Suspendidos los “gritos” del 15 de septiembre de 2020 y 2021, apagado por la pandemia del Covid-19 el de esta noche en Cuernavaca volverá a ser como un murmullo en la Plaza de Armas que esperará otro año por la fiesta de los años felices. Era cuando la explanada del Palacio de Gobierno rebozaba miles de personas sonrientes, grandes y chicos, jóvenes y viejos compartiendo un ambiente entusiasta. Estridentes las cornetas de cartón, tricolor el confeti y pegajoso el polvo de los cascarones de la “batalla” campal, a veces la plaza era bañada por la lluvia y sin embargo no acababa el festejo. Ah, y además sin los tapabocas que los últimos dos años han enmascarado a la gente que, ironías de la vida, ha aprendido a sonreír y sufrir con los ojos. 

Pero hubo un tiempo en que las noches de septiembre fueron una delicia. Era tradición caminar de madrugada a Tlaltenango. La caminata arrancaba por ahí de las dos de la madrugada, personas de todas las condiciones sociales, sobre todo de los barrios tradicionales del centro, se dirigían a la iglesia subiendo por Morelos y Zapata. Combatían el frío con un atole champurrado, humeante, calientito, acompañado de tamales verdes, rojos y de dulce. Antes de que amaneciera, le daban “Las Mañanitas” a la Virgen y enseguida se metían a misa. 

Prohibida hasta hoy la venta de elotes en las noches del “grito”, el de 1972 quedó para la anécdota contada entre cuernavacenses. Hacinada la gente en la explanada que mira el Palacio de Gobierno, un grupo de “rebeldes” de la muchedumbre de abajo lanzó una lluvia de elotazos a los políticos e invitados de arriba que, acodados en el balcón central del palacio, lograron esquivar los proyectiles. La atmósfera enmarcó la voz afeminada del alcalde que leía el acta de la Independencia cuando de entre la muchedumbre alguien le gritó, fuerte y claro: “¡habla como hombre, cabrón!”. Las carcajadas se oyeron hasta Las Palmas, y la vigencia del chistorete duró meses.

Décadas más tarde, hubo un alcalde pintoresco, Rafael Vargas Zavala, padre del actual edil del mismo nombre pero diferente partido, Rafael Vargas Muñoz, quien se volvió famoso a nivel nacional luego que el uno de octubre de 2003 se cruzó el pecho con la banda presidencial para la ceremonia de su toma de posesión como el señor presidente municipal constitucional de Huitzilac. Ignorando, o tal vez conociendo pero soslayando el protocolo, decidió que, si presidente era, ¿por qué no terciarse una banda igual que el presidente de la República? Días después del “grito”, no faltó un malora del pueblo que le preguntó: “¿por qué te la pusiste?”. A lo que contestó, socarrón, envalentonado: “¡Y por qué chingaos no!”. Meses más tarde, comentó al columnista en un café del centro que hacía pocos días había rendido su primer informe y se iba a volver a poner a banda, pero desistió porque “los panistas la hacen mucho de pedo”. (Panista era el gobernador Sergio Estrada). La banda, dijo, la mandó hacer en la Ciudad de México, e incluido el bordado del águila y los bordes dorados le costó tres mil quinientos pesos de los entonces. Hoy es posible que la conserve su hijo, el también alcalde, pero a la vez resulta seguro que esta noche no se la pondrá. 

Por cierto, a diferencia de Cuernavaca a lo mejor en algunos pueblos del interior esta noche vivan “gritos” a la antigüita”, presenciales, sin cubrebocas, pues afortunadamente algo así como el ochenta por ciento de la población está vacunada contra el covid… (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 


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