El 28 de este mes de noviembre se cumplirán 114 años de la promulgación del Plan de Ayala. Conferencias, mesas redondas, debates y comentarios en medios masivos de comunicación suelen recordar el singular acontecimiento que dio paso a la “revolución hecha documento y estrategia de lucha”. Referidos en uno que otro Atril testimonios sobre circunstancias, hechos y vivencias en torno al Plan, en un intento de mirar “hacia dentro” del documento y su contenido humano, hoy iremos un poco más lejos en la historia personal y trágico final de uno de los redactores del documento centenario.
Visto así, en el movimiento zapatista no todo se daba como “miel sobre hojuelas”. Muchas veces no hubo ni siquiera orden y disciplina. La revolución agrarista no se dio sólo para cambiar el régimen de haciendas al comunal o ejidal, también para acometer “ajustes de cuentas” entre facciones y, por supuesto, dirimir venganzas y rencillas personales. ¿Víctima de la “grilla”? Las revoluciones no son sólo para subvertir el triángulo “economía-políticasociedad”. También se hacen por la necesidad de los oprimidos de sacudirse el yugo de costumbres ajenas a su idiosincrasia y tradiciones.
Involucra entonces ideologías y pasiones, muchas veces malsanas, dicho esto no en el sentido moralista de la palabra, sino como la simple manifestación de la naturaleza humana que se desborda en las revoluciones. Ejemplos hay a pasto, pero hoy vamos a citar uno relacionado directamente con el Plan de Ayala. Entre las fallas más trágicas y de graves consecuencias para la cohesión del Ejército del Sur estuvo el fusilamiento, como sentencia de un Consejo de Guerra, del primer ideólogo del movimiento zapatista, Otilio Edmundo Montaño, el 10 de mayo de 1917 en Tlaltizapán.
Sobre el controvertido juicio y posterior sentencia avalada por el general Zapata, el combatiente del Ejército del Sur, Juan Salazar Pérez, originario de Yautepec, escribió la memoria de los acontecimientos que culminaron con la muerte del maestro de la Villa de Ayala. La conclusión del autor es que el resultado de tal enjuiciamiento se debió a la rivalidad existente entre el redactor del Plan y Antonio Díaz Soto y Gama, el aguascalentense habilitado como el principal redactor de los Manifiestos de Zapata, apoyado por Manuel Palafox, un poblano de oscuro origen tan bueno para la contabilidad y organización como para la intriga y la luego llamada “grilla”.
Palafox fue apodado por sus correligionarios del Estado Mayor de Zapata y de la tropa como “El Ave Negra” y “La gangrena del Sur”, debido a su habilidad para la intriga y el golpe trapero a sus enemigos dentro del mismo Ejército Libertador del Sur. En el trabajo titulado “General Otilio Montaño”, Juan Salazar Pérez incluyó un reportaje publicado por Excélsior el 21 de enero de 1919, casi dos años después del fusilamiento, en el que se describió el acontecimiento que reproducimos aquí.
