Hace semanas viene sucediendo en El Polvorín, la glorieta de La Luna, el crucero de la avenida Gobernadores, el Paseo Cuauhnáhuac a la altura del Tizoc, las salidas a la CDMX en Buenavista y Domingo Diez. Ocurre como la canción de Los Panchos que dice: “Doquiera que tú vayas…”.

Cercano el cambio del titular del Ayuntamiento, los policías municipales de vialidad se afilaron las dentaduras, no dejan títere sin cabeza, temen que dentro de poco que salga Antonio Villalobos y entre José Luis Urióstegui al menos por unos días se quedarán con el puro sueldo. Patrulleros, motociclistas y agentes de a pie incrementaron la extorsión a automovilistas. Además de sacar lo suyo, ¿deben juntar pa’ la cuota del director y éste “mocharse” con el que es su jefe? Una cadena de corrupción cuyos mordelones traen las dentaduras más filosas que de costumbre y no sería posible si no llegara hasta arriba.

Temprana la mañana, en la entrada de Gobernadores se pone a modo una camioneta pick up de modelo atrasado, una carcacha sin placas pues están infraccionadas en la bodega del centro. Pero de nada le sirve al conductor que muestre las boletas de infracción. Para colmo de su mala suerte, “lleva carga”, una lavadora de segunda mano que minutos antes le compró a su compadre. Motivo más que suficiente para que el hombre gordo y malencarado de la motocicleta vieja lo “sensibilice”. Lo amenaza: “No te las vas a acabar, andas haciendo servicio público de carga sin permiso. Conmigo el asunto es de dos mil pesos, pero si te hubiera agarrado un inspector de Transporte no te hubiera alcanzado lo que vale tu pinche carcacha para salir de la bronca. Con esos cuates la mordida es de mínimo diez mil varos”. Atrapado sin salida, el pobre hombre le explica al policía que no está prestando un servicio público, le dice que lleva a su casa la lavadora usada que compró hace un rato, que si no trae las placas es porque prefirió que se las quitaran otros motociclistas corruptos a darles “mordida”. Sin embargo, es inútil y no le queda otra más que “arreglarse” con el “representante de la ley”. Así que le desliza dos billetes de quinientos pesos, que era todo lo que traía, al tiempo que le mienta mentalmente la madre lo cual no lo consuela. Tampoco que su mujer comprenderá por qué se quedó sin dinero. Los mil pesos de la extorsión y los otros mil que le costaron la lavadora eran todo lo que tenía para estos días. Su niña seguirá esperando los zapatos nuevos, y su hijo no tendrá la chamarra que le prometió para Navidad.

En la ciudad se apiñan los vehículos, un promedio de tres de cada diez con placas de la CDMX. Las vacaciones de diciembre y los aguinaldos congestionan el tráfico. En el Banamex de Matamoros, la fila de clientes sobre la banqueta se extiende a lo largo de una cuadra. Mujeres y hombres de pie bajo el rayo del sol padecen calor. Alguien comenta: “Deberían repartir botellitas con agua, pero (los dueños de los bancos) son unos miserables”. Pasan al interior del banco tantos como van saliendo. Adentro es otra cosa, la brisa del aire acondicionado refresca, no hay más de veinte clientes y un par de empleados que apoyan en la logística pero solamente tres cajas funcionando hacen lento el proceso. Comprenden: es por el covid y la seguridad. La mayoría de la gente de la fila está ahí para cobrar sus aguinaldos, tardarán horas para poder hacerlo pero ni adentro ni afuera del área de cajas hay policías armados, sólo un guardia privado junto al área de cajas. Los dueños de los bancos también afilaron las dentaduras y, codiciosos, no gastan en el bienestar de sus clientes... (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com 

Cumple los criterios de The Trust Project

Saber más

Síguenos en Google Noticias para mantenerte siempre informado

Sigue el canal de Diario De Morelos en WhatsApp