El desastre En la CDMX no lo pensaron dos veces. Instituciones privadas y de gobierno actuaron de inmediato, habilitando centros de acopio de víveres y productos para enviarlos a Acapulco y otros municipios de Guerrero afectados por el huracán “Otis”.

La Universidad Nacional Autónoma de México, la Cruz Roja Mexicana y alcaldías de la CDMX pusieron rápidamente manos a la obra y, solidaria, la población reaccionó llevando agua embotellada, alimentos enlatados, cobijas, insumos para primeros auxilios, objetos para higiene personal, ropa en buen estado, toallas femeninas, pañales, etc. Mientras tanto, en Morelos un telefonazo hipócrita a la gobernadora del estado hermano, Evelyn Salgado, sólo fue para decirse listo para “apoyar”.

Mientras tanto, por un lado la titular de Seguridad Federal, Rosa Icela Rodríguez, comunicó el reporte preliminar de 27 muertos y 4 personas desaparecidas, y por otro la propia Evelyn Salgado señaló que “Otis” causó afectaciones en el 80% de hoteles del puerto de Acapulco. Un desastre, tal vez la peor desgracia que hayan padecido en Acapulco y en municipios de la Costa Grande como Técpan y Coyuca de Benítez, e incluso en otros de tierra adentro… Las imágenes del desastre porteño hacen recordar las inundaciones de Yautepec y Amacuzac, entre 2009 y 2013.

La más grande inundación databa de 1998, cuando el nivel del río Yautepec sobrepasó dos metros y los perjuicios fueron graves, aunque no al grado de once años después, en agosto de 2009, cuando el caudal rebasó los diez metros sobre las orillas del cauce.

El del 14 y 15 de septiembre de 2013 se consideró como un “desbordamiento histórico” del río Amacuzac.

Dejó en seis comunidades de ese municipio, de Puente de Ixtla y Jojutla a decenas de familias sin hogar, pérdidas de ganado, cultivos y múltiples averías en caminos y carreteras. Cajones y Huajintlán (Amacuzac), El Coco y El Estudiante (Puente de Ixtla) y Tehuixtla, Chisco Río Seco y Vicente Aranda (Jojutla) fueron golpeadas por el agua.

El reporte de daños incluyó el puente La Fundición que enlaza las comunidades de Tilzapotla, La Tigra y El Zapote, en la sierra de Huautla. Otro: el desastre se acumuló en cinco horas.

De las 11 de la noche del martes 25 a las 4 de la mañana del miércoles 26 de agosto de 2009 la intensa lluvia y el torrente acumulado desde Los Altos de Yautepec provocaron una “crecida histórica”, alcanzando 10.80 metros.

En 300 minutos pasaron como caballos desbocados 108 mil litros (o 108 metros cúbicos) por segundo. Incontenible, la corriente inundó dos mil casas, el Mercado Municipal, cientos de comercios en el centro del pueblo, así como una veintena de escuelas.

Mientras en el centro el aluvión alcanzó quince calles cubiertas por 60 centímetros de lodo, nueve colonias se perfilaron al desastre: Santa Lucía, Flores Magón, Itzamatitlán, Jacarandas, Ixtlahuacán, Felipe Neri, Centro Rancho, San Juan y Cuauhtémoc.

Y eso que nueve días antes avisaron del incremento del cauce de 7.8 metros. En Tlaltizapán, donde desde las dos de la mañana se dio la voz de alerta por la crecida del río, resultaron dañadas trescientas viviendas en la cabecera municipal, Temilpa Viejo y Ticumán. Poco más de un año después, el martes 7 de septiembre, otra inundación dañó un centenar de viviendas en Jiutepec y Yautepec.

Desde entonces y antes la furia del dios Tláloc no ha parado. Además del luto por los familiares desaparecidos y las pérdidas materiales, queda el daño psicológico…

En Cuernavaca, a las 15.30 horas del 22 de agosto de l999 llovía a cántaros. El señor Godolio Méndez Duarte conducía su vehículo sobre la avenida Cuauhtémoc. Llevaba a su esposa María del Rosario Romero Avilés y sus hijas Tania, Mónica y Diana, de 7, 4 y un años de edad.

Al llegar a la esquina con Potrero Verde, el aluvión que se precipitaba calle abajo alcanzó el motor y lo apagó.

Angustiada, la familia abandonó el automóvil y corrió a refugiarse bajo la cornisa de una casa situada frente a la gasolinería.

Pero fue inútil: el agua seguía subiendo. Intentaron trepar a lo que creyeron era un escalón, diez metros abajo de la misma acera, pero no había escalón, sino un enorme agujero oculto por el agua, al cual cayeron.

En cuestión de segundos la señora fue arrastrada por el torrente, sufriendo una muerte espantosa.

El señor y las niñas hubieran seguido la misma suerte, de no haber sido por los empleados de la estación gasolinera que corrieron a auxiliarlos, rescatando de los brazos de su padre a las tres pequeñas… (Me leen el lunes). Las opiniones vertidas en este espacio son exclusiva responsabilidad del autor y no representan, necesariamente, la política editorial de Grupo Diario de Morelos.

Cumple los criterios de The Trust Project

Saber más

Síguenos en Google Noticias para mantenerte siempre informado

Sigue el canal de Diario De Morelos en WhatsApp