Su valor simbólico se sostiene en la consumación de la guerra de la Independencia y la fundación de la Ciudad de México-Tenochtitlan. Son la huella genética de nuestra mexicanidad sin etiquetas, manipulaciones ni campañas patrioteras. El 24 de febrero, Día de la Bandera, da ocasión para hacer un recuento de algunas particularidades históricas de nuestro Lábaro Patrio.

El emblema del águila y la serpiente la adoptaron los mexicanos de la civilización tolteca que tuvo auge, primero en Teotihuacan y después en Tula, entre los siglos IX y XII, es decir, entre los años 900 y 1200 de la era cristiana. En la mitología tolteca que luego adoptaron los mexicas para darle sustento filosófico e ideológico a su imperio, el águila es la gemela o nahual del sol, o sea, la energía creadora que da luz y calor. La serpiente es gemela o nahual de la Tierra, la madre y creadora de todos los sustentos.

Nuestro escudo nacional invoca a la filosofía y la cosmogonía de las civilizaciones mesoamericanas que los mexicas condensaron, mágica y portentosamente, en esculturas vivas como la Piedra del Sol y la Coatlicue, que están en el Museo Nacional de Antropología de la CDMX.

Los mexicanos y mexicanas somos herederos de esa filosofía y visión del mundo, de nuestra tierra y la energía del sol. El poder de los guerreros toltecas y mexicas al grito de ¡Mé-xi-co!, es una señal y demostración de poder espiritual para sacudirnos la apatía, la conformidad y la indiferencia.

El escudo nacional forma parte de la herencia de la cultura mexica que dominó a gran parte de los pueblos mesoamericanos; la imagen de un águila parada sobre un nopal es la señal que los mexicas buscaron tras abandonar la tierra de Aztlán. El relato cuenta que Huitzilopochtli, su dios de la guerra, les ordenó fundar

Tenochtitlán en el lugar donde hallaran a un águila parada sobre un nopal devorando una serpiente.

Tal portento se encuentra plasmado en “la piedra que cuenta el nacimiento de México”. Se llama Teocalli de la Guerra Sagrada, y se puede visitar en la Sala Mexica del Museo de Antropología. En el Teocalli de la Guerra Sagrada, el nopal sobre el que está parada el águila brota del cuerpo de una figura que representa a un personaje mítico llamado Cópil. Éste era hijo de Malinalxóchitl, la diosa que intentó matar a Huitzilopochtli, el dios patrono de los mexicanos que hostigó a los mexicas venidos de Aztlán. Pero gracias a sus poderes clarividentes, Huitzilopochtli derrotó y capturó a Cópil, le cortó la cabeza y le sacó el corazón, el cual arrojó al centro del lago de Texcoco. Y fue ahí, del corazón de Cópil, que brotó el nopal salvaje con tunas sobre el cual se posó un águila real.

Hace un año, de pasadita a la CDMX el presidente Andrés Manuel López Obrador paró brevemente en el restaurante “Cuatro Vientos” de Alpuyeca para disfrutar una cecina. Venía de Iguala, por el aniversario 200 de la promulgación del Plan de Iguala y el Día de la Bandera, a cuya ceremonia invitó a su similar argentino, Alberto Fernández. Coincidentes las ideologías de ambos mandatarios, sus discursos enfatizaron la figura de la patria grande, intercambiaron halagos y por primera vez en una ceremonia oficial del gobierno mexicano Andrés Manuel alabó la memoria del rosarino Ernesto “Che” Guevara, a quien citó, textual, con las palabras “arrojo y valentía”… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com 

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