Dondequiera que le rasquen sale pus. Octubre fue un mes de denuncias, algunas penales, otras administrativas y todas mediáticas. Envuelto en la fetidez de la descomposición política, el gobierno de Graco Ramírez se perfila a pasar a la historia como muy corrupto. Hasta ahora no ha salido a defenderse, a eso tiene derecho pero que lo use o no el tiempo lo dirá. Convertida su ubicación en un misterio, ello ha dado lugar a la especulación. ¿Dónde está? Sus cercanos lo ubican refugiado en su domicilio de la Ciudad de México, y alguno de sus amigos lo defiende: “no tiene por qué huir. Reaparecerá, cuando él lo crea conveniente”. Otros fantasean: “En cuanto acabó su gobierno, se fue al extranjero”. Unos más intentan ser objetivos, advierten que no es difícil saber dónde se halla, recomiendan: “Sólo habría que preguntar a sus amigos, como el ex secretario de Hacienda, Jorge Michel Luna, y los ex diputados Francisco Moreno Merino y Hortencia Figueroa, Beatriz Alatriste”. Entre tantas acusaciones de corrupción, llama la atención una que hace Guillermo López Ruvalcaba, no por cuantioso el monto –diez millones de pesos reportados como inversión para un corral en el rastro de Miacatlán que no existe– sino porque el ahora secretario de Desarrollo Agropecuario y Graco fueron grandes amigos o al menos así lo presumía el propio Ruvalcaba. Pero, pelillos a la mar estos y otros, lo son por dos razones: tantas acusaciones no tendrán sentido si, por una parte, si son comprobadas con evidencias irrefutables los responsables no son metidos en prisión y no regresan el dinero que se robaron, y por otra, que tantas imputaciones de actos de corrupción no sean pretextados por la administración de Cuauhtémoc Blanco Bravo para “justificar” que obras no podrá hacer porque no le dejaron nada… AL MENOS de unos ocho años a la fecha la costumbre se ha revertido. Cada vez más negocios, medios de comunicación, discotecas, restaurantes, escuelas e instituciones públicas celebran el Día de Muertos de origen prehispánico. El Jalowin es parte del oropel con sus vampiros, zombis, brujas, hombres lobos, entre otros engendros, pero afortunadamente la tendencia por esta preferencia de origen anglosajón parece ir a la baja. Están de vuelta y con mayor fuerza “las calaveras”, con y sin rima, las ofrendas –aunque hoy día resulte una sangría al presupuesto familiar– y fortalecer la costumbre de comer los guisos y disfrutar de la música preferidos de los difuntos sobre o en un costado de sus tumbas. Con sus variantes, en múltiples entidades del país el Miquixtli es uno de los tesoros de México. Considerado “patrimonio intangible” de los mexicanos, de la isla de Pátzcuaro, en el lago de Janitzio en Michoacán, hasta las comunidades mayas de Chiapas, pasando por Tepoztlán y Ocotepec en Morelos, el Miquixtli es la capacidad de los mexicanos de reírnos de o con La Pelona, aunque, valga la redundancia, en realidad todos nos morimos de miedo. El miércoles 31 de octubre recordamos a los “muertos chiquitos”, el jueves 1 de noviembre a los “muertos grandes” y hoy viernes 2 se levantarán las ofrendas y sus flores para llevarlas al panteón. Es inevitable pensar y escribir sobre el Día de Muertos y no remitirnos solamente a que en el México de hoy la parca tiene mucho trabajo. Irreverente o respetuoso, el culto a la calaca es una parte de la cultura mexicana que hunde sus raíces en el pasado indígena. Se puede comparar la época reciente de hiperviolencia en nuestro país con la práctica de las muertes rituales ejecutadas por los mexicas, cuyos guerreros debían atrapar vivos a sus contrincantes para ofrendarlos en sacrificio a Hutzilopochtli, el dios de la guerra. Se entiende que aquellas, eran “ejecuciones” en parte de una cultura que tenía como el más precioso regalo a los dioses la sangre y el corazón. En el contexto Occidental y actual es una práctica bárbara, pero con un fin místico y religioso que a ojos de los europeos del siglo XVI fue una costumbre atroz, y hoy, ni se diga. Por ello resulta aberrante la barbarie que campea en nuestro país –ensañada en Guerrero, Michoacán, Guanajuato, el estado y la Ciudad de México–, por mucho que la violencia fuera una moneda ancestral de cambio en esas latitudes. En un contexto de noticias de masacres y jóvenes desaparecidos, en medio del dolor de sus padres, sus madres, sus hermanos, llegamos a este Día de Muertos cuando las palabras “fosas”, “ejecuciones”, “torturas” y “abusos de policías-delincuentes” le quitan ese sabor de conmemoración a la fecha de los fieles difuntos. Es más bien un abrumador sentimiento de frustración e impotencia con el que este año recordamos el Miquixtli, vocablo que literalmente significa en náhuatl descanso, abandono del cuerpo y muerte. Lástima… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com

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