La leyenda reproducida por el cronista dice que Rosa Bobadilla corrió a esconderse de los federales junto a un caballo muerto, en estado de descomposición, y que pese al olor pestilente aguantó el paso de sus perseguidores. Un zapatista, también herido, la reconoció y exclamó: “Coronela, tú estás muerta”, a lo que ella se limitó a replicar: “¡No!, estoy viva”. Se suceden así las historias del carácter aguerrido de Rosa Bobadilla, quien además de esposa fue madre y a quien los rigores de la guerra dejaron viuda y sin hijos. Fundó la popular vecindad llamada, precisamente, La Coronela, en la calle de Guerrero, gracias a la solicitud hecha por ella misma al general Emiliano Zapata para que le cedieran los terrenos donde construir viviendas para las esposas, viudas e hijos de los zapatistas muertos en campaña. Terminada la Revolución, Rosa vivió en el pueblo de Atlacomulco, municipio de Jiutepec. Fue una de las fundadoras de la Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos del Estado de Morelos. Murió el 27 de mayo de 1957 y fue sepultada en el panteón del pueblo de Acapantzingo.
Areopagita Guadarrama Catalán. Aunque no tuvo hijos, en Tlaquiltenango era consideraban como una especie de madre protectora, debido a que salvó a varios revolucionarios y a jóvenes que no participaban en la lucha pero estuvieron a punto de ser fusilados por los federales, entre quienes se contaron Ignacio Cadenas Galias y Macario Galis. A este último lo apresaron los carrancistas, le formaron pelotón frente a la iglesia del pueblo y, cuando se iba a dar la voz de “¡fuego!”, llegó “Pagita”, como le llamaba la gente, y se puso al lado del joven Macario Galis exclamando: “A éste me lo dejan libre, que nada ha hecho, y si no, ¡jálenle que me voy con él!”. El pelotón y el sargento al mando no se atrevieron a disparar contra la mujer quien, como cualquier madre, arriesgó la vida por un hijo… aunque no lo fuera…
Areopagita Guadarrama nació en San Gabriel Las Palmas, Puente de Ixtla, en 1886. Se casó con Álvaro Tepepa, hijo del viejo Gabriel Tepepa. Ambos participaron en la revolución. En 1940 apoyó la campaña de Juan Andrew Almazán por la Presidencia de la República, mientras que otros hombres nativos de Tlaquiltenango trabajaron a favor de Manuel Ávila Camacho, quien finalmente ganó la elección. Areopagita trabajó como cocinera en el Hospital Civil de Jojutla y murió el 14 de mayo de 1964 en Tlaquiltenango.
Margarita Maza de Juárez, madre y esposa ejemplar en la historia del país, esposa del Benemérito, vivió numerosos momentos difíciles al lado de Benito Juárez. Uno sucedió cuando su marido fue desterrado del país por haberle negado asilo al general y dictador Antonio López de Santa Anna. Se quedó sola con sus seis hijos y en espera de dos más, y en tal situación fue perseguida, lo cual la obligó a buscar refugio en casas y haciendas de conocidos de Juárez ante la venganza de Santa Anna que fue implacable. Como madre, Margarita Maza enfrentó la separación y la muerte prematura de cinco de sus doce hijos. En 1858, cuando el indio de Guelatao ya era gobernador, María Guadalupe murió en Oaxaca. Para quienes dicen que Juárez era un ateo “come curas”, bautizó a una de sus hijas con tal nombre de Guadalupe, en honor a la Virgen del Tepeyac. Tres años más tarde, durante la primera separación del matrimonio motivada por el decreto de expulsión dictado por Santa Anna, murió otra de sus niñas de dos años llamada Amada. En la Ciudad de México falleció en 1862 su hija Jerónima Francisca, que había nacido tres años antes en Veracruz durante la Guerra de Reforma. En 1865, al tiempo que Margarita y sus hijos se encontraban en Nueva York, expiró Antonio, de tan sólo un año, y en 1863 y en la misma ciudad dejó de existir José María, a los nueve. Fue tal vez esta muerte la que más dolor causó a Juárez, quien en una carta a Matías Romero dijo: “…No me extiendo más, porque bajo la impresión del profundísimo pesar que destroza mi corazón por la muerte del hijo a quien más amaba apenas he podido trazar las líneas que anteceden…”. Y no se diga del dolor de la madre ante la muerte de sus críos apenas infantes. No podía faltar aquella advertencia, no por repetida menos válida, de que a la madre hay que reconocerla los 365 días del año, no nada más el 10 de mayo. Fuera del mercantilismo y las ofertas en y previos al festejo en el “agosto” de los comerciantes en mayo, lo sustancial y pertinente es lo que no cuesta. Aunque intangible, el amor a las madres resulta más valioso...
(Me leen mañana).
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