El título corresponde a uno de los libros de Francisco Javier Arenas, escritor y político morelense fallecido en el sismo del Distrito Federal, el 19 de septiembre de1985

Cuernavaca de cantares y leyendas, laberinto de calles embrujadas, ciudad dormida donde el amor se ofrenda en sus mágicas noches en lunadas. Versos que tienen hondo sabor a cariño imperecedero, parciales versos que abren la vía para adentrarnos en el corazón de una ciudad llena de vigor primaveral, lo que le ha dado un modo de llamarla: ciudad de la Eterna Primavera. Los aprendí hace muchos años, cuando corrían tiempos de amor a Cuernavaca; cuando grupos de jóvenes, inquietos, pero llenos de alegría sana cantaban serenatas en las noches quietas o bajo los plateados rayos de una luna que mucho ayudaba a los románticos a celebrar sus ritos olvidados. “Es Cuernavaca trasunto fiel, de un paraíso de luz azul, donde la vida pasa fugaz y los ensueños no tienen fin”.

Tal vez será que yo viví mi tiempo, y ahora no entiendo los momentos jóvenes, tan llenos de desórdenes diversos de los nuestros; tal vez será que también las cosas inertes van transformando su tramo molecular, y las inspiraciones que pueden provocar son distintas, tan lejanas como extrañas a nuestros recuerdos...

En fin, vengo llegando a una ciudad que por hermosa atrae sin rodeos a sus visitantes. Sentada en un hermoso valle, rodeada de árboles, los que le dieron desde antiguo su nombre de Cuauhnáhuac, se ve ahora grande, extensa, admitiendo en su seno nuevas colonias de personajes que no viven en ella, y que solamente ocupan un solar, para de cuando en cuando, llegar a él en busca de un reposo que les urge, después de sus tráfagos en la gran capital de la República.

Era una pequeña ciudad que medía un kilómetro, y la saturaban los perfumes de sus flores. Y sus árboles también saludaban con su aroma propio a los que iban por sus caminos. Hoy es una ciudad que ha crecido, y se siente orgullosa por haber dejado atrás su infancia pueblerina. Ahora la llaman de la Eterna Primavera...

Cuernavaca es una ciudad inmortal que ha sufrido muchos ataques por vías diversas, pero a pesar de haber hecho cuanto ha sido posible por acabar con su vida, Cuernavaca está ahí, sonriente, recibiendo a sus visitas y cobijando a sus pobladores con su luminosa alegría, con sus perfumes de árboles un poco enrarecidos por las humaredas de las fábricas, con los aromas de sus flores distintas a cada estación, un poco atenuados por los perfumes de las turistas que se ponen toques de “chanel o de burjúa”.

Ahí está, apareciendo entre barrancas, apuntando al cielo sus cúpulas de Catedral y Guadalupe o de sus edificios nuevos, de giros comerciales, orgullosamente vestidos de color blanco. Es la capital del Estado. Y por eso en ella se asientan los poderes del Gobierno. Esto es importante, porque nuestros turistas se olvidan a veces de avisar dónde se encuentran o no recuerdan a qué lugar hay que ocurrir para dar aviso de algún percance sufrido.

Cuernavaca está colocada tan estratégicamente, que se puede ver desde todos los horizontes: hasta desde el poblado más lejano del distrito, Buenavista del Monte, ya cerca del Estado de México, y al cual se llega con algún esfuerzo en jeep o a caballo, cruzando las sierras de Tetela. Desde allí se ve, en casi toda su majestuosa presentación.

Y a propósito de Buenavista del Monte, el camino por donde se va es el mismo que año tras año recorren los romeros que cumplen mandas al santo de Chalma. Para quien no esté acostumbrado a las barrancas, es un camino que marea, pues las profundas simas se abren a pocos metros de donde el vehículo pasa, y no se les ve fondo. Son caminos de aserradero, o muy difíciles, los que llegan a cruzar esta brecha. Pero vale la pena una pequeña desviación, pues aparte del paisaje mismo, se tendrá la oportunidad de ver en todo su esplendor las colinas donde poderosos extranjeros y muchos políticos mexicanos han fincado mansiones de verdadera categoría palatina. Atzingo tiene hasta el lujo de que un señor haya traído desde España, un Castillo, transportado piedra tras piedra... (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 


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