No fue sino hasta el 22 de marzo de 2016 cuando el alcalde Agustín Alonso Gutiérrez, hijo de Agustín Alonso Mendoza, concretó la recuperación del predio de 23 mil metros. Una vez regularizado, construyó el Centro Deportivo Yautepec (CDY) que, inaugurado en febrero de 2020, es hasta hoy la mejor unidad deportiva de Morelos. Digo: para vergüenza del Gobierno del Estado que no hace obra. Acaso ignorada por las nuevas generaciones, en torno a este asunto hay una historia con tintes sociales y políticos.

Eran días de Jauja en Yautepec, ficticia y no para todos. Cerrado el ingenio de Oacalco a mediados del sexenio de Carlos Salinas, algunos de los trabajadores de la vieja fábrica de azúcar que de pronto se quedaron sin ingresos emigraron a Estados Unidos, otros se emplearon en Jiutepec, Cuautla y Cuernavaca y muchos más toparon con la opción de la “Casa de Ahorro Chavelas”. Su paisano Saúl Chavelas Vargas estaba pagando el diez por ciento de Interés mensual a los ahorradores. 

“La gente ya no trabaja”, me dijo aquel mediodía Agustín Alonso Mendoza en la marisquería de “El Pico” del Mercado Municipal. La expresión a “sotto voce” de quien había conocido diez años atrás, cuando era el ayudante municipal de San Carlos, se me hizo exagerada. Sin embargo, en sus palabras percibí cierta dosis de verdad. Lo comprobé la mañana siguiente, ocupadas las bancas del Zócalo por lugareños que conversaban despreocupadamente en horas laborables, como si el trabajo no existiera. Para mi investigación me hice pasar como un posible inversionista, así que crucé la plaza y encaminé mis pasos al Pasaje Botello ubicado en un costado del Palacio Municipal. La “cola” de hombres y mujeres empezaba en la planta baja y subía zigzagueando por la escalera hasta el segundo piso. Todos llevaban en las manos unos cartoncitos tamaño cuarto de carta. Eran las tarjetas de inversionistas que presentaban en la caja para cobrar el dinero de sus intereses. Como yo no iba a cobrar, no hice “cola”. Pregunté por el señor Chavelas. “No está”, respondió la empleada que me explicó cómo funcionaba el establecimiento: “Por ejemplo, usted invierte un millón de pesos (mil de ahora) y desde este momento se le paga el diez por ciento; viene cada mes a cobrar o va reinvirtiendo sus intereses”. “¿Cómo es posible eso?”. Justificó: “Simple. Los ahorradores se apoyan unos a otros con sus inversiones”. Concluí para mis adentros: el sistema piramidal que con el tiempo acaba colapsando. 

Regresé a Cuernavaca para redactar el Atril con mi descubrimiento, las reacciones de gobierno negaron lo evidente y la época de bonanza continuó. Saúl, el ex obrero de la planta de Nissan en Civac, era el ídolo de la gente de Yautepec. En el pueblo contaban que le daba propinan generosas al bolero que le lustraba los zapatos en su oficina, o que a una señora que no tenía para las medicinas de su marido enfermo le dio dinero para que corriera a comprarlas. Chavelas se desplazaba en una de esas camionetas Suburban que aparecieron como símbolo de poder. Tenía chofer, pero no más de dos escoltas. Sobre su súbita riqueza decían que se había sacado los pronósticos deportivos y puesto con el premio una agencia de viajes que convirtió en casa de ahorro. El equipo Tigres de Yautepec tuvo una buena época con Saúl, lo patrocinó y construyó un palco para sus invitados. 

En cierta ocasión que los Tigres fueron a jugar a Oaxaca, Chavelas invitó a un selecto grupo de amigos, pero, verdad o no, se murmuró que, “edecanes” incluidas, no volaron a la ciudad de Oaxaca sino a Huatulco, y que para ello el “filántropo” de Yautepec rentó un avión de cuarenta plazas a la empresa Aeromorelos que operaba en el aeropuerto de Tetlama. Entonces nadie se imaginó que unos cuantos meses después agentes fiscales apoyados por policías federales llegarían a Yautepec para clausurar la “casa de ahorro”, el 30 de mayo de 1991. El fraude fue calculado en 120 mil millones de pesos viejos, perdieron su dinero inversionistas engañados de Morelos, Puebla, Guerrero y el estado de México. Inicialmente, Chavelas fue internado en un reclusorio del Distrito Federal y traído pocas semanas después a la desaparecida Penitenciaria de Atlacomulco, donde cumplió una condena más o menos corta. Pero mientras el Gobierno Estatal se hacía cargo de la reparación, parcial, de los defraudados, ¿qué pasaba con la cancha de Los Tigres? Equipos llaneros la siguieron usando y de alguna manera fue a parar a la Comisión Reguladora de la Tenencia de la Tierra. Era el terreno del años más tarde CDY… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com 

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