde el peor asesino que puede ser un noble y amoroso caballero con las ancianas y un seductor con las mujeres, por sólo mencionar uno de los múltiples matices de la intrínseca contradicción.
Antes de que algún narrador las consigne por escrito, cierto tipo de historias se nutren del rumor, de las versiones personales o colectivas, de las anécdotas que se cuentan en voz baja en las cantinas, en las calles, pero nunca en el calor del hogar por la baja estofa de su especie.
Esta especie de tradición oral nutre las leyendas rurales o urbanas, y es hasta una mezcla de expresiones del discurso coloquial de un pueblo o región. Esto es así hasta que un narrador las pone por escrito, dando su propia versión de lo escuchado y recopilado en sabrosas y tenebrosas pláticas de parranda, café noctámbulo o secretos a voces compartidos en la penumbra del “yo nunca te lo dije…”.
El intrincado preámbulo es un entramado de conjeturas ante la lectura de un libro, descarnado en su desnudamiento de pasajes de los sótanos de las historias más lúgubres del estado de Morelos. El título lo dice todo: “Olea, el oficio de matar”, libro póstumo del político de izquierda Manuel Salazar Ávila, funcionario público, polemista, diputado local, pero ante todo ávido lector y escritor de una prosa vasta en detalles descriptivos de los paisajes externos e internos de situaciones y personajes. Manuel nació en 1950 en Yautepec y murió en su casa del centro de su pueblo natal, a los 64 años el pasado 6 de 2014.
En términos de literatura, según refieren quienes saben de estilos y corrientes, el libro de Manuel Salazar se inscribe dentro de la corriente del Naturalismo, aquella que describe a sus personajes tal como son, sin demasiados retruécanos psicológicos. Los personajes del Naturalismo, como lo veremos en el caso del jefe policíaco Mario Olea Martini, son mostrados en toda su contradictoria condición emocional que puede ir de la extrema crueldad y sadismo hasta el más puro gesto de amor. Los temas del Naturalismo son el asesinato, el alcoholismo, las drogas, la ira, la podredumbre y miseria de la condición existencial. El clásico del Naturalismo en México es la novela “Santa”, de Federico Gamboa, heredera de “Naná”, del francés Emilio Solá. En las páginas de “Olea, el oficio de matar” se notan sus rasgos naturalistas, como también de la novela policiaca o novela negra, sólo que aquí la narrativa está sustentada en historias de terror delincuencial y policíaco, liviana y a veces frontera inexistente que en el pasado remoto de la entidad y en el pretérito reciente ha sido un crudo y paradójico realismo.
Manuel Salazar, escritor. A los 64 años de edad falleció el exdiputado local, literato y periodista a consecuencia de un enfisema pulmonar. Último hijo del diputado constituyente Juan Salazar Pérez, Manuel nació el 24 de diciembre de 1949. Aunque fue militante del PRI, simpatizó con la corriente izquierda al interior y al exterior del mismo partido, de tal manera que participó intelectualmente en un movimiento en su natal Yautepec para destituir a la priista Gloria Ulloa del cargo de presidenta municipal. Fue diputado por Yautepec en la segunda mitad del sexenio del gobernador Lauro Ortega Martínez (1985-1988), literato, colaborador del semanario “Correo del Sur”, publicación que simpatizaba con las Comunidades Eclesiales de Base y la Teología de la Liberación, patrocinado por uno de sus grandes amigos, el obispo Sergio Méndez Arceo.
Después, Manuel colaboró como articulista en algunos periódicos locales. Incansable poeta, constante viajero de tierras sudamericanas; hombre que vivió a plenitud, generaba grandes amistades. Fue docente y fundador de la preparatoria “Alberta Rojas Andrade” y escritor de Yautepec.
Fiel a sus creencias, Manuel Salazar dispuso que una vez muerto lo incineraran sin avisar a nadie de su fallecimiento, para que su cuerpo no fuera visto ni objeto de costumbres religiosas de ningún tipo. A manera de recordatorio y cuando aún hoy los abusos policíacos son el pan de cada día, reproducimos fragmentos de la historia política-policíaca que al leerla se convierte en novela del más depurado “género negro”.
El capítulo 34, “¡Bajad el telón! La farsa ha terminado”, deja al descubierto el estilo naturalista y de su autor, su manejo del género detectivesco, delincuencial y policiaco basado en el tipo de vida y muerte del personaje extraído de la vida real de los bajos fondos de la política y la cotidianeidad policiaca del Morelos de mediados del siglo XX… (Me leen mañana).
